viernes, 6 de noviembre de 2009

La movida madrileña vista por quién no la vivió...


Me pide la revista bogotana Cartel Urbano que escriba un “reportaje jugoso, divertido, extraño, polifónico sobre la Movida Madrileña a través de personajes de la época, de la música que se oía, del cine que se hacía y se veía, de la moda, del periodismo del momento, de la rumba, de los tragos que se tomaban, de los porros que se fumaban, de los bares que frecuentaban los jóvenes de ese entonces…”. No es tarea fácil. En la época de la Movida yo tenía entre cinco y diez años. Ni siquiera disfruté de “La Bola de Cristal”, ese memorable programa infantil que dirigía Alaska en Televisión Española y que se emitía los sábados por la mañana.
Mientras la mayoría de mis compañeros de clase disfrutaban con un programa que trataba a los niños como adultos y en los que se proclamaban mensajes como “viva el mal, viva el capital” o “soy Avería y aspiro a una alcaldía”, y se criticaba por igual a Felipe González, Ronald Reagan o Margaret Thatcher, yo pasaba esos sábados jugando baloncesto. Vivía en Barcelona, a seiscientos kilómetros de la ciudad, en un ambiente familiar conservador y tradicional. Curiosamente, para Pepe Ribas, fundador de la legendaria revista Ajoblanco, en Barcelona se creó el germen de todo lo que pasó en Madrid posteriormente. “La libertad callejera había amanecido en Barcelona a principios de los setenta y fue ahí donde convergió la incipiente cultura underground española. El sectarismo nacionalista, cóctel inventado por la burguesía para transformar la revolución social en revolución nacional, expulsó a muchos artistas de la ciudad condal tras los pactos de la Moncloa de 1977. La España que buscaba la libertad, el arte y el libertinaje conquistó Madrid. Estos productores musicales aburridos del rock progresivo catalán inventaron el rock de la nueva ola en español junto a una serie de “extraños” personajes, muy jóvenes, que vendían revistas underground en las paradas callejeras del El Rastro Madrileño. La desesperanza del punk y el nihilismo existencialista anglosajón se trasformaron en Madrid en un carnaval de colores sin ideología que mezclaba el terror al supermercado con drogas de todo tipo y grandes bacanales. Inmediatamente se abrieron locales, desaparecieron las bandas fascistas que quemaban cines progresistas y estalló el desmadre sexual. Cualquier mezcla fue posible en aquel Madrid de los ochenta. La permisividad se instaló en cualquier rincón y el nacional catolicismo se diluyó como un azucarillo en aguardiente.”

La Movida, como casi todo lo que pasó en los ochenta, fue vilipendiada en los noventa, y en los últimos años algunos de sus protagonistas han adquirido un estatus que no tuvieron en la época. Para el escritor y diplomático José Antonio de Ory, “la tal Movida era en cualquier caso una fiesta privada y minoritaria, una locura de unos cuantos niños bien fascinados por las drogas y el sexo y con unas ganas tremendas de hacer cosas (el que hacerlas bien no fuera en absoluto fundamental es lo que dio luego pie a las acusaciones de diletantismo y esterilidad creativa del movimiento)”. Quizás una buena manera de explicar esa Movida sea ver qué ha sido de sus protagonistas, esos niñatos que le sacudieron la caspa a la sociedad española posfranquista en una época de permisividad y libertad creativa que no se ha repetido.

Así tenemos a un Pedro Almodóvar que en la época quería ser mamá y que en cambio ahora se codea con los grandes de Hollywood. Tenemos a un Nacho Cano que en su día quería colarse en una fiesta con sus compañeros de Mecano y que hace dos años creó “Hoy no me puedo levantar”, el musical más taquillero de la historia de España. Tenemos a una Alaska que con 14 años tocaba la guitarra en Kaka de Luxe (la banda de punk-rock que fue el campo de pruebas de los músicos que marcaron el camino), a los 17 era partícipe de una lluvia dorada en “Pepe Luci, Bom y otras chicas del montón” (la primera película de Almodóvar), y a los 20 creaba los Pegamoides, luego Dinarama, hasta llegar a Fangoria, el grupo de referencia en la escena pop-electrónica española durante los últimos veinte años. Tenemos a un Antonio Vega que nunca imaginó que “La chica de ayer” acabaría siendo un tema de Enrique Iglesias (también Thalía hizo una versión lamentable de “Y a quien le importa”). Tenemos a un Alberto García-Alix que ha sobrevivido a la heroína, al sida, a sus amigos muertos, y que ahora acaba de inaugurar una retrospectiva de su obra en el Museo Reina Sofía. Tenemos a Ouka-Lele, otra fotógrafa que reflejó esa época sin que nadie le hiciera ni puto caso y que años después recibió el Premio Nacional de Fotografía. Tenemos a Cecilia Roth, que dio sus primeros pinitos como actriz en la película de culto “Arrebato” y que se salvó de la maldición que cayó sobre todos los demás que participaron en ella, sobre todo a un Iván Zulueta que nunca más pudo dirigir otro largometraje. Tenemos a un Santiago Auserón, responsable de Radio Futura, considerada por la crítica especializada como la mejor banda española de los últimos 25 años, reconvertido ahora en Juan Perro, un trovador y filósofo del siglo XXI.

