Ceno con Alberto Soria y Nelson Garrido en el Mesón de Andrés. Es sin duda el mejor restaurante de cocina española (y seguramente de todas las cocinas) de Caracas. Comer en el Mesón con "el profesor" supone, además, degustar los mejores platos de la casa, servidos por su propio dueño que se esmera en ofrecernos una velada única. Durante la cena Nelson me cuenta lo bien que le han ido los consejos de Alberto para superar su reciente separación. Con varias copas de vino encima nos damos cuenta de que Alberto se parece cada día más a Balzac (la foto, del propio Nelson, lo atestigua). Al mismo tiempo, una señora se acerca a la mesa y lo saluda efusivamente. Lean sus libros, nos comenta, es un genio. Ya lo sabemos, le respondo yo. Su editor, Ulises Milla, también lo sabe. La semana que viene se presenta "Con los codos en la mesa", el tercer libro que publica Balzac-Soria en menos de un año. Después de "Permiso para pecar" y de "Mi whisky, tu whisky, el whisky", nos llega este tercer volumen que espero poder saborear pronto.
Rescato de mi computadora una reseña que escribí de "Permiso para pecar" en la Revista 21. Como fue una revista que casi nadie leyó, lo adjunto aquí para los curiosos.
La cocina como teatro
Hedonismo: doctrina filosófica basada en la búsqueda del placer y la supresión del dolor como objetivo o razón de ser de la vida.
Alberto Soria es un hedonista irredento. Busca el placer en una de las actividades de la vida que por lo menos tres veces al día llevamos a cabo: alimentarnos. Pero el placer que busca Soria no cae del árbol como el mango maduro sino que hacen falta ciertas estrategias para encontrarlo. De ahí la necesidad de tener en casa un ejemplar de “Permiso para pecar”, un libro que además de útil es un alimento para la inteligencia, porque a ésta no le basta con las recetas que salen en el periódico.
Se nota que Soria lleva años alimentándose bien. Su buen carácter nos lleva a Moliere, “cuando he comido bien, mi alma todo lo resiste”, y su serenidad a Shakespeare, “el alcohol estimula el deseo pero estorba en la función”, citas que el autor esparce como especias en una ensalada literaria que intuimos no ha necesitado de las 6 personas de las que dice un cocinero alemán son necesarias para prepararla.
“Permiso para pecar” es un libro que se bebe a sorbitos, lentamente, para tener más tiempo para disfrutarlo. Alberto Soria sabe que aquello de “lo bueno, si breve, dos veces bueno” es una de las tantas falacias con las que nos quieren acelerar la existencia. Por eso su libro se lee a fuego lento al igual que sus almuerzos exigen sobremesa. La prisa mata y la buena cocina, como las buenas conversaciones, no tiene hora límite.
Alberto Soria es un gran seductor. Seduce con inteligencia porque “los afrodisíacos se cocinan en la mente, desde hace mucho tiempo”. En épocas como la actual, en la que los niños, de mayores, quieren ser chef, Soria nos recuerda que para hacer un buen papel en ese teatro personal en que se ha convertido la cocina no basta con comprarse un delantal. “Permiso para pecar” regala consejos que tanto sirven para una comedia bufa como para una tragedia griega. La vida es puro teatro y la cocina es hoy en día el lugar más chic para representarlo.
En un país de escasa cultura y tradición vinícola, hacen falta libros como éste para aclarar ciertos conceptos que podrían parecer obvios pero que muchos se empeñan en saltárselos, como la diferencia entre temperatura ambiente y temperatura caliente, y para dejar sentadas ciertas reglas que no es conveniente romper si no se tiene el conocimiento para ello. Tampoco queremos pecar de optimistas, aunque nos den permiso, y este imprescindible libro no impedirá que algunos sigan bebiendo etiquetas en lugar de buenos vinos mientras otros comen a oscuras o tumbados en un sofá porque su revista favorita de tendencias les ha dicho que eso es lo que se lleva en Berlín. La cultura de la apariencia y el esnobismo están demasiado instalados en el disco duro de ciertas clases sociales.
