domingo, 19 de julio de 2009

diario de colonias 4

LA COMPAÑÍA DE JESÚS


El jueves llegan Margarita y José Tomás. Ya estamos todos. Ensayamos en nuestra cabaña, que cada vez nos parece más una finca, una hacienda, un espacio donde podríamos convivir, donde podríamos amarnos, donde podríamos incluso crear un grupo de teatro, un grupo que, lo sabemos, se llamaría, no podría tener otro nombre, la compañía de Jesús. Ay, si apuntáramos todas las frases que dice el Parra, comenta Leo mientras se sirve otro ron, o se lo sirve Angola, que para eso tiene la mano suelta, que cuando lo hace se siente como el mentor de todos, que se comporta como un padre borracho, inteligente pero borracho, un hombre de letras, lo que se llama un poeta. Llega también Jordi con Victoria De Stefano, que no Di Stefano aclara, a quién hemos liado para que haga un cameo en nuestra función. Nadie lo sabe aún pero su aparición es uno de los grandes momentos del culebrón intelectual. Un pequeño climax de emoción, un chantaje emocional, una trampa, como cuando Spielberg pone esas cuerdas de John Williams en el momento en el que Tom Hanks mira al infinito. Sabemos el truco pero se nos pone la piel de gallina igual. A Bolaño le hubiera gustado. Por lo menos le gusta a Carolina, la viuda, que se emociona con Victoria y los críticos, y sonríe, y aplaude, y eso que en la Bienal se han puesto todos de acuerdo y se refieren a ella como la esposa de Bolaño. Carolina de Bolaño, dicen, la esposa del escritor Roberto Bolaño, así la presentan, como si el escritor chileno no hubiera muerto, lo cuál tal vez sea cierto, quizás esté tras esas montañas que nos rodean riéndose de nuestras ocurrencias, como, y ésta sí la anoto, cuando Parra dice: "vinimos a Mérida para enterarnos de que Vila-Matas descubrió el zen". No adelantemos los acontecimentos. Volvamos al ensayo. Jueves noche. Mansión Laterre. Pequeño desastre. Quizás sea mejor así. Mal ensayo, buena función, dicen los teatreros. Como no sé si esto es teatro, o una mesa redonda, o un perfomance literario, o una broma con pretensiones, tampoco sé si aplican las frases hechas de la gente del teatro. Que si el amarillo da mala suerte, que si hace falta decir merde antes de empezar, que si un regalito el día del estreno... Voy pensando en estas vainas en el taxi que nos conduce a Mogambo, un restaurante merideño en donde Jordi ha programado un recital poético: corbina o lomito, Vilas o Angola, cerveza o vino, Irene o Luis. La pasamos bien. Buena comida, mejores poemas, aplaudidos por el respetable a pesar de los intentos de Carrion por censurarnos. De repente es medianoche en la ciudad de bien y del mal (¿o era el jardín?). Hora de volver a la cabaña. Miramos de convencer al grupo Quimera y afines pero ni caso. Regresamos nosotros solos. Los sospechosos habituales. La compañía de Jesús. No hace falta más para prender la rumba. A partir de aquí tragos, bailes, risas, portazos, besos, huidas, ladridos... pura literatura, puro cuento, pura ficción. Los críticos también lloran.   

De la noche en Mogambo, con todo el respeto para el resto de poetas, me quedo, y Margarita también, con este texto del gran Manuel Vilas...


EL INMADURO

Me pasa siempre, y duele, y confunde. Debe ser algo relacionado con la desesperación de vivir. Si estoy en Barcelona, me gustaría estar en Madrid.Si estoy en Zaragoza, me gustaría estar en La Coruña. Si estoy en La Coruña, me gustaría estar en la cima del Aneto, comiendo setas venenosas bajo el cielo helado. Si voy al cine, en mitad de la película me entran unas ganas revolucionarias de estar en mi casa viendo la televisión. Si estoy sentado en el sofá viendo la televisión, me gustaría estar muerto y enterrado en el cementerio, contando los días que faltasen para la resurrección de la carne.Todo me persigue, ciudades, cines, casas, cementerios. Si estoy con amigos, preferiría estar con amigas. Si estoy con amigas, me gustaría estar con enemigas. Si estoy con enemigas, me gustaría estar en casa durmiendo la siesta. Si me compro unos zapatos con cordones, en que salgo de la tienda y ando por la calle empiezo a envidiar a todos aquellos que llevan zapatos sin cordones. Y también me pasa con las camisas, las cazadoras, los pijamas, y las sandalias en el verano. Y también con las vidas: Si me pienso abogado, preferiría ser médico. Si médico, sacerdote. Si sacerdote, hombre casado y con siete hijos. Si casado, soltero. Si soltero, viudo muy apenado. Si viudo, monje. Si monje, matador de toros. Estés donde estés, no has acertado por completo. Siempre hay algo más barato y mejor por ahí. Siempre hay vistas desconocidas en el acantilado de la vida. Me está matando esto de vivir una sola vida. La gran muerte de vivir en una sola forma.


