martes, 9 de septiembre de 2008

Setiembre viajero 4



Viajo hacia Caracas en el último vuelo. Estoy medio borracho. La función del domingo ha sido un éxito y nos hemos quedado en la casa, como buenos capullos, celebrando. Cada día disfrutamos más del montaje. Son grandes actores, los cuatro, un lujo contar con ellos. Volar borracho es interesante. En las alturas, con el alcohol, se te expande la mente. Se abren nuevos horizontes interiores. Tener al lado una pesada señora mayor ni te afecta. Otro whisky,por favor. Llego al aeropuerto y me encuentro con el hermano mellizo de Riquelme, con franela argentina incluida. Una broma de Jorge, pienso. A mitad de la autopista, control de policía. Un chamo apenas mayor de edad carga con dificultad una especie de metralleta. Nos mira mal. "Baje el cristal de atrás!", ordena. Riquelme, o sea el taxista, le contesta: "no, mira, que no funciona, si quieres me pongo ahí al lado y bajo el otro cristal". El guardia Nacional, con esa indolencia local tan característica, lo piensa mejor y nos deja marchar con una mueca de fastidio. Bienvenido a Venezuela, me digo. Llego al Spa de Sebucan pasada la una de la noche. Jorge ya duerme. Encima de la almohada, más Argentina. Jorge me ha comprado "A sus plantas rendido un león", de Oswaldo Soriano. Tiene buena pinta. Me levanto el lunes con esa luz de Caracas que le impide a uno dormir mucho. Si Bogotá es, inexplicablemente, la ciudad sin aparatos de calefacción, Caracas, también sorprendentemente, es la ciudad carente de persianas. Lo de Bogotá se explica por esta ilusión de vivir en el trópico donde a priori no hace frío... Lo de Caracas, como todo lo de Caracas, no se explica ni falta que hace. Ya lo decía el ex embajador Morodo. Venezuela es el país donde todo es posible y nada es seguro. Por eso nos gusta tanto. Este calorcito de estos días me va a sentar muy bien. Desayuno, como en los viejos tiempos, en la panadería Aida. Me llevo la sorpresa de que ya no ofrecen los clásicos cachitos de jamón y queso. Así no se puede. Entre las revistas del apartamento encuentro el último número de Clímax, la revista que dirige la bella Paula Quinteros, en donde mi querido y admirado Nelson Garrido suelta unas cuantas verdades.


De Nelson es esta Caracas Sangrante que acompaña estas líneas y de Nelson también es la idea de publicar los textos de Hakim Bey. Sí, por fin tengo en mis manos un ejemplar de CAOS, publicado por el Fondo Editorial de la ONG, La Cucaracha Ilustrada, unos textos de Hakim Bey que son siempre un oasis de inspiración en esta farsa en la que vivimos.


Un Potlatch inmediatista[1]

i.
Cualquier número de gente puede jugar, pero el número debe ser predeterminado. De seis a veinticinco parece adecuado.

ii.
La estructura básica es un banquete o picnic. Cada jugador debe llevar un plato o botella, etc. en cantidad suficiente para que todo el mundo pueda servirse al menos una vez. Los platos pueden estar preparados o terminarse en el sitio, pero nada debería comprarse ya preparado (excepto vino y cerveza, aunque idealmente estos podrían ser caseros). Cuanto mas elaborados sean los platos mejor. Intenta ser memorable. El menú no tiene por qué dejarse a la sorpresa (aunque ésta es una opción) --algunos grupos pueden querer coordinar sus esfuerzos para evitar duplicaciones o disputas. Quizá el banquete podría tener un tema y cada jugador podría ser responsable de un plato dado (aperitivos, sopa, pescados, verduras, carne, ensalada, postres, helados, quesos, etc.). Sugerencias de temas: Gastrosofía de Fourier, Surrealismo, Nativo Americano, Negro y Rojo (toda la comida negra o roja en honor de la anarquía), etc.
iii.
El banquete debería llevarse a cabo con un cierto grado de formalidad: brindis, por ejemplo. ¿Tal vez "vestirse para cenar" de alguna forma? (Imagina por ejemplo que el tema del banquete fuese "Surrealismo"; el concepto '"vestirse para cenar" toma un cierto significado). La música en directo en el banquete estaría bien, si algunos jugadores se sintieran satisfechos con tocar para los otros como su "regalo", y comer más tarde. (La música grabada no es apropiada).

iv.
El propósito principal del potlatch es por supuesto dar regalos. Cada jugador debería llegar con uno o más regalos y marcharse con uno o más regalos diferentes. Esto podría lograrse de varias maneras: (a) Cada jugador lleva un regalo y lo pasa a la persona sentada a su lado en la mesa (o algún arreglo similar); (b) Todo el mundo lleva regalos para todos los demás invitados. La elección puede depender del número de jugadores, siendo (a) mejor para grupos grandes y (b) para reuniones más pequeñas. Por ejemplo, si estoy jugando con otras cinco personas, ¿llevo (digamos) cinco corbatas pintadas a mano, o cinco regalos totalmente diferentes? ¿Y los regalos se darán específicamente a ciertos individuos (en tal caso deberían ser creados para ajustarse a la personalidad del receptor), o se distribuirán por sorteo?
v.
Los regalos deben ser hechos por los jugadores, no prefabricados. Esto es vital. Elementos premanufacturados pueden intervenir en la confección de los regalos, pero cada regalo debe ser una obra de arte individual por sí mismo. Si por ejemplo llevo cinco corbatas pintadas a mano, yo mismo debo pintar cada una de ellas, sea con distintos dibujos o con el mismo, aunque se me puede permitir comprar corbatas manufacturadas para trabajar sobre ellas.

vi.
Los regalos no tienen por qué ser objetos físicos. El regalo de un jugador podría ser música en vivo durante la cena, el de otro podría ser una actuación. Sin embargo, habría que recordar que en los potlatches amerindios se esperaba que los regalos fueran soberbios y aún ruinosos para quienes los daban. En mi opinión, lo mejor son los objetos físicos y deberían ser tan buenos como sea posible --no necesariamente costosos de hacer, pero realmente impresionantes. Los potlatches tradicionales conllevaban la obtención de prestigio. Los jugadores deberían sentir un espiritu competitivo al dar, una determinación de hacer regalos de verdadero esplendor. Los grupos pueden desear establecer reglas de antemano sobre esto --algunos pueden querer insistir en objetos físicos, en cuyo caso la música o las actuaciones serían simplemente actos extras de generosidad, pero hors de potlatch, por así decir.

vii.
Nuestro potlatch, sin embargo, es no-tradicional en el sentido de que, teóricamente, todos los jugadores ganan --todo el mundo da y recibe por igual. No se niega sin embargo que un jugador aburrido o tacaño perderá prestigio mientras que un jugador imaginativo y/o generoso ganará "nombre". En un potlatch verdaderamente exitoso cada jugador será igualmente generoso de forma que todos los jugadores quedarán igualmente satisfechos. La incertidumbre del resultado añade un gusto de aleatoriedad al evento.

viii.
El anfitrión, que proporciona el lugar, tendrá desde luego problemas y gastos extras, así que un potlatch ideal debería ser parte de una serie en la que cada jugador hace de anfitrión cuando le llega el turno. En este caso otra competición por el prestigio recorrería el curso de la serie: --¿quién ofrecerá la hospitalidad más memorable? Algunos grupos pueden querer establecer reglas limitando los deberes del anfitrión, mientras otros pueden desear dejar que los anfitriones tiren la casa por la ventana; sin embargo, en este caso debería haber realmente una serie completa de eventos, para que nadie pueda sentirse engañado o superior en relación con los otros jugadores. Pero en algunas áreas y para algunos grupos la serie entera puede simplemente no ser factible. En Nueva York, por ejemplo, no todo el mundo tiene espacio suficiente para albergar siquiera una pequeña fiesta. En este caso los anfitriones ganarán inevitablemente algo de prestigio. ¿Y por que no?

ix.
Los regalos no deberían ser "útiles". Deberían ser atractivos para los sentidos. Algunos grupos pueden preferir obras de arte, a otros pueden gustarles conservas o salsas caseras, u oro, incienso y mirra, o incluso actos sexuales. Deberían acordarse algunas reglas básicas. No debería haber ninguna mediación en el regalo --nada de cintas de vídeo, grabaciones en cinta, materia impresa, etc. Todos los regalos deberían estar presentes en la "ceremonia" del potlatch --así que nada de entradas para otros actos, promesas o posposiciones. Recuerda que el objetivo del juego, así como su regla más básica, es evitar toda mediación e incluso representación --estar presentes, dar presentes.

[1]Potlatch: celebración de los nativos americanos de la costa oeste canadiense, consistente en ver quién es capaz de regalar mayor riqueza. El que más regalaba era el que conseguía más prestigio. El concepto sería recuperado por los situacionistas en los años 60, y daría nombre a una de sus revistas.

1 comentario:

Martín dijo...

Ya le decía yo, este viaje a Caracas promete. Reportaje fotográfico, y crónica por supuesto, de la fiesta de bienvenida por favor.