“Permiso para pecar” es, en definitiva, un libro sobre la buena vida, la que, en buena lógica, todos deberíamos aspirar a vivir. En su presentación, hace unos meses, en la librería Alejandría III, pudimos constatar que Soria seguramente vivirá muchos años ya que no le faltan ni vino ni buenos amigos. Los que estuvimos allí estamos de acuerdo en que la gente sin placer nos parece muy peligrosa. Buen provecho.
Alberto Soria es un hedonista irredento. Busca el placer en una de las actividades de la vida que por lo menos tres veces al día llevamos a cabo: alimentarnos. Pero el placer que busca Soria no cae del árbol como el mango maduro sino que hacen falta ciertas estrategias para encontrarlo. De ahí la necesidad de tener en casa un ejemplar de “Permiso para pecar”, un libro que además de útil es un alimento para la inteligencia, porque a ésta no le basta con las recetas que salen en el periódico.
Se nota que Soria lleva años alimentándose bien. Su buen carácter nos lleva a Moliere, “cuando he comido bien, mi alma todo lo resiste”, y su serenidad a Shakespeare, “el alcohol estimula el deseo pero estorba en la función”, citas que el autor esparce como especias en una ensalada literaria que intuimos no ha necesitado de las 6 personas de las que dice un cocinero alemán son necesarias para prepararla.
“Permiso para pecar” es un libro que se bebe a sorbitos, lentamente, para tener más tiempo para disfrutarlo. Alberto Soria sabe que aquello de “lo bueno, si breve, dos veces bueno” es una de las tantas falacias con las que nos quieren acelerar la existencia. Por eso su libro se lee a fuego lento al igual que sus almuerzos exigen sobremesa. La prisa mata y la buena cocina, como las buenas conversaciones, no tiene hora límite.
Alberto Soria es un gran seductor. Seduce con inteligencia porque “los afrodisíacos se cocinan en la mente, desde hace mucho tiempo”. En épocas como la actual, en la que los niños, de mayores, quieren ser chef, Soria nos recuerda que para hacer un buen papel en ese teatro personal en que se ha convertido la cocina no basta con comprarse un delantal. “Permiso para pecar” regala consejos que tanto sirven para una comedia bufa como para una tragedia griega. La vida es puro teatro y la cocina es hoy en día el lugar más chic para representarlo.
En un país de escasa cultura y tradición vinícola, hacen falta libros como éste para aclarar ciertos conceptos que podrían parecer obvios pero que muchos se empeñan en saltárselos, como la diferencia entre temperatura ambiente y temperatura caliente, y para dejar sentadas ciertas reglas que no es conveniente romper si no se tiene el conocimiento para ello. Tampoco queremos pecar de optimistas, aunque nos den permiso, y este imprescindible libro no impedirá que algunos sigan bebiendo etiquetas en lugar de buenos vinos mientras otros comen a oscuras o tumbados en un sofá porque su revista favorita de tendencias les ha dicho que eso es lo que se lleva en Berlín. La cultura de la apariencia y el esnobismo están demasiado instalados en el disco duro de ciertas clases sociales.
“Permiso para pecar” es, en definitiva, un libro sobre la buena vida, la que, en buena lógica, todos deberíamos aspirar a vivir. En su presentación, hace unos meses, en la librería Alejandría III, pudimos constatar que Soria seguramente vivirá muchos años ya que no le faltan ni vino ni buenos amigos. Los que estuvimos allí estamos de acuerdo en que la gente sin placer nos parece muy peligrosa. Buen provecho.
4 comentarios:
Linda nota camarada, me abrió el apetito. Voy por un vino. Salud.
un gran artículo de Soria en mi otro blog...
http://asumetubarranco.blogspot.com/2007/10/el-uniforme-como-bamos-participar-en.html
Entrevista de Narela Acosta (El Párpado) al Prof. Alberto Soria
-¿A la mesa es mejor ir desnudos?
Por lo que cuenta la historia, las mesas a lo Adán y Eva, no duran mucho sin que algún lío se arme.
-Desnudos de convencionalismos y tradiciones…
- De convencionalismos, quizás, de tradiciones, lo dudo. El gourmet, que no nace sino que se hace, se construye a partir de tradiciones y heredades, a las que suma experien-cias.
- Si desnudo de información previa sobre el ají por ejemplo, voy a una mesa mexicana, hindú, szechuán o de Bali, quizás me maraville. O a señas pida con desesperación, que llamen a los bomberos.
-¿Cómo llegar a ese sentido común que usted clama en el libro sin cruzar la barre-ra del mal gusto?
- Fácil, con sentido común. La banalidad en la cocina -por ejemplo- es expresión de poco, o mal gusto
Veamos un ejemplo. Aquí tengo dos bocados: 1. Sobre pan ligeramente tostado y luego frotado suavemente con ajo, salsa de tomate fresca. Tres aros de cebolla. Sal. Aceite de oliva. Y encima, dos humildes sardinas.
2. Abradacabrante caviar de aceitunas (aceitunas hechas polvo) sobre mezclum de le-chugas a las dos alturas (una con rocío mañanero), lajas de plátano tempurizadas al per-fume de parchita, mini-cevichito de medias-sardinas, mini-albóndigas de mini-risotitto y cuatro petit pois rellenos a la molecular.
Elija.
-Uno de los rasgos más relevantes de este recorrido es que usted no se limita a hablar de estilos en el buen comer, de la sazón, sino que desvía su mirada más allá, para detallar a quién come. ¿Uno puede conocer características especiales de la gente por lo que come y cómo lo come?
- Pregunte a las abuelas y a las mamás y verá qué le dicen. A quienes desprecian los modales en la mesa porque prefieren hacer lo que les da la gana, les recuerdo una frase de Marina: “Hacer lo que da la gana no es ser libre, es obligarme a hacer lo que la gana decide hacer”
-¿Por qué aumentan los restaurantes de los nuevos ricos… la gastronomía y el di-nero fueron al campo un día…?
- Todo tipo que hace rápido mucho dinero, frecuenta todos los restaurantes caros que puede. Como hace eso, cree que es un gourmet. Entonces se le antoja poner un restau-rante para ser famoso. Todos fracasan. Cuando me los tropiezo, les pregunto si les gusta vestir bien. Todos responden que si. Entonces les pregunto porqué no ponen sastrerías.
-El dicho “el mono aunque se vista de seda, mono se queda” tiene cabida en ese mundo, entonces. “el mono aunque coma caviar, mono se queda”.
- En la Sociedad Gourmet de Monos con Modales (SGMM), aseguran que es así.
-¿Es verídico el relato de Beijing, en cuanto al curso masivo que se brindó sobre buenos modales de cara a las Olimpíadas?
- Verídico y documentado por mis amigos, los corresponsales de agencias noticiosas internacionales. Cuando se fue el último turista, regresaron las viejas prácticas
-La reseña que hace de los venezolanos no nos deja muy bien parados en el escena-rio del buen gusto…
- Mi querida Narela, vuelva a leer el libro, no tan rápido. Quienes pudieran quedar mal son algunos arquetipos de comportamiento social, no gentilicios y menos aún nacionali-dades.
-En la mesa hay una cultura más siniestra que diestra, al menos en cuanto a las reglas de uso. Quienes la desconocen, la mayoría, asaltan el pan ajeno. Será porque el común denominador considera lo siniestro como oscuro y maquiavélico.
- Las reglas de la mesa, en su mayoría, son de sentido común para un mundo de dies-tros. A la izquierda va el pan y a la derecha las copas de agua y vino, porque la mayoría moverá con naturalidad más una mano que la otra.Los zurdos, desde la Edad Media, han resuelto con habilidad e inteligencia, los problemas que les plantea una sociedad a con-tramano.
-¿Cómo consideraría su texto: un contra-manual?
- Tres frases en mi memoria, guiaron mis textos: “Sólo viéndolos comer se conoce de verdad a los amigos” (Brillat Savarin); “Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito” (Sor Juana Inés de la Cruz), y “Lo más importante en la vida es apren-der a sentir” de Don Eugenio Montejo, quien se sentaba en la mesa tres y yo en la dos, del Mesón de Andrés.
- Después que con Nelson Garrido entregamos texto y fotos a Ulises Milla y Carola Saravia, el libro cobra su propia vida. Los lectores dirán. Lo que yo piense, ya no im-porta.
artículo y entrevista en Estampas
http://www.eluniversal.com/estampas/encuentros3.shtml
Publicar un comentario