INQUIETUDES
diario de un catalán errante por las alturas bogotanas
martes, 17 de enero de 2012
el chamán
Me gusta mucho toda esta historia del chamán. Mucho. En Bogotá llueve demasiado. Casi cada día. Alguien tiene que tomar medidas al respecto. A mí me parece bien lo del chamán. Cuando montamos Los Capullos, un recorrido por la Macarena, compramos 30 paraguas para los espectadores, que debían desplazarse por varios lugares de la también conocida como colina de la deshonra. Hicimos como 25 funciones, en dos temporadas distintas y en el Festival del 2010. Nunca nos llovió. Ahora lo entiendo todo. Fue por el chamán. Gracias.
Acá la noticia tal como la cuentan en Radio Nacional
Si no es por el chamán, clausura del mundial no se habría podido realizar: Ana Marta Pizarro
Ana Marta de Pizarro, directora del Festival Iberoamericano de Teatro, sostuvo en Radio Nacional que la contratación de un chamán para evitar que lloviera durante la clausura del Mundial Sub 20 se justifica porque no se podían exponer a que el espectáculo que tenía 20 minutos exactos de duración se viera frustrado por el agua.
Explicó que se trata de un chamán que siempre ha trabajado para los espectáculos del Festival Iberoamericano de Teatro y que contaba con toda la confianza de Fanny Mickey.
Además, señaló que si hubiese llovido, espectáculos como el de la pólvora no habrían sido posibles en la ceremonia de clausura y los percusionistas que hacían parte del show habrían tenido que competir contra el ruido de la lluvia.
Pizarro manifestó que el contrato total que se firmó con el IDRD para la realización del espectáculo de clausura tuvo un costo de 4.300 millones de pesos y al final se pasó un informe detallado de cada uno de los rubros que se invirtieron.
Todo esto me ha hecho pensar en Johnny Siete Lunas, ese gran personaje de JOP, la magnífica novela de Jim Dodge
“Desde aquella primera visita hasta su muerte, seis años después, Johnny Siete Lunas se dejaba caer sin falta por el rancho de Jake aproximadamente cada dos meses y, mientras Jake disfrutaba de su por lo general silenciosa compañía, anhelaba a la vez la extemporánea alocución. Siete Lunas, ya fuera por respeto o desconfianza hacia el lenguaje, nunca hablaba mucho, pero cuando lo hacía, siempre decía algo. Jake podía recordar unas cuantas de aquellas alocuciones en particular. En una ocasión, conforme contemplaban la puesta de sol sobre el océano, Siete Lunas le dijo con el dulce hastío del asombro eterno: “¿Sabe? He contemplado treinta mil puestas de sol, y no hay dos que recuerde que hayan sido iguales. ¿Qué más se puede pedir?”
domingo, 15 de enero de 2012
el instinto
Primera reunión con el equipo de Las Listas. Mario Duarte ejerce de anfitrión. Nos recibe en su apartamento en las alturas del bosque izquierdo. Me asaltan los buenos recuerdos de los meses que pasé allí. Mario nos cuenta sus andanzas por Córdoba, donde escapó por poco al toque de queda que impusieron los urabeños, una bandacrim (por banda criminal) que al parecer viene o se formó o sus jefes son oriundos o quien sabe porque otra razón, del Urabá antioqueño. Al rato llega Ángela y nos cuenta su reciente asalto. Resulta que anteanoche iba caminando con un amigo por la 94 y fueron asaltados. Su amigo puso resistencia y lo apuñalaron y le perforaron un riñón, a ella “sólo” la amenazaron con un cuchillo y la golpearon. Se siente mejor pero nos confiesa que quedó muy agotada por todo el tema y el shock nervioso, igual vi mi vida en riesgo, concluye. Habrá que ir con cuidado. Bogotá se está volviendo insegura.
Uno de las cosas buenas de vivir aquí es la posibilidad de tener a mano siempre algún ejemplar de la revista El Malpensante. Pasan los años y la publicación sigue manteniendo un altísimo nivel. En el número de diciembre del 2011, leo una excelente nota de Juan Forn sobre Clarice Lispector. Parece ser que la escritora brasileña escribió alguna vez:
“Quiero que los otros comprendan lo que yo jamás entenderé”.