Para Alejandro Castellote, curador de fotografía que en la época trabajaba en el Círculo de Bellas Artes, “muchos de los más visibles en ese periodo de los ochenta, eran los cachorros de familias bien, Ouka Lele, Alix, Alaska, Berlanga, pero por debajo de los brillos del pijerío surgieron muchas cosas que cambiaron la realidad madrileña. Grupos alternativos en Vallecas que dieron la vuelta a barrios tradicionalmente obreros y marginales. Esos nunca salen en las historias oficiales, pero la movida significó el primer acceso a la dignidad y la euforia de esos días, y el relumbrón de los modernos, a menudo no ha dejado ver el bosque”. La lista podría seguir y se puede rastrear en “Madrid ha muerto”, la novela de Luis Antonio de Villena, que más que una novela se puede leer como una crónica de unos años de excesos de todo tipo. Para De Ory, los dos libros fundamentales para entender la época son el inasequible “Músika Moderna” de Fernando Márquez, conocido como El Zurdo y “Sólo se vive una vez”, de José Luis Gallero. También la película “El Calentito”, de Chus Gutiérrez, supone un intento de acercarse a esos años, con el golpe de estado del 23F como telón de fondo, aunque se echa de menos la mala leche de, por ejemplo, “Laberinto de Pasiones”, cuya primera escena se rodó a las puertas de La Bobia, uno de los bares de referencia cuyo lugar ocupa ahora una insulsa cafetería. Otros, en cambio, siguen prácticamente igual, La Vía Láctea, el Penta, la sala Sol, y otros han perdido cualquier seña de identidad, como la en su día mítica sala Rock-ola o la discoteca Carolina, que ahora es un almacén de ropa.

La noche de Madrid ya no es tan canalla como antes pero tampoco nos vamos a poner en plan abuelo-sermoneador con aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Las drogas que se consumieron esos años son las mismas que se consumen ahora y que han puesto a España a la cabeza de todas las estadísticas: hachís y cocaína. Lo significativo de la época fue el culto a la heroína. En los tiempos previos al sida, se combinaba sexo, droga y vida al límite sin ningún tipo de prevención. Consecuencia, una trágica lista de muertos: Canito, Eduardo Pegamoide, Enrique P., las Costus, Manuel Piña, Fernando Vijande, Will More (el protagonista de Arrebato), los hermanos Haro Ibars, Poch...
La Movida también tuvo su estética, sus diseñadores, su moda. Radio Futura la inmortalizó con “Y yo caí enamorado de la moda juvenil, de los precios y rebajas que vi, enamorado de ti, sí yo caí enamorado de la moda juvenil, de los chicos de las chicas de los maniquís, enamorado de ti”. Los hombres españoles perdieron el miedo a las tiendas de ropa. A Blanca Sánchez se le atribuye gran parte del mérito de lo que luego se ha llamado el estilo Almodóvar. Ella lo desmiente aunque admite que siempre le prestaba “sus trapitos” para que vistiera a todas esas chicas del montón que aparecían en sus primeras películas. Blanca no se hizo famosa pero en cambio hace dos años fue la curadora que montó la exposición retrospectiva en la sala Alcalá 31. Obras de los artistas Guillermo Pérez Villalta, Martín Begué, Ceesepe, El Hortelano, Mariscal, Costus, o de Alfonso Albacete se mostraron junto a los trabajos menos conocidos de otros artistas multidisciplinares como Carlos Berlanga, Victor Aparicio o Carlos García Alix.

