miércoles, 1 de julio de 2009

Diario de colonias 1

EL GUAIRE NO ES CARACAS

Me despierto en el spa con una sonrisa en los labios. Un sueño agradable. El sol se abre paso entre las faldas del Ávila. Debe ser que estoy en Caracas. Desayuno con Anna en Miga's. Un Jugo de naranja natural, 9 bolívares, de los fuertes. Hace apenas dos años costaba tres mil bolívares, de los débiles. Confirmado, estoy en la capital del socialismo del siglo XXI. Después del correspondiente trámite bancario, me encuentro con Ballesta en el Leon, bastante animado a estas horas de la mañana. Me entrega varios ejemplares de Ladosis y compruebo que por fin aparece el artículo sobre Las Burning Ladillas. Un grupo que dará que hablar. O no. A la una me espera la Ramos (la periodista, no la terapeuta) en una misteriosa emisora de radio, detrás de PDVSA. El taxista comenta que desde que la tomó Chávez hay cola para pasar por delante. Antes no. Nostalgia por causas perdidas. El programa, a priori, es sobre responsabilidad social, en la práctica, sobre cualquier vaina. De cambur en cambur terminamos hablando de Casa America Catalunya, del Sonar Kids y de la tortilla de patatas. A las 10 pm, en la 95.5. Otro taxi y llegamos a Los Palos Grandes, el Soho caraqueño. Mientras mi amiga resuelve unas diligencias, almuerzo en el Presidente. La dueña del restaurante, una canaria que llegó a la Venezuela Saudita de finales de los setenta y ya se quedó, me saluda como si aún estuviera en el barrio. ¿Estaba de viaje? me pregunta. Más o menos, le respondo haciéndome el interesante. Rigatone pesto. Lengua financiera. Lechosa sin azúcar. En la tele el gran Dani Alves mete un golazo y en el cielo aparecen nubes amenazantes. Tengo una cita en el Guaire. Me esperan en Plaza Venezuela. Viajo en un metro lleno hasta los teques teques. Mi nueva amiga fotógrafa intenta convencer a unos policías de que trabajen. No es fácil. Sólo les pide que nos escolten media hora, una hora como máximo, en una sesión de fotos a orillas del Guaire. Caracas Segura llevan impreso en letras amarillas en su espalda. Descubro que el Guaire no es Caracas. Eso explicaría el estado en el que está. Llegan más policías. Se encuentran todos en una especie de haima de plástico. Cuento más de veinte. Ninguno nos quiere acompañar. Es un trayecto de apenas 500 metros pero ni así. Que si ellos sólo patrullan las calles, el Guaire es un río, que si no tenemos permiso, ¿desde cuándo hace falta permiso para algo en Caracas?, que si la Granado parece un espía, el cuento habitual de la CIA, etc. Varios indigentes merodean la zona. No puedo asumir el riesgo de que me roben la cámara y las luces, me explica la joven artista. Lo entiendo. Suspendamos la sesión. Déjemonos de fotos y vayamos a una tasca. Al rato me doy cuenta de que estoy en el mítico Callejón de la puñalada. Rubén Blades canta algo sobre el periódico de ayer. El de hoy cuenta que la inflación no ha reducido el consumo de whisky. Simplemente se ha cambiado de marca. De los 18 años se ha pasado a los de rango medio. Como este White Label que me tomo con soda, por supuesto.
También habla la prensa del famoso caso de las cartas de Lucas Meneses. Después de varios meses sin ejemplares disponibles, se confirma que, con papel chino, se ha conseguido imprimir la tercera edición de un libro que, para decirlo alto, claro y con sentimiento, es la ostia. No voy a contarles más, búsquenlo, sólo les dejo un fragmento de una de las cartas que le envía a su querida Andrea...

¿Sabes? La gente que me mira alrededor comenta a escondidas que estoy loco, como si yo no me fijara. Dicen que sólo un loco puede cargar con esta barba y quedarse horas mirando la lejanía del viento, mientras el cabello me tapa los ojos y la brisa lo sacude a desritmos. Ay sí. En fin, ellos no importan. Mis harapos son mis harapos y la gran piedra está allí para mí. Y para ti, Andrea. Para nosotros, que hemos de eternizarnos hasta más nunca. No hay barcos y a veces me hacen falta, y no estoy loco, tú lo sabes, tu muñeca de trapo que dejaste a mi lado para que me hiciera compañía, a la cual de vez en cuando le doy acomodos buscando abrazos infantiles, aguanta junto a mi cuerpo. Junto a mi almohada. Junto a nuestra piel. Esas horas de esperas calmadas avivan tu recuerdo y las pinturas ahora hacen lo mismo que el espejo hace unos años. El mar ha cambiado un poco pero, en el fondo, sigue siendo el mismo. Como decía en el libro, sólo es lo que la gente hace de él. Y yo sigo en la piedra, Andrea, esperándote. Inventando imaginarios y pintando mentiras mientras dejo que el viento haga crecer mis cabellos para ver cada vez menos. En las noches ronco, a veces, y sueño que me despiertas con un beso. Pero mis labios están secos por el salitre. Una niña se cayó ayer en la tarde en la puerta de mi casa y fue capaz de aguantar el llanto para regalarme una sonrisa, no se parecía a ti, pero sacó arrojos de valentía. Creo que me tuvo algo de lástima, algo extraño, como todo lo mío. Un gesto gratuito de humanidad amable y un beso escondido en la frente como el que te mando hoy por la tarde en esta carta.

2 comentarios:

Martín dijo...

¡Inquietudes, bien ahí de nuevo!

Ana dijo...

Caracas, Caracas, Caracas... ¿qué vamos a hacer con Caracas Marc?