Dice Forn que Lispector les enseñó a los brasileños que se podía pensar sin ser racional. Justamente eso es una de las principales razones por las que me gusta vivir en América Latina. Lo explica así Clarice:
“Estoy habituada a no considerar peligroso pensar. Pienso y no me impresiono. Pero no soy intelectual, ni racional. Eso es usar sobre todo la inteligencia, y yo no hago eso: lo que uso es la intuición, el instinto. Voy a ver una película y no entiendo, pero siento. ¿Voy a verla de vuelta? No, no quiero arriesgarme a entender y no sentir.”
sábado, 14 de enero de 2012
el alcalde guerrillero y los toros
Almuerzo con mi amiga Lázara en La Candelaria, en El Corral Gourmet. Pido una hamburguesa gaucha, con chorizo y chimichurri. Hablamos de los amigos comunes, de los afectos perdidos y de esta ciudad indómita. Bogotá está patas arriba. Obras por todos lados. Corrupciones varias. Un nuevo alcalde. Un alcalde guerrillero, comenta Lázara. No ex-guerrillero, guerrillero a secas. Sin tiempo a asumir el cargo ya tiene a muchos en contra. En un taxi escucho como lo bautizan el Chávez 2. Claro que el alcalde Petro les ayuda. Cuentan que uno de sus primeros gestos fue quitar de su despacho el retrato del fundador de Bogotá y sustituirlo por un Bolívar. ¡Hasta cuándo seguirá el culto bolivariano! Otra polémica lamentable que ha generado el recién llegado es sobre los toros. Petro adopta el discurso animalista de la izquierda fake europea y amenaza con prohibir los toros en Bogotá. Lo único bueno de esto sería que viniera José Tomás a torear a Bogotá. A media tarde aprendo una nueva expresión local: no te hagas la morronga. Dicen los que saben que se refiere a aquellas mujeres que aparentar ser conservadoras y puritanas cuando en realidad son unas zorras. Sobre las zorras escribió hace poco la Rosenvinge creando algo de revuelo. Estoy de acuerdo con ella, un concurso de zorras es justo lo que necesitamos.
No estoy de acuerd, en cambio, con lo que escribe Juan Gabriel Vázquez en El ruido de las cosas al caer sobre el carácter de los bogotanos. Conmigo nunca fueron ni cerrados ni fríos ni distantes. Precisamente su calidez hace soportable este permanente clima otoñal.
“En mis años de vida nadie ha sabido explicarme de manera convincente, más allá de banales causas históricas, por qué un país escoge como capital a su ciudad más remota y escondida. Los bogotanos no tenemos la culpa de ser cerrados y fríos y distantes, porque así es nuestra ciudad, ni se nos puede culpar por recibir con desconfianza a los extraños, pues no estamos acostumbrados a ellos.”
viernes, 13 de enero de 2012
bogotá
El vuelo AV19 de Avianca despega puntualmente desde Carcelona. Como reservé con tiempo me toca el asiento de la salida de emergencia. La azafata me pregunta si estoy dispuesto a colaborar en caso de que sea necesario. No me dice ahí le dejo esa inquietud (mi frase preferida en el castellano colombiano) y me preocupo. La joven de mi lado hace una mueca extraña. Yo sonrío y miro por la ventana. Si de verdad hace falta mi ayuda para salvar a los pasajeros de este avión, es que la cosa está jodida de verdad. Empiezo a leer Los Inmortales, la última novela de Manuel Vilas. Pasa el carrito con la comida y yo hago un gesto con la mano como diciendo, no me molesten, estoy con Vilas. Al rato pasa otra vez la azafata, esta vez con bebidas. Me dice, ¿usted no comió? ¿quiere un whisky en las rocas? ¡en las rocas! ¡cuánto hacía que no escuchaba esto! lo quiero sí, doble, por favor, Coincide que estoy en la página 33 y Saavedra, uno de los protagonistas, un inmortal, anda por las Canarias. Subrayo:
Era maravilloso bañarse en esa playa, porque era una playa construida especialmente por el hombre: unas rocas impedían que el oleaje llegase con fuerza a la orilla.
Con el whisky, Vilas lo sabe, pasa lo mismo. Las rocas son un gran invento para frenar los efectos del brebaje escocés, hacen que el whisky entre más suave, que acaricie el paladar. El caso es que la azafata se llama Esther Ruiz. Las señoras de Avianca suelen ser muy serviciales. Algunas incluso son lectoras. La única vez entré a un avión y vi a una azafata leyendo fue en un vuelo Bogotá-Caracas, en julio del 2009, pocos días después de haber estrenado Los Críticos también lloran. La joven azafata (ver la foto que tomó Jordi Carrion) estaba tan concentrada en el 2666 que ni reparaba en los pasajeros que iban colocándose en sus asientos. Brindo por las azafatas de Avianca, que te sirven todos los whiskys que pides y alguno más también. Lo único que no me funciona demasiado es el uniforme, este híbrido de delantal y mono de mecánico azul, colocado encima de esa camisa roja, no es lo más favorecedor que digamos. La llegada de los whiskys es lo único que me distrae de mi lectura. Ahora estoy en la página 100 y ahí Saavedra se encuentra con Kafka. Dialogan. Subrayo.
KAFKA: El miedo es una creación social. No, no tuve miedo. EL miedo no existe. Tenemos la obligación de intentar ser libres, ¿no le parece? Aunque vivamos poco tiempo, tenemos la obligación de ser felices y libres.
Libre y feliz me acerco al fondo del avión. Pido un vaso de agua, para regular. Justo entonces se desmaya una chica en el pasillo. Las azafatas la tumban en la última fila de asientos. Le dan coca-cola. La chica parece que se reanima un poco. Regreso a mi asiento y a Vilas, al que las azafatas de Iberia despiertan en medio de un viaje a ninguna parte. No sirven Jameson en Avianca, nadie es perfecto, con el etiqueta roja iremos bien, por hoy. Termino la novela a pocas horas de aterrizar. Me siento un poco más inmortal. Tal vez sea el whisky. Pienso entonces que Martín Pérez, fan de Vilas, debería hacer un Música Cretina con los temas musicales de la novela: Joy Division, Johnny Cash, Rafaela Carrá...
Dijo que los artistas éramos inmortales. Nos suele pasar a los escritores, que nos confunden con los artistas, y no sé por qué. Lo más lógico sería que nos confundieran con los camareros o con los taxistas.
Llego a Bogotá. Me sellan el pasaporte. 90 días a 2600 metros más cerca de las estrellas, un poco borracho. No hay de qué preocuparse. Jesucristo también bebía. Vilas lo sabe.
Creo que Jesús de Nazaret fue el primer alcohólico profundo. Su idea de que nos teníamos que amar los unos a los otros es una idea de borracho iluminado. La Última Cena fue una cena de bebedores profesionales, de grandes alcohólicos en conexión con el gran Alcohólico Definitivo, o sea con Dios.
viernes, 6 de noviembre de 2009
La movida madrileña vista por quién no la vivió...
Me pide la revista bogotana Cartel Urbano que escriba un “reportaje jugoso, divertido, extraño, polifónico sobre la Movida Madrileña a través de personajes de la época, de la música que se oía, del cine que se hacía y se veía, de la moda, del periodismo del momento, de la rumba, de los tragos que se tomaban, de los porros que se fumaban, de los bares que frecuentaban los jóvenes de ese entonces…”. No es tarea fácil. En la época de la Movida yo tenía entre cinco y diez años. Ni siquiera disfruté de “La Bola de Cristal”, ese memorable programa infantil que dirigía Alaska en Televisión Española y que se emitía los sábados por la mañana.
Mientras la mayoría de mis compañeros de clase disfrutaban con un programa que trataba a los niños como adultos y en los que se proclamaban mensajes como “viva el mal, viva el capital” o “soy Avería y aspiro a una alcaldía”, y se criticaba por igual a Felipe González, Ronald Reagan o Margaret Thatcher, yo pasaba esos sábados jugando baloncesto. Vivía en Barcelona, a seiscientos kilómetros de la ciudad, en un ambiente familiar conservador y tradicional. Curiosamente, para Pepe Ribas, fundador de la legendaria revista Ajoblanco, en Barcelona se creó el germen de todo lo que pasó en Madrid posteriormente. “La libertad callejera había amanecido en Barcelona a principios de los setenta y fue ahí donde convergió la incipiente cultura underground española. El sectarismo nacionalista, cóctel inventado por la burguesía para transformar la revolución social en revolución nacional, expulsó a muchos artistas de la ciudad condal tras los pactos de la Moncloa de 1977. La España que buscaba la libertad, el arte y el libertinaje conquistó Madrid. Estos productores musicales aburridos del rock progresivo catalán inventaron el rock de la nueva ola en español junto a una serie de “extraños” personajes, muy jóvenes, que vendían revistas underground en las paradas callejeras del El Rastro Madrileño. La desesperanza del punk y el nihilismo existencialista anglosajón se trasformaron en Madrid en un carnaval de colores sin ideología que mezclaba el terror al supermercado con drogas de todo tipo y grandes bacanales. Inmediatamente se abrieron locales, desaparecieron las bandas fascistas que quemaban cines progresistas y estalló el desmadre sexual. Cualquier mezcla fue posible en aquel Madrid de los ochenta. La permisividad se instaló en cualquier rincón y el nacional catolicismo se diluyó como un azucarillo en aguardiente.”
Mientras la mayoría de mis compañeros de clase disfrutaban con un programa que trataba a los niños como adultos y en los que se proclamaban mensajes como “viva el mal, viva el capital” o “soy Avería y aspiro a una alcaldía”, y se criticaba por igual a Felipe González, Ronald Reagan o Margaret Thatcher, yo pasaba esos sábados jugando baloncesto. Vivía en Barcelona, a seiscientos kilómetros de la ciudad, en un ambiente familiar conservador y tradicional. Curiosamente, para Pepe Ribas, fundador de la legendaria revista Ajoblanco, en Barcelona se creó el germen de todo lo que pasó en Madrid posteriormente. “La libertad callejera había amanecido en Barcelona a principios de los setenta y fue ahí donde convergió la incipiente cultura underground española. El sectarismo nacionalista, cóctel inventado por la burguesía para transformar la revolución social en revolución nacional, expulsó a muchos artistas de la ciudad condal tras los pactos de la Moncloa de 1977. La España que buscaba la libertad, el arte y el libertinaje conquistó Madrid. Estos productores musicales aburridos del rock progresivo catalán inventaron el rock de la nueva ola en español junto a una serie de “extraños” personajes, muy jóvenes, que vendían revistas underground en las paradas callejeras del El Rastro Madrileño. La desesperanza del punk y el nihilismo existencialista anglosajón se trasformaron en Madrid en un carnaval de colores sin ideología que mezclaba el terror al supermercado con drogas de todo tipo y grandes bacanales. Inmediatamente se abrieron locales, desaparecieron las bandas fascistas que quemaban cines progresistas y estalló el desmadre sexual. Cualquier mezcla fue posible en aquel Madrid de los ochenta. La permisividad se instaló en cualquier rincón y el nacional catolicismo se diluyó como un azucarillo en aguardiente.”
La Movida, como casi todo lo que pasó en los ochenta, fue vilipendiada en los noventa, y en los últimos años algunos de sus protagonistas han adquirido un estatus que no tuvieron en la época. Para el escritor y diplomático José Antonio de Ory, “la tal Movida era en cualquier caso una fiesta privada y minoritaria, una locura de unos cuantos niños bien fascinados por las drogas y el sexo y con unas ganas tremendas de hacer cosas (el que hacerlas bien no fuera en absoluto fundamental es lo que dio luego pie a las acusaciones de diletantismo y esterilidad creativa del movimiento)”. Quizás una buena manera de explicar esa Movida sea ver qué ha sido de sus protagonistas, esos niñatos que le sacudieron la caspa a la sociedad española posfranquista en una época de permisividad y libertad creativa que no se ha repetido.
Así tenemos a un Pedro Almodóvar que en la época quería ser mamá y que en cambio ahora se codea con los grandes de Hollywood. Tenemos a un Nacho Cano que en su día quería colarse en una fiesta con sus compañeros de Mecano y que hace dos años creó “Hoy no me puedo levantar”, el musical más taquillero de la historia de España. Tenemos a una Alaska que con 14 años tocaba la guitarra en Kaka de Luxe (la banda de punk-rock que fue el campo de pruebas de los músicos que marcaron el camino), a los 17 era partícipe de una lluvia dorada en “Pepe Luci, Bom y otras chicas del montón” (la primera película de Almodóvar), y a los 20 creaba los Pegamoides, luego Dinarama, hasta llegar a Fangoria, el grupo de referencia en la escena pop-electrónica española durante los últimos veinte años. Tenemos a un Antonio Vega que nunca imaginó que “La chica de ayer” acabaría siendo un tema de Enrique Iglesias (también Thalía hizo una versión lamentable de “Y a quien le importa”). Tenemos a un Alberto García-Alix que ha sobrevivido a la heroína, al sida, a sus amigos muertos, y que ahora acaba de inaugurar una retrospectiva de su obra en el Museo Reina Sofía. Tenemos a Ouka-Lele, otra fotógrafa que reflejó esa época sin que nadie le hiciera ni puto caso y que años después recibió el Premio Nacional de Fotografía. Tenemos a Cecilia Roth, que dio sus primeros pinitos como actriz en la película de culto “Arrebato” y que se salvó de la maldición que cayó sobre todos los demás que participaron en ella, sobre todo a un Iván Zulueta que nunca más pudo dirigir otro largometraje. Tenemos a un Santiago Auserón, responsable de Radio Futura, considerada por la crítica especializada como la mejor banda española de los últimos 25 años, reconvertido ahora en Juan Perro, un trovador y filósofo del siglo XXI.
Para Alejandro Castellote, curador de fotografía que en la época trabajaba en el Círculo de Bellas Artes, “muchos de los más visibles en ese periodo de los ochenta, eran los cachorros de familias bien, Ouka Lele, Alix, Alaska, Berlanga, pero por debajo de los brillos del pijerío surgieron muchas cosas que cambiaron la realidad madrileña. Grupos alternativos en Vallecas que dieron la vuelta a barrios tradicionalmente obreros y marginales. Esos nunca salen en las historias oficiales, pero la movida significó el primer acceso a la dignidad y la euforia de esos días, y el relumbrón de los modernos, a menudo no ha dejado ver el bosque”. La lista podría seguir y se puede rastrear en “Madrid ha muerto”, la novela de Luis Antonio de Villena, que más que una novela se puede leer como una crónica de unos años de excesos de todo tipo. Para De Ory, los dos libros fundamentales para entender la época son el inasequible “Músika Moderna” de Fernando Márquez, conocido como El Zurdo y “Sólo se vive una vez”, de José Luis Gallero. También la película “El Calentito”, de Chus Gutiérrez, supone un intento de acercarse a esos años, con el golpe de estado del 23F como telón de fondo, aunque se echa de menos la mala leche de, por ejemplo, “Laberinto de Pasiones”, cuya primera escena se rodó a las puertas de La Bobia, uno de los bares de referencia cuyo lugar ocupa ahora una insulsa cafetería. Otros, en cambio, siguen prácticamente igual, La Vía Láctea, el Penta, la sala Sol, y otros han perdido cualquier seña de identidad, como la en su día mítica sala Rock-ola o la discoteca Carolina, que ahora es un almacén de ropa.
La noche de Madrid ya no es tan canalla como antes pero tampoco nos vamos a poner en plan abuelo-sermoneador con aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Las drogas que se consumieron esos años son las mismas que se consumen ahora y que han puesto a España a la cabeza de todas las estadísticas: hachís y cocaína. Lo significativo de la época fue el culto a la heroína. En los tiempos previos al sida, se combinaba sexo, droga y vida al límite sin ningún tipo de prevención. Consecuencia, una trágica lista de muertos: Canito, Eduardo Pegamoide, Enrique P., las Costus, Manuel Piña, Fernando Vijande, Will More (el protagonista de Arrebato), los hermanos Haro Ibars, Poch...
La Movida también tuvo su estética, sus diseñadores, su moda. Radio Futura la inmortalizó con “Y yo caí enamorado de la moda juvenil, de los precios y rebajas que vi, enamorado de ti, sí yo caí enamorado de la moda juvenil, de los chicos de las chicas de los maniquís, enamorado de ti”. Los hombres españoles perdieron el miedo a las tiendas de ropa. A Blanca Sánchez se le atribuye gran parte del mérito de lo que luego se ha llamado el estilo Almodóvar. Ella lo desmiente aunque admite que siempre le prestaba “sus trapitos” para que vistiera a todas esas chicas del montón que aparecían en sus primeras películas. Blanca no se hizo famosa pero en cambio hace dos años fue la curadora que montó la exposición retrospectiva en la sala Alcalá 31. Obras de los artistas Guillermo Pérez Villalta, Martín Begué, Ceesepe, El Hortelano, Mariscal, Costus, o de Alfonso Albacete se mostraron junto a los trabajos menos conocidos de otros artistas multidisciplinares como Carlos Berlanga, Victor Aparicio o Carlos García Alix.
En definitiva, creo que la mayoría estaría de acuerdo con Castellote cuando afirma que la Movida fue, para los españoles, “sobre todo mucho ruido, poca calidad, pero mucha energía y muchas ganas de pertenecer de una puta vez a la modernidad y dejar de ver cómo todos los trenes de los grandes cambios -el 68, el movimiento hippie, el rock, el cine, etc.- pasaban de largo”.
miércoles, 30 de septiembre de 2009
Sexo en mi pueblo
Prólogo de Marc Caellas
Hace poco Nicolas Bourriaud, teórico de la estética relacional, ha declarado que uno de los ejes principales del arte actual es "el pasado definido a través de territorio y uso, articulado en y a través del espacio". En la producción de un arte que despliega signos, historias y lugares, el pasado no se asimila en el presente como un hecho, sino que se despliega como una ficción. Sexo en mi pueblo actúa del mismo modo. No sabemos, ni nos importa, si lo que se cuenta es autobiográfico o no. Lo que sí sabemos es que esas historias eróticas -admito varias erecciones durante mi lectura- funcionan como un poderoso levanta-colchones. Un texto afrodisíaco que compromete lo real al situarlo más allá de lo verdadero, haciéndolo transitar por los senderos, mucho más interesantes, de lo auténtico.
De todo lo expuesto en la Bienal de Venecia de este año, destacó anecdóticamente un rincón del pabellón nórdico, presidido por una mesa con una máquina de escribir de la cuál sobresalía un papel con este texto:
THE EROTIC WRITER – A NOVEL AN AUTOBIOGRAPHY
CHAPTER ONE
A novelist is living in a exquisitely crafted modernist house
Podemos imaginarnos a Leo Campos sentado en su estudio, quizás no tan exquisito ni modernista como el de los Giardini de Venecia pero con ese encanto algo corrupto que destilan las Colinas de Bello Monte. Quizás en esa mesa en la que escribe el joven Campos, también queden abandonados restos de colillas, fotografías homoeróticas, pañuelos usados, post-its con crípticos mensajes, vasos, como en la del artista inglés Simon Fujiwara, incluido en la muestra escandinava que recordamos aquí, The Collectors, irónica puesta en escena de las las tensiones entre lo público y lo privado (que por cierto parece plantear una solución a las mismas, pues se trata del hogar de unos ficticios coleccionistas que acaban muertos en la piscina de la casa que tratan de vender).
Aunque se rumorea que ha publicado ya otro libro -de naturaleza epistolar- con otro nom de plume, a falta de mayores detalles, Sexo en mi pueblo parece ser la ópera prima de Leo Campos. Un debut arriesgado, como casi todo lo que emprende el audaz Campos. Ni es una novela, ni un conjunto de cuentos, ni una selección de crónicas. ¿Qué es entonces? Buena literatura. Erótica, sí, pero también romántica, utópica, evocadora de un espacio, físico y mental, que tal vez Leo dejó olvidado en ese San Félix de su infancia y juventud. Territorio y uso: “En los pueblos, esa mentira llamada “ciudad pequeña” que se acompaña con palabras gruesas: progreso, crecimiento, promesa, planificación; el vapor suele marcarlo todo, o casi todo.” Las páginas de este libro emanan un vapor de inocente lujuria, de ésa que desata pasiones desde temprana edad, creando perversas vinculaciones entre amigos, familiares y conocidos. Será el vapor, pues, o el trópico embriagador, pero las páginas se nos pegan a los dedos como las nalgas de la prima al joven de quince años que todos quisiéramos volver a ser.