miércoles, 15 de julio de 2009

diario de colonias 3


MERIDA, MI HERIDA

Aeropuerto de Maiquetía. Martes tarde. Nada es lo que parece. Una metáfora de Venezuela, claro. Volamos a Mérida pero nuestro destino es El Vigía. Volamos a El Vigía pero en la pizarra indica Maturín. Volamos a Maturín con Santa Bárbara pero en el avión relucen las letras de Aserca Airlines, la compañía que efectivamente vuela a El Vigía. Nadie se inquieta. Se asume la confusión como parte del paisaje mental. El cineasta Beto Arvelo también viaja en este vuelo. Lleva dos días en aeropuertos y aviones. Le está entrando complejo de Tom Hanks. Salió de su hotel en L.A. hace dos días y confía en llegar hoy a su casa en Mérida. Bromeamos sobre la posibilidad de que se quede sin asiento. Son de libre disposición los puestos, o sea para el que llegue primero. Volamos por fin. Voy leyendo "Sin título", la segunda novela de Margarita Posada. Antes de llegar a nuestro destino la termino. Inteligencia: alta, caràcter: intenso, cultura: global, capacidad de fabulacion: total, prosodia: àgil, uso del castellano: àgil, hasta que punto alguien conoce la obra de otro? Un tal Ricardo nos conduce montaña arriba a toda velocidad. Solo reduce la marcha cuando divisa a lo lejos las siluetas de los miembros de la Guardia Nacional. En apenas ochenta km nos topamos con cuatro alcabalas. Todos con cara de pocos amigos. La señora María Elvira nos espera en Kaurylandia. La Hechicera, Santa Rosa, Terrefinca, Laterre. Nombres, palabras, motes, asociados a este remanso de paz, este oasis de tranquilidad que para siempre será Kaurylandia, aunque no esté Kaury con nosotros. Como estamos hambrientos, aprovechamos el taxi de Ricardo para bajar a Mérida y cenar en la Abadía, un peculiar restaurante decorado con motivos religiosos en donde los mesoneros van disfrazados de monjes. Como el lugar es agradable y la comida excelente, dejamos de lado nuestros prejuicios. Trucha a las finas hierbas, por favor. Un par de cervezas en Virosca y de regreso a la cabaña. El miércoles empieza la Bienal. En la primera mesa hablan Alberto Barrera y Jordi Carrion. Los otros tres invitados no aparecen. Mejor así. La cosa va sobre los territorios del escritor. Viajar, perder países, que diría Vila-Matas. Las intervenciones de ambos son breves, pero ilustradas. El primero cita a Kertesz y el segundo a Clarín. No me quedo para las preguntas. Camino por los pasillos y promociono un rato nuestro "numerito", como lo bautizó Margarita. Ustedes son puro espectáculo, nos espeta "Abraham" Diómedes, el pastor del rebaño de escritores que se han reunido en el hotel la Pedregosa. Es un culebrón intelectual, concluimos Leo y yo. Así lo llamaremos a partir de ahora. Los críticos también lloran (homenaje a Bolaño). En la tarde llega el Parra y con él la noticia de que el segundo árbitro más famoso del mundo se hospeda en el hotel. Se trata del argentino Horacio Elizondo, un trencilla con nombre de poeta y porte de aristócrata. Vila-Matas, por supuesto, ya hablado con él. Pronto, en las páginas de deportes de El País, sabremos sobre qué. De repente lo vemos en el lobby. Llamamos a Ednodio, que en la Bienal ejerce de Presidente, de orador de orden y de fotógrafo, para que nos tome una foto. Se ha quedado sin batería. Elizondo pierde la paciencia, como con Zidane. No nos expulsa pero suelta un gemido desaprobatorio. Nos resignamos a quedarnos sin foto. Finalmente aparece una Blackberry. Habemus foto. Nos enteramos de que Elizondo está en Mérida impartiendo un curso a jóvenes árbitros venezolanos. Podría estar en la Bienal también. Debería estar en ella de hecho. Literatura y futbol. Mientras llega su taxi, nos cuenta que escribe cuentos y ensayos. Aún no ha publicado nada. Sus autores favoritos son Galeano y Benedetti. No le gusta la noveau roman. El más emocionado con el encuentro es Sergio Chejfec, que nos pide que le mandemos copia de la foto a su mujer. Descubro que Elizondo es una celebrity en Argentina. Sobre todo para los escritores argentinos. Literatura y futbol.
En la foto, tomada por la temperamental Troconis, desde la izquierda: Leo Campos, Ednodio Quintero, este cronista, Horacio Elizondo, Sergio Chefjec y Jesus Ernesto Parra. Puro espectàculo.
En homenaje a Elizondo, adjunto este texto de Eduardo Galeano sobre el deporte rey...