En definitiva, creo que la mayoría estaría de acuerdo con Castellote cuando afirma que la Movida fue, para los españoles, “sobre todo mucho ruido, poca calidad, pero mucha energía y muchas ganas de pertenecer de una puta vez a la modernidad y dejar de ver cómo todos los trenes de los grandes cambios -el 68, el movimiento hippie, el rock, el cine, etc.- pasaban de largo”.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Sexo en mi pueblo


Prólogo de Marc Caellas
Hace poco Nicolas Bourriaud, teórico de la estética relacional, ha declarado que uno de los ejes principales del arte actual es "el pasado definido a través de territorio y uso, articulado en y a través del espacio". En la producción de un arte que despliega signos, historias y lugares, el pasado no se asimila en el presente como un hecho, sino que se despliega como una ficción. Sexo en mi pueblo actúa del mismo modo. No sabemos, ni nos importa, si lo que se cuenta es autobiográfico o no. Lo que sí sabemos es que esas historias eróticas -admito varias erecciones durante mi lectura- funcionan como un poderoso levanta-colchones. Un texto afrodisíaco que compromete lo real al situarlo más allá de lo verdadero, haciéndolo transitar por los senderos, mucho más interesantes, de lo auténtico.

De todo lo expuesto en la Bienal de Venecia de este año, destacó anecdóticamente un rincón del pabellón nórdico, presidido por una mesa con una máquina de escribir de la cuál sobresalía un papel con este texto:

THE EROTIC WRITER – A NOVEL AN AUTOBIOGRAPHY
CHAPTER ONE
A novelist is living in a exquisitely crafted modernist house

Podemos imaginarnos a Leo Campos sentado en su estudio, quizás no tan exquisito ni modernista como el de los Giardini de Venecia pero con ese encanto algo corrupto que destilan las Colinas de Bello Monte. Quizás en esa mesa en la que escribe el joven Campos, también queden abandonados restos de colillas, fotografías homoeróticas, pañuelos usados, post-its con crípticos mensajes, vasos, como en la del artista inglés Simon Fujiwara, incluido en la muestra escandinava que recordamos aquí, The Collectors, irónica puesta en escena de las las tensiones entre lo público y lo privado (que por cierto parece plantear una solución a las mismas, pues se trata del hogar de unos ficticios coleccionistas que acaban muertos en la piscina de la casa que tratan de vender).

Aunque se rumorea que ha publicado ya otro libro -de naturaleza epistolar- con otro nom de plume, a falta de mayores detalles, Sexo en mi pueblo parece ser la ópera prima de Leo Campos. Un debut arriesgado, como casi todo lo que emprende el audaz Campos. Ni es una novela, ni un conjunto de cuentos, ni una selección de crónicas. ¿Qué es entonces? Buena literatura. Erótica, sí, pero también romántica, utópica, evocadora de un espacio, físico y mental, que tal vez Leo dejó olvidado en ese San Félix de su infancia y juventud. Territorio y uso: “En los pueblos, esa mentira llamada “ciudad pequeña” que se acompaña con palabras gruesas: progreso, crecimiento, promesa, planificación; el vapor suele marcarlo todo, o casi todo.” Las páginas de este libro emanan un vapor de inocente lujuria, de ésa que desata pasiones desde temprana edad, creando perversas vinculaciones entre amigos, familiares y conocidos. Será el vapor, pues, o el trópico embriagador, pero las páginas se nos pegan a los dedos como las nalgas de la prima al joven de quince años que todos quisiéramos volver a ser.

Leo Campos lleva años agitando las aguas caraqueñas con la euforia de quienes no ceden ante la indiferencia o la ignorancia. En primer plano, al frente de Plátano Verde, o retirado en sus trincheras familiares, comandando proyectos editoriales suicidas, como la estupenda 2021, e incluso desde el cyberespacio, a los mandos de http://www.mijaragual.com/. Ahora, gracias a la loable iniciativa de Ulises Milla, Sexo en mi pueblo inaugura un sello que aspira también a remover las apacibles olas del mercado editorial criollo, ofreciendo a los ávidos lectores venezolanos una pequeño rastreo de las propuestas literarias latinoamericanas más innovadoras. Como este bocado, esta tapa literaria que engullimos a la espera de que llegue el plato principal, el lomito literario que Campos cocina discreto, mientras se entretiene con talleres académicos, periodistas famosos y homenajes a Bolaño. Estética relacional, en definitiva, o maneras de comunicarse. Sólo dinos algo Leo, esa prima tuya del libro existe, ¿verdad?

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Chávez declara la guerra al Golf


Los gobiernos regionales amenazan con expropiar los campos del deporte «burgués»
por JAIME LÓPEZ.

La Guaira (Venezuela)

Desde la terraza del club de golf de Caraballeda, situado sobre las faldas de una montaña con vistas al Caribe y a una marina con capacidad para 200 barcos, el socialismo de Hugo Chávez parecía algo inofensivo.
Es lo que pensaban sus socios hasta que el líder de la revolución bolivariana puso su punto de mira sobre lo que califica de «deporte de la burguesía».
«Yo respeto todos los deportes, pero hay deportes y deportes», aseguró el mandatario venezolano durante su programa de televisión Aló Presidente, después de analizar el déficit habitacional de muchas ciudades venezolanas.
«El golf no es un deporte popular… Sólo un pequeño burgués puede jugar golf. El golf es un deporte de burgueses», enfatizó el mes pasado Hugo Chávez, quien terminó su disertación diciendo que «el mejor campo de golf en Venezuela es aquel en el que se siembra de maíz». Además, dijo que los carritos que utilizan los golfistas para desplazarse por las instalaciones ilustran su carácter perezoso.
Desde que pronunció estas palabras, el club de Caraballeda, y otro situado en Maracay (a 100 kilómetros de Caracas), han sufrido constantes presiones por grupos cercanos al chavismo, mientras los gobiernos regionales amenazan con la expropiación de estos centros para construir viviendas de bajo coste y un parque infantil.
Alejandro Calles, un venezolano de tez oscura y boca desdentada que trabaja desde hace 50 años como caddy en este campo de nueve hoyos, dice que cerrarlo «sería como cortar un brazo al pueblo. Es una fuente de trabajo muy importante, y un apoyo al turismo».
La costa de Vargas, ubicada a escasos 30 kilómetros de Caracas, es un empobrecido estado de pescadores que vivió su época dorada durante el boom petrolero de los años 70. Unos deslaves de tierras en 1999, durante los que fallecieron más de 25.000 personas por las fuertes lluvias, y la clausura de los principales centros turísticos de la zona -el Hotel Sheraton y el Hotel Meliá Caribe- sumieron a este litoral caribeño en la desidia y el olvido.
«Tras el cierre de estos hoteles, somos la fuente de empleo más importante de la región. Cerca de 300 personas trabajan en nuestras instalaciones náuticas y de golf», apunta Gian Carlos Pérez, gerente del club de Caraballeda, que actualmente se disputa con el Gobierno regional de Vargas estos terrenos.
La declaración de Chávez contra el golf desencadenó todo tipo comentarios. El canal de noticias Globovisión, que mantiene una línea crítica con el Gobierno, emitió imágenes del guerrillero Ernesto Che Guevara jugando a este deporte: «Uno de los iconos de la revolución, palito en mano y buscando un huequito», dijo su popular presentador, Leopoldo Castillo. También el portavoz del Departamento de Estado de Estados Unidos, Philip J. Crowley, ironizó sobre la capacidad de Chávez de «dividir al hemisferio», y dijo que él se ha erigido en «embajador para el golf del Departamento de Estado» para contrarrestar las críticas del líder socialista.
La beligerancia de la revolución bolivariana contra los campos de golf no es nueva. En el año 2006, el ex alcalde de Caracas, Juan Barreto, intentó expropiar las instalaciones del lujoso Country Club de Caracas para construir viviendas subvencionadas, pero un juicio empantanó la confiscación de estas tierras.
«Si se clausuran estas dos canchas, el número de campos cerrados en los últimos tres años será de nueve», advirtió el director de la Federación Venezolana de Golf, Julio Torres, quien puso en contraposición a China, un país de la órbita comunista que ha construido más de 300 campos dedicados a la práctica de este deporte.
Chávez, que dice llevar a Venezuela hacia el «socialismo del siglo XXI» con agresivas nacionalizaciones de empresas, ofrece en sus programas de televisión un amplio abanico de consejos, que muchos de sus correligionarios acatan como órdenes. Desde menospreciar el golf por ser un «deporte de la burguesía» hasta orientar a los padres que tienen que regalar a sus hijos.
Las videoconsolas «fortalecen el individualismo, el egoísmo y la violencia», dijo la semana pasada Chávez, quien sugirió otros más tradicionales como la peonza o el yoyó. «No hay conexión con los amiguitos del barrio ni con la familia. Los niños a veces se enferman, los captura la máquina… Eso es malo, malo, malo», agregó el líder revolucionario.

sábado, 8 de agosto de 2009

Diario de colonias 5

ME LLAMO VILA-MATAS 

Por Ednodio Quintero. (*) 

