sábado, 20 de septiembre de 2008

Setiembre viajero 7

Un año más. Superados los amenazantes treinta y tres, por aquello de la crucifixión, ahí vamos, empezando una nueva temporada. Me invitan a cenar tres mujeres estupendas. Bellas, inteligentes, divertidas. La noche promete. Juliana, dramaturga retirada, creativa de series de programas de televisión de autor, dirige la filial colombiana de una productora internacional especializada en reality-shows. Le dieron el trabajo casi sin querer y ahí se quedará hasta que considere que decida regalarse otro año sabático. Con apenas treinta años ya ha disfrutado de dos. Y es que no se puede con el stress de la vida moderna. Natalia, joven actriz de veintipocos años con aspecto de adolescente, híbrido de Juno y Angelina Jolie, autora de imposibles series de televisión, productora de grandes conciertos, conocedora de todos los rincones de San Andresito y aprendiz de Celestina. Carol, catalana, dramaturga, directora, psicoanalista a domicilio, viajera, fanática de Tarantino, Wilder y Six Feet Under. A priori un sueño de velada, casi un capítulo de Californication. Brindamos con vino chileno. Los meseros nos acomodan en la terraza. Estamos en Dar Papaya, en la zona G de Bogotá. Van llegando a la mesa ceviches y tiraditos. Todos estamos algo prendidos. Juliana y Natalia vienen de una “reunión de trabajo” en En Obra. Carol y yo de un taller de improvisación teatral. Los cuchillos se afilan. El sueño se transforma en pesadilla. Guiadas por la perversa catalana, las tres deciden confabularse contra el sexo débil, o sea contra mí. Recibo dardos por todos los flancos. Dardos sonrientes pero envenenados. Dardos embriagadores pero punzantes. Flechas que vienen directas desde Cúcuta, Usaquén y la Bonanova. Me refugio en el baño. A mi regreso están más relajadas y me regalan una botella de vino, Postales del fin del fin del mundo (argentino claro), con la única condición de beberla en compañía de alguna de ellas. Un regalo con trampa…

Más tarde en casa, me refugio en LA MUJER JUSTA, de Sándor Márai.

“Mujeres. ¿Te has fijado en el tono indeciso y desconfiado con el que los hombres pronuncian esa palabra? Como si hablasen de una tribu rebelde, que está controlada pero no del todo rendida, siempre dispuesta a la revuelta, conquistada pero no sometida. Y además, ¿qué significa ese concepto en la vida diaria? Mujeres… ¿Qué esperamos de ellas? ¿Hijos? ¿Ayuda? ¿Paz? ¿Alegría?... ¿Todo? ¿Nada? ¿Momentos? El hombre vive, desea, se prepara para un encuentro, copula; luego se casa y experimenta junto a una mujer el amor, el nacimiento y la muerte; luego se vuelve a mirar unas pantorrillas en la calle, pierde la cabeza por una espléndida melena o por el beso ardiente de unos labios; y mientras yace en alcobas burguesas o en camas chirriantes de mugrientas habitaciones por horas en hostalillos de callejuelas secundarias, siente que está satisfecho, y a lo mejor se muestra magníficamente generoso con alguna mujer. Los enamorados lloran y se prometen eterna fidelidad, juran permanecer siempre juntos, ayudarse y apoyarse; vivirán en la cima de una montaña o en una metrópoli… Pero luego pasa el tiempo, un año, tres años, un par de semanas -¿te has fijado que el amor, como la muerte, tiene un tiempo que no se puede medir con el reloj ni con el calendario?-, y sus grandes proyectos fracasan, o no tienen el éxito esperado. Y entonces se separan, llenos de rencor o de indiferencia, y recuperan la esperanza y empiezan de nuevo a buscar otro compañero. O, si ya están demasiado cansados para empezar otra vez y permanecen juntos, se roban mutuamente la fuerza y las ganas de vivir, se ponen enfermos; se van matando el uno al otro y al final se mueren. Y quien sabe si en el postrer momento, cuando cierran los ojos, entienden por fin lo que querían del otro. Y quizá resulta que sólo estaban obedeciendo una ley superior, una orden que renueva el mundo de manera constante con el aliento del amor y que necesita hombres y mujeres que se apareen para perpetuar la especie…”

"Ahora dices que soy un hombre herido, lleno de resentimiento. Alguien me ha hecho daño. Quizá esa mujer, mi segunda esposa. O quizá la primera. Algo ha salido mal. Me he quedado solo, he sufrido grandes traumas emocionales. Estoy lleno de ira. No creo en las mujeres, ni en el amor, ni en el género humano. Piensas que soy ridículo, que soy un pobre desgraciado. Quieres llamar mi atención con delicadeza hacia el hecho de que, además de la pasión y la felicidad, existen otros vínculos entre las personas. También están el afecto, la paciencia, la compasión, el perdón. Me acusas de no haber sido bastante valiente o paciente con las personas que he ido encontrando en mi camino; y ni siquiera ahora, que ya me he convertido en un lobo solitario, tengo el valor de reconocer que la culpa ha sido solo mía. Viejo amigo, esas acusaciones ya las he escuchado y analizado. Ni en el potro de tortura podría ser alguien más sincero de lo que he sido yo conmigo mismo. He estudiado con detenimiento cada vida a la que he podido acercarme, he curioseado por las ventanas en existencias ajenas a mí sin ningún pudor o reserva, he sido un investigador escrupuloso. Yo también creía que era culpa mía. Intentaba achacarlo a la avaricia, al egoísmo o a la lujuria, después a los obstáculos sociales, a la ordenación del mundo… ¿Y todo para explicar qué? Pues el fracaso. La soledad en la que tarde o temprano se precipita cada ser humano, como un caminante nocturno en una zanja. ¿No comprendes que para los hombres no hay salvación? Tenemos que vivir solos y pagar por todo el precio justo, tenemos que callar y soportar la soledad, nuestro carácter, la dura disciplina que la vida nos impone."

1 comentario:

Martín dijo...

¡Feliciaciones querido!
Quiero que la cena de mis 33 sea así también, pero con Olivia sumada claro, y luego de que se duerma que continúe la fiesta. ¡Un abrazo!