No puedo escribir mucho sobre lo visto ayer en Mapa Teatro. Difícil racionalizar esos puñetazos al alma que te suelta Angelica Liddell cuando menos lo esperas. Impresionante el silencio, apenas roto por unos pocos aplausos, al final de la tercera acción. El público, sin fuerzas, derrotado, saliendo de la sala, poco a poco, asimilando el dolor compartido, las emociones inyectadas, el ritual sin contemplaciones. Una amiga actriz me comenta hoy que le parece demasiado fuerte, demasiado intenso, demasiado... Con Angelica no hay medias tintas. Todo está ahí, delante nuestro, como ese imperturbable caballo blanco presente en la tercera acción.
Pero leamos lo que Angelica opina del teatro.
“El teatro hace patente un amor por la muerte, un culto por lo efímero, como una especie de impulso de aniquilación, la sensación de que algo muere. Como actriz yo lo he sentido así, hay una atracción por lo fatal, da igual el género dramático, es algo que está sucediendo y que puede fallar. Algo que está ocurriendo sobre la cuerda floja y en cualquier momento se puede caer la trapecista (y todo el mundo empieza a aplaudir). El actor se puede equivocar, puede incluso abandonar la escena. Eso no existe en la literatura, ni en el cine, por ejemplo. Tal vez es esa especie de tanatofilia lo que hace que siga existiendo público para el teatro. Y eso debemos tenerlo muy en cuenta también los autores, quiero decir, responder a la expectativa de riesgo con la que el público se enfrenta al escenario, volver a poner la escena sobre esa cuerda floja, sobre la caída y muerte del trapecista.”
Así nos sentimos ayer, vulnerables, en la cuerda floja…
“Además está la cuestión de lo compartido, eso es importantísimo. Los gestos de los que están a tu alrededor como espectadores construyen la obra contigo. Si escuchas un comentario negativo durante la función, esto también está construyendo la obra contigo. La congregación no es solo entre el espectador y la obra, sino entre los espectadores. El público entre sí construye ese rito, lo construyen entre todos. Creo que hay que tener muy en cuenta al espectador, no en cuanto a la rentabilidad económica ni a la necesidad de entretenerle, sino en lo que tú pretendes de ese ser humano, de esa conciencia individual que va a hacer el esfuerzo de unirse a tu propia conciencia individual. Son conciencias individuales que se unen, grandes esfuerzos individuales que se juntan en ese ritual de conflictos que es la misa escénica, la congregación. Es algo muy primitivo. Por eso no me gusta prescindir de la idea de público, no me gusta prescindir para nada. Uno se siente como diciendo "¡Dios mío!, ¿les haré sentir algo?". Estoy tan preocupada por los sentimientos de esa gente, por lo menos que sientan algo, ¡algo!”
Lo conseguiste, Angelica, lo conseguiste, sentimos algo, sentimos mucho, ¡nos dolió!
Pero leamos lo que Angelica opina del teatro.
“El teatro hace patente un amor por la muerte, un culto por lo efímero, como una especie de impulso de aniquilación, la sensación de que algo muere. Como actriz yo lo he sentido así, hay una atracción por lo fatal, da igual el género dramático, es algo que está sucediendo y que puede fallar. Algo que está ocurriendo sobre la cuerda floja y en cualquier momento se puede caer la trapecista (y todo el mundo empieza a aplaudir). El actor se puede equivocar, puede incluso abandonar la escena. Eso no existe en la literatura, ni en el cine, por ejemplo. Tal vez es esa especie de tanatofilia lo que hace que siga existiendo público para el teatro. Y eso debemos tenerlo muy en cuenta también los autores, quiero decir, responder a la expectativa de riesgo con la que el público se enfrenta al escenario, volver a poner la escena sobre esa cuerda floja, sobre la caída y muerte del trapecista.”
Así nos sentimos ayer, vulnerables, en la cuerda floja…
“Además está la cuestión de lo compartido, eso es importantísimo. Los gestos de los que están a tu alrededor como espectadores construyen la obra contigo. Si escuchas un comentario negativo durante la función, esto también está construyendo la obra contigo. La congregación no es solo entre el espectador y la obra, sino entre los espectadores. El público entre sí construye ese rito, lo construyen entre todos. Creo que hay que tener muy en cuenta al espectador, no en cuanto a la rentabilidad económica ni a la necesidad de entretenerle, sino en lo que tú pretendes de ese ser humano, de esa conciencia individual que va a hacer el esfuerzo de unirse a tu propia conciencia individual. Son conciencias individuales que se unen, grandes esfuerzos individuales que se juntan en ese ritual de conflictos que es la misa escénica, la congregación. Es algo muy primitivo. Por eso no me gusta prescindir de la idea de público, no me gusta prescindir para nada. Uno se siente como diciendo "¡Dios mío!, ¿les haré sentir algo?". Estoy tan preocupada por los sentimientos de esa gente, por lo menos que sientan algo, ¡algo!”
Lo conseguiste, Angelica, lo conseguiste, sentimos algo, sentimos mucho, ¡nos dolió!
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