Fútbol a sol y a sombra

La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí. En este mundo del fin de siglo, el fútbol profesional condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable. A nadie da de ganar esa locura que hace que el hombre sea niño por un rato, jugando como juega el niño con el globo y como juega el gato con el ovillo de lana: bailarín que danza con una pelota leve como el globo que se va al aire y el ovillo que rueda, jugando sin saber que juega, sin motivo y sin reloj y sin juez. El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue. La tecnocracia del deporte profesional ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía. Por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que se sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad.

jueves, 2 de julio de 2009

diario de colonias 2


LA BOMBA Y EN STEREO

Fuego. Enciéndelo. Fuego. Tengo esas palabras dentro de mi cabeza. Saltan, se contonean, se deslizan entre mis neuronas mientras recuerdo el tremendo show que vivimos unos pocos privilegiados en el césped del colegio Angloamericano. Es el cierre de la jornada del sábado en el festival Malpensante. Toca esta banda que se define como de canción popular melodramática. Al frente, la inconmensurable Li Saumet, un híbrido imposible entre la Mala Rodríguez, Pink y Elena Anaya. Fogonazos de cambur. Puñetazos de mango. Pura vida. Energía solar. http://www.youtube.com/watch?v=Td1hajshtGA Jordi Carrion sonríe a mi lado. Me pide, me suplica, me implora incluso, que los invite a Barcelona. Están los primeros en la lista, le digo mientras otro Jordi, el Peralta, baila con ese rictus de felicidad que le acompaña en las noches bogotanas. Cada vez hace más frío. Nos da igual, hoy ganaremos el mundial. Fuego. Enciéndelo. Fuego. ¿Literatura y política? "If music be the food of love, play on" tengo escrito en mi moleskine pirata. De Shakespeare, según parece. Play on, Li, play on. Entre salto y salto, caras malpensantes conocidas vibrando con Bomba Estereo. Me olvido durante un rato de ese escritor mexicano de buena familia que escribe novelitas eróticas ambientadas en Marruecos y que se atreve a soltar en una mesa sobre literatura y política que Bolaño habla de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez para quedar bien con su público. Dedícate a lo tuyo, o sea a moderar mesas sobre la paja femenina, por ejemplo, que eso lo haces bien. Gracias, la gerencia. Por lo demás la mesa erótica es francamente instructiva. Aprendo, por ejemplo, que el Lelo es el Rolls Royce de los vibradores. Es recargable, tiene varias velocidades, lucecitas. Marta Orrantia afirma que puedes metértelo entre los calzones y caminar por ahí... Ahora entiendo tanta alegría andante. También me entero de la utilidad de los ositos. No son un reflejo de un infantilismo mal llevado. No. Son un instrumento de placer en noches de soledad. Que lo sepan. También me entero de que Juanita Kremer es famosa porque declaró que sólo se desnudaría en Soho si un millón de personas se lo pedían. Minuto de juego y resultado: 1.023.443 firmas recogidas. La Kremer, una 34B, desnuda en Soho. Así son las cosas y así se las hemos contado, que decía un gran presentador de la televisión española. La tercera panelista, y es por ella que estoy sentado en la cuarta fila, es mi querida Jimena Duran, gran actriz y mejor amiga, que no necesita ni siliconas ni columnas de sexo para ser sexy. Ella gozó de su primera paja a los once años y fue como haber podido cruzar el charco a toda velocidad. Aprovecha para saludar a todos los ex-amantes que están presentes. Me ruborizo, como si formara parte de ese grupo... "La paja está inundada", afirma el moderador, y hay risas por la sala, y a continuación se discute sobre el tamaño de las manos, ¿el tamaño importa?, y en esas estamos cuando pide la palabra el mejor amigo de los embajadores de España en Venezuela, o sea Ibsen Martínez, para declamar una copla llanera:
la mujer de mano grande
no me gusta ni un poquito
porque todo lo que agarra
le parece muy chiquito
Luego interviene Fina Castro y habla de un pueblo tan pobre tan pobre que no tenía casa de putas sino choza de pajas...
Más risas y termina la sesión Marta, con la afirmación de que las mujeres colombianas son las más berracas. No seré yo quien lo discuta. Tal vez lo haga el bueno de José Tomás Angola, que me acompaña estos días por tierras cachacas y del que rescato este mini-relato de su inédito libro NECROLOGÍAS MÍNIMAS

Noche a noche
Noche a noche papá la veía llegar. Apestando a licor barato hundía el atardecer en aquellos gruesos vasos de vidrio y se arrinconaba en el balcón a esperar que los búhos volaran al revés y los muy malditos siempre flotaban para adelante. Noche a noche veía a mamá irse a la seis para luego regresar a las doce. Llegaba apestando a cigarrillo, a sudor de otro, como si una nube de colillas y orín la abrazara y la acompañara al canto de la medianoche. Para entonces papá había sofocado la poca hombría que le quedaba en ese luengo y quemante trago de alcohol que era la luna. Noche a noche papá se fue haciendo más pequeño que las marionetas del teatrito con el que jugábamos. La enfermedad que le asfixiaba las piernas y la mitad derecha del cuerpo lo había dejado del tamaño de la deshonra y mamá, desesperada con nuestros llantos de hambre, había decidido ponerse los zapatos de raso violeta y el vestido de seda con escote vulgar, para noche a noche, lanzarse por calles relamidas por perros apestosos y buscar, como si se tratase de una reliquia sacra, la comida que nos terminara de callar.Papá no servía de nada. Su boca era una mueca entre sonrisa y arcada y sus ojos de cuarteado granate miraban sin mirar. Yo sí sabía qué miraba. La miraba a ella noche a noche salir a las seis y regresar a las doce. Y si no lloraba era porque la miserable enfermedad le había comido hasta el lacrimal. Ella nunca se dio cuenta, o no quiso darse cuenta, de que papá la esperaba asqueado de esa luna pestífera a humillación que como farol de teatro se ponía en la corona de sus cabellos y la seguía por la calle que quedaba rota con las huellas de sus zapatos de raso morado. Así fue por meses y meses hasta que papá no aguantó más y una noche tomó el revolver que guardaba en la cómoda. Como se lo permitía la inmunda enfermedad cargó con seis municiones el arma y se puso a dispararle a los búhos que nunca quisieron volar para atrás. Cinco aves derribó y guardó la última bala para ella. Con la paciencia de la piedra se quedó esperando su arribo y cuando por el fondo de la calle la vio llegar, marcando huellas con sus zapatos de raso violeta, levantó el revolver y la mató. Mató a la desgraciada luna que noche a noche se la iluminaba como reflector teatral. Y en la oscuridad por fin pudo llorar.

miércoles, 1 de julio de 2009

Diario de colonias 1

EL GUAIRE NO ES CARACAS

Me despierto en el spa con una sonrisa en los labios. Un sueño agradable. El sol se abre paso entre las faldas del Ávila. Debe ser que estoy en Caracas. Desayuno con Anna en Miga's. Un Jugo de naranja natural, 9 bolívares, de los fuertes. Hace apenas dos años costaba tres mil bolívares, de los débiles. Confirmado, estoy en la capital del socialismo del siglo XXI. Después del correspondiente trámite bancario, me encuentro con Ballesta en el Leon, bastante animado a estas horas de la mañana. Me entrega varios ejemplares de Ladosis y compruebo que por fin aparece el artículo sobre Las Burning Ladillas. Un grupo que dará que hablar. O no. A la una me espera la Ramos (la periodista, no la terapeuta) en una misteriosa emisora de radio, detrás de PDVSA. El taxista comenta que desde que la tomó Chávez hay cola para pasar por delante. Antes no. Nostalgia por causas perdidas. El programa, a priori, es sobre responsabilidad social, en la práctica, sobre cualquier vaina. De cambur en cambur terminamos hablando de Casa America Catalunya, del Sonar Kids y de la tortilla de patatas. A las 10 pm, en la 95.5. Otro taxi y llegamos a Los Palos Grandes, el Soho caraqueño. Mientras mi amiga resuelve unas diligencias, almuerzo en el Presidente. La dueña del restaurante, una canaria que llegó a la Venezuela Saudita de finales de los setenta y ya se quedó, me saluda como si aún estuviera en el barrio. ¿Estaba de viaje? me pregunta. Más o menos, le respondo haciéndome el interesante. Rigatone pesto. Lengua financiera. Lechosa sin azúcar. En la tele el gran Dani Alves mete un golazo y en el cielo aparecen nubes amenazantes. Tengo una cita en el Guaire. Me esperan en Plaza Venezuela. Viajo en un metro lleno hasta los teques teques. Mi nueva amiga fotógrafa intenta convencer a unos policías de que trabajen. No es fácil. Sólo les pide que nos escolten media hora, una hora como máximo, en una sesión de fotos a orillas del Guaire. Caracas Segura llevan impreso en letras amarillas en su espalda. Descubro que el Guaire no es Caracas. Eso explicaría el estado en el que está. Llegan más policías. Se encuentran todos en una especie de haima de plástico. Cuento más de veinte. Ninguno nos quiere acompañar. Es un trayecto de apenas 500 metros pero ni así. Que si ellos sólo patrullan las calles, el Guaire es un río, que si no tenemos permiso, ¿desde cuándo hace falta permiso para algo en Caracas?, que si la Granado parece un espía, el cuento habitual de la CIA, etc. Varios indigentes merodean la zona. No puedo asumir el riesgo de que me roben la cámara y las luces, me explica la joven artista. Lo entiendo. Suspendamos la sesión. Déjemonos de fotos y vayamos a una tasca. Al rato me doy cuenta de que estoy en el mítico Callejón de la puñalada. Rubén Blades canta algo sobre el periódico de ayer. El de hoy cuenta que la inflación no ha reducido el consumo de whisky. Simplemente se ha cambiado de marca. De los 18 años se ha pasado a los de rango medio. Como este White Label que me tomo con soda, por supuesto.
También habla la prensa del famoso caso de las cartas de Lucas Meneses. Después de varios meses sin ejemplares disponibles, se confirma que, con papel chino, se ha conseguido imprimir la tercera edición de un libro que, para decirlo alto, claro y con sentimiento, es la ostia. No voy a contarles más, búsquenlo, sólo les dejo un fragmento de una de las cartas que le envía a su querida Andrea...

¿Sabes? La gente que me mira alrededor comenta a escondidas que estoy loco, como si yo no me fijara. Dicen que sólo un loco puede cargar con esta barba y quedarse horas mirando la lejanía del viento, mientras el cabello me tapa los ojos y la brisa lo sacude a desritmos. Ay sí. En fin, ellos no importan. Mis harapos son mis harapos y la gran piedra está allí para mí. Y para ti, Andrea. Para nosotros, que hemos de eternizarnos hasta más nunca. No hay barcos y a veces me hacen falta, y no estoy loco, tú lo sabes, tu muñeca de trapo que dejaste a mi lado para que me hiciera compañía, a la cual de vez en cuando le doy acomodos buscando abrazos infantiles, aguanta junto a mi cuerpo. Junto a mi almohada. Junto a nuestra piel. Esas horas de esperas calmadas avivan tu recuerdo y las pinturas ahora hacen lo mismo que el espejo hace unos años. El mar ha cambiado un poco pero, en el fondo, sigue siendo el mismo. Como decía en el libro, sólo es lo que la gente hace de él. Y yo sigo en la piedra, Andrea, esperándote. Inventando imaginarios y pintando mentiras mientras dejo que el viento haga crecer mis cabellos para ver cada vez menos. En las noches ronco, a veces, y sueño que me despiertas con un beso. Pero mis labios están secos por el salitre. Una niña se cayó ayer en la tarde en la puerta de mi casa y fue capaz de aguantar el llanto para regalarme una sonrisa, no se parecía a ti, pero sacó arrojos de valentía. Creo que me tuvo algo de lástima, algo extraño, como todo lo mío. Un gesto gratuito de humanidad amable y un beso escondido en la frente como el que te mando hoy por la tarde en esta carta.