Leo Campos lleva años agitando las aguas caraqueñas con la euforia de quienes no ceden ante la indiferencia o la ignorancia. En primer plano, al frente de Plátano Verde, o retirado en sus trincheras familiares, comandando proyectos editoriales suicidas, como la estupenda 2021, e incluso desde el cyberespacio, a los mandos de http://www.mijaragual.com/. Ahora, gracias a la loable iniciativa de Ulises Milla, Sexo en mi pueblo inaugura un sello que aspira también a remover las apacibles olas del mercado editorial criollo, ofreciendo a los ávidos lectores venezolanos una pequeño rastreo de las propuestas literarias latinoamericanas más innovadoras. Como este bocado, esta tapa literaria que engullimos a la espera de que llegue el plato principal, el lomito literario que Campos cocina discreto, mientras se entretiene con talleres académicos, periodistas famosos y homenajes a Bolaño. Estética relacional, en definitiva, o maneras de comunicarse. Sólo dinos algo Leo, esa prima tuya del libro existe, ¿verdad?
De todo lo expuesto en la Bienal de Venecia de este año, destacó anecdóticamente un rincón del pabellón nórdico, presidido por una mesa con una máquina de escribir de la cuál sobresalía un papel con este texto:
THE EROTIC WRITER – A NOVEL AN AUTOBIOGRAPHY
CHAPTER ONE
A novelist is living in a exquisitely crafted modernist house
Podemos imaginarnos a Leo Campos sentado en su estudio, quizás no tan exquisito ni modernista como el de los Giardini de Venecia pero con ese encanto algo corrupto que destilan las Colinas de Bello Monte. Quizás en esa mesa en la que escribe el joven Campos, también queden abandonados restos de colillas, fotografías homoeróticas, pañuelos usados, post-its con crípticos mensajes, vasos, como en la del artista inglés Simon Fujiwara, incluido en la muestra escandinava que recordamos aquí, The Collectors, irónica puesta en escena de las las tensiones entre lo público y lo privado (que por cierto parece plantear una solución a las mismas, pues se trata del hogar de unos ficticios coleccionistas que acaban muertos en la piscina de la casa que tratan de vender).
Aunque se rumorea que ha publicado ya otro libro -de naturaleza epistolar- con otro nom de plume, a falta de mayores detalles, Sexo en mi pueblo parece ser la ópera prima de Leo Campos. Un debut arriesgado, como casi todo lo que emprende el audaz Campos. Ni es una novela, ni un conjunto de cuentos, ni una selección de crónicas. ¿Qué es entonces? Buena literatura. Erótica, sí, pero también romántica, utópica, evocadora de un espacio, físico y mental, que tal vez Leo dejó olvidado en ese San Félix de su infancia y juventud. Territorio y uso: “En los pueblos, esa mentira llamada “ciudad pequeña” que se acompaña con palabras gruesas: progreso, crecimiento, promesa, planificación; el vapor suele marcarlo todo, o casi todo.” Las páginas de este libro emanan un vapor de inocente lujuria, de ésa que desata pasiones desde temprana edad, creando perversas vinculaciones entre amigos, familiares y conocidos. Será el vapor, pues, o el trópico embriagador, pero las páginas se nos pegan a los dedos como las nalgas de la prima al joven de quince años que todos quisiéramos volver a ser.
Leo Campos lleva años agitando las aguas caraqueñas con la euforia de quienes no ceden ante la indiferencia o la ignorancia. En primer plano, al frente de Plátano Verde, o retirado en sus trincheras familiares, comandando proyectos editoriales suicidas, como la estupenda 2021, e incluso desde el cyberespacio, a los mandos de http://www.mijaragual.com/. Ahora, gracias a la loable iniciativa de Ulises Milla, Sexo en mi pueblo inaugura un sello que aspira también a remover las apacibles olas del mercado editorial criollo, ofreciendo a los ávidos lectores venezolanos una pequeño rastreo de las propuestas literarias latinoamericanas más innovadoras. Como este bocado, esta tapa literaria que engullimos a la espera de que llegue el plato principal, el lomito literario que Campos cocina discreto, mientras se entretiene con talleres académicos, periodistas famosos y homenajes a Bolaño. Estética relacional, en definitiva, o maneras de comunicarse. Sólo dinos algo Leo, esa prima tuya del libro existe, ¿verdad?
miércoles, 9 de septiembre de 2009
Chávez declara la guerra al Golf
Los gobiernos regionales amenazan con expropiar los campos del deporte «burgués»
por JAIME LÓPEZ.
La Guaira (Venezuela)
Desde la terraza del club de golf de Caraballeda, situado sobre las faldas de una montaña con vistas al Caribe y a una marina con capacidad para 200 barcos, el socialismo de Hugo Chávez parecía algo inofensivo.
Es lo que pensaban sus socios hasta que el líder de la revolución bolivariana puso su punto de mira sobre lo que califica de «deporte de la burguesía».
«Yo respeto todos los deportes, pero hay deportes y deportes», aseguró el mandatario venezolano durante su programa de televisión Aló Presidente, después de analizar el déficit habitacional de muchas ciudades venezolanas.
«El golf no es un deporte popular… Sólo un pequeño burgués puede jugar golf. El golf es un deporte de burgueses», enfatizó el mes pasado Hugo Chávez, quien terminó su disertación diciendo que «el mejor campo de golf en Venezuela es aquel en el que se siembra de maíz». Además, dijo que los carritos que utilizan los golfistas para desplazarse por las instalaciones ilustran su carácter perezoso.
Desde que pronunció estas palabras, el club de Caraballeda, y otro situado en Maracay (a 100 kilómetros de Caracas), han sufrido constantes presiones por grupos cercanos al chavismo, mientras los gobiernos regionales amenazan con la expropiación de estos centros para construir viviendas de bajo coste y un parque infantil.
Alejandro Calles, un venezolano de tez oscura y boca desdentada que trabaja desde hace 50 años como caddy en este campo de nueve hoyos, dice que cerrarlo «sería como cortar un brazo al pueblo. Es una fuente de trabajo muy importante, y un apoyo al turismo».
La costa de Vargas, ubicada a escasos 30 kilómetros de Caracas, es un empobrecido estado de pescadores que vivió su época dorada durante el boom petrolero de los años 70. Unos deslaves de tierras en 1999, durante los que fallecieron más de 25.000 personas por las fuertes lluvias, y la clausura de los principales centros turísticos de la zona -el Hotel Sheraton y el Hotel Meliá Caribe- sumieron a este litoral caribeño en la desidia y el olvido.
«Tras el cierre de estos hoteles, somos la fuente de empleo más importante de la región. Cerca de 300 personas trabajan en nuestras instalaciones náuticas y de golf», apunta Gian Carlos Pérez, gerente del club de Caraballeda, que actualmente se disputa con el Gobierno regional de Vargas estos terrenos.
La declaración de Chávez contra el golf desencadenó todo tipo comentarios. El canal de noticias Globovisión, que mantiene una línea crítica con el Gobierno, emitió imágenes del guerrillero Ernesto Che Guevara jugando a este deporte: «Uno de los iconos de la revolución, palito en mano y buscando un huequito», dijo su popular presentador, Leopoldo Castillo. También el portavoz del Departamento de Estado de Estados Unidos, Philip J. Crowley, ironizó sobre la capacidad de Chávez de «dividir al hemisferio», y dijo que él se ha erigido en «embajador para el golf del Departamento de Estado» para contrarrestar las críticas del líder socialista.
La beligerancia de la revolución bolivariana contra los campos de golf no es nueva. En el año 2006, el ex alcalde de Caracas, Juan Barreto, intentó expropiar las instalaciones del lujoso Country Club de Caracas para construir viviendas subvencionadas, pero un juicio empantanó la confiscación de estas tierras.
«Si se clausuran estas dos canchas, el número de campos cerrados en los últimos tres años será de nueve», advirtió el director de la Federación Venezolana de Golf, Julio Torres, quien puso en contraposición a China, un país de la órbita comunista que ha construido más de 300 campos dedicados a la práctica de este deporte.
Chávez, que dice llevar a Venezuela hacia el «socialismo del siglo XXI» con agresivas nacionalizaciones de empresas, ofrece en sus programas de televisión un amplio abanico de consejos, que muchos de sus correligionarios acatan como órdenes. Desde menospreciar el golf por ser un «deporte de la burguesía» hasta orientar a los padres que tienen que regalar a sus hijos.
Las videoconsolas «fortalecen el individualismo, el egoísmo y la violencia», dijo la semana pasada Chávez, quien sugirió otros más tradicionales como la peonza o el yoyó. «No hay conexión con los amiguitos del barrio ni con la familia. Los niños a veces se enferman, los captura la máquina… Eso es malo, malo, malo», agregó el líder revolucionario.
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