      Como ya todo el mundo lo sabe en este salón, y como será divulgado a partir de esta misma noche a los cuatro vientos y en treinta y dos lenguas, incluyendo el guaraní, me llamo Enrique Vila-Matas. Muchos, a partir de este momento memorable, me llamarán Doctor, como a uno de los más entrañables personajes de una novela mía titulada:Doctor Pasavento —experto en el arte de desaparecer. Así pues, no se extrañen si al final de esta velada solemne, en lugar de mi figura de carne y hueso (oculta en esta vestimenta medieval), de piel teñida por los soles de otoño del Mediterráneo —allá donde nací, como dice una canción de mi amigo Serrat— y en parte bruñida por el resplandor vespertino y caribeño que baña la principesca mansión de mi amigo del alma Sergio Pitol, en Xalapa, Veracruz, no se extrañen, digo, si al final de todo esto desaparezco por alguna alameda del fin del mundo. No se extrañen si al buscarme encuentran una de esas magníficas máquinas solteras ideadas por Marcel Duchamp, desnudo bajando una escalera desde la buhardilla del edificio donde viviera Marguerite Duras, y portando la maleta que llevaba Walter Benjamin en su pavorosa y letal huida por la frontera franco-española, muy cerca de Port Bou. Sí, señoras y señores, me llamo Enrique Vila-Matas. Llámenme Doctor, Doctor Vila-Matas.
      Muchas gracias a todos por estar aquí… Y ahora le concedo la palabra a mi amigo Quintero, samurai de los Andes. 
      

Gracias, Enrique: nos quedó muy bien esta brevísima y portátil pieza de impostura y de ventrílocuos, casi de Locus Solus, que nos recomendó en una cantina de Guadalajara, en noviembre del 96, el Napoleón de las Letras Centroamericanas: don Augusto Monterroso. Deberíamos incorporarla a una próxima edición de América de Franz Kafka, en el capítulo inconcluso del Gran Teatro de Oklahoma, donde al final iremos a parar todos.
      

Y ahora sí, señoras y señores, doy comienzo a mi perorata.
      Cuando se me encomendó la honrosa tarea de intervenir en el acto solemne donde la Universidad de los Andes otorgaría a Enrique Vila-Matas el título de Doctor Honoris Causa en Letras, la más alta distinción concedida por nuestra Bicentenaria casa de estudios, acepté encantado. Luego pasé unas semanas dando vueltas y vueltas como una peonza buscando un punto de apoyo, aquella palanca que tanto ansiara Arquímedes para mover el mundo, y yo para moverme en el mundo de Vila-Matas, para navegar en ese mar proceloso de Odiseo que se divisa desde la luminosa ventana del apartamento del escritor en la Travesía del Mal en Barcelona. Mare nostrum, azul.
      Decidí entonces que para celebrar al amigo y al escritor, debería adentrarme de nuevo en su mundo, es decir en su escritura, en esa maravillosa construcción verbal que viene enriqueciendo y vilamatiando desde hace ya más de treinta años nuestra reseca y enjuta lengua castellana, como que nació y se desarrolló en las áridas mesetas de Castilla. Acercarme además a la elegante figura del dandy de Cataluña, que se pasea orondo y refistolero, regalándonos su esplendorosa y leve sonrisa de gato de Chesire, desde el barrio de Gracia en la ciudad Condal, hasta una esquina de la Mérida de Picón-Salas, allí donde el mismo Enrique descubrió el auténtico “Aleph” de Jorge Luis Borges. Ya sabemos que Vila-Matas en su travesía transoceánica, como si viajara en elTransatlántico de Gombrowicz, hizo escala en Dublín para celebrar el 105º aniversario del mítico periplo de Leopoldo Bloom y luego se detuvo en New York para tomarse un capuchino con Paul Auster. 
      En fin, que tomé la decisión irrevocable de hacer un discurso vila-matiano, una semblanza personal alejada de la caspa y la solemnidad, próxima al afecto y la amistad, eso sí reconociendo como un ferviente lector los valores intrínsecos de una obra perdurable que he visto en algunos casos germinar, desarrollarse y crecer, hasta alcanzar el esplendor y la maestría de sus últimas realizaciones. Pienso en Bartleby y compañía, pienso en Dietario voluble. 
      Decidí transitar los senderos abreviados de la literatura portátil, y luego de encomendarme al espíritu de Raymond Roussel me aventuro en este merecido y emotivo homenaje a Vila-Matas con una lectura titulada: UN SHANDY EN LAS REGIONES EQUINOCCIALES, que pudiera llamarse a secas: DOCTOR VILA-MATAