viernes, 13 de enero de 2012

bogotá


El vuelo AV19 de Avianca despega puntualmente desde Carcelona. Como reservé con tiempo me toca el asiento de la salida de emergencia. La azafata me pregunta si estoy dispuesto a colaborar en caso de que sea necesario. No me dice ahí le dejo esa inquietud (mi frase preferida en el castellano colombiano) y me preocupo. La joven de mi lado hace una mueca extraña. Yo sonrío y miro por la ventana. Si de verdad hace falta mi ayuda para salvar a los pasajeros de este avión, es que la cosa está jodida de verdad. Empiezo a leer Los Inmortales, la última novela de Manuel Vilas. Pasa el carrito con la comida y yo hago un gesto con la mano como diciendo, no me molesten, estoy con Vilas. Al rato pasa otra vez la azafata, esta vez con bebidas. Me dice, ¿usted no comió? ¿quiere un whisky en las rocas? ¡en las rocas! ¡cuánto hacía que no escuchaba esto! lo quiero sí, doble, por favor, Coincide que estoy en la página 33 y Saavedra, uno de los protagonistas, un inmortal, anda por las Canarias. Subrayo:
Era maravilloso bañarse en esa playa, porque era una playa construida especialmente por el hombre: unas rocas impedían que el oleaje llegase con fuerza a la orilla.
Con el whisky, Vilas lo sabe, pasa lo mismo. Las rocas son un gran invento para frenar los efectos del brebaje escocés, hacen que el whisky entre más suave, que acaricie el paladar. El caso es que la azafata se llama Esther Ruiz. Las señoras de Avianca suelen ser muy serviciales. Algunas incluso son lectoras. La única vez entré a un avión y vi a una azafata leyendo fue en un vuelo Bogotá-Caracas, en julio del 2009, pocos días después de haber estrenado Los Críticos también lloran. La joven azafata (ver la foto que tomó Jordi Carrion) estaba tan concentrada en el 2666 que ni reparaba en los pasajeros que iban colocándose en sus asientos. Brindo por las azafatas de Avianca, que te sirven todos los whiskys que pides y alguno más también. Lo único que no me funciona demasiado es el uniforme, este híbrido de delantal y mono de mecánico azul, colocado encima de esa camisa roja, no es lo más favorecedor que digamos. La llegada de los whiskys es lo único que me distrae de mi lectura. Ahora estoy en la página 100 y ahí Saavedra se encuentra con Kafka. Dialogan. Subrayo.
KAFKA: El miedo es una creación social. No, no tuve miedo. EL miedo no existe. Tenemos la obligación de intentar ser libres, ¿no le parece? Aunque vivamos poco tiempo, tenemos la obligación de ser felices y libres.
Libre y feliz me acerco al fondo del avión. Pido un vaso de agua, para regular. Justo entonces se desmaya una chica en el pasillo. Las azafatas la tumban en la última fila de asientos. Le dan coca-cola. La chica parece que se reanima un poco. Regreso a mi asiento y a Vilas, al que las azafatas de Iberia despiertan en medio de un viaje a ninguna parte. No sirven Jameson en Avianca, nadie es perfecto, con el etiqueta roja iremos bien, por hoy. Termino la novela a pocas horas de aterrizar. Me siento un poco más inmortal. Tal vez sea el whisky. Pienso entonces que Martín Pérez, fan de Vilas, debería hacer un Música Cretina con los temas musicales de la novela: Joy Division, Johnny Cash, Rafaela Carrá...
Dijo que los artistas éramos inmortales. Nos suele pasar a los escritores, que nos confunden con los artistas, y no sé por qué. Lo más lógico sería que nos confundieran con los camareros o con los taxistas.
Llego a Bogotá. Me sellan el pasaporte. 90 días a 2600 metros más cerca de las estrellas, un poco borracho. No hay de qué preocuparse. Jesucristo también bebía. Vilas lo sabe.
Creo que Jesús de Nazaret fue el primer alcohólico profundo. Su idea de que nos teníamos que amar los unos a los otros es una idea de borracho iluminado. La Última Cena fue una cena de bebedores profesionales, de grandes alcohólicos en conexión con el gran Alcohólico Definitivo, o sea con Dios.

No hay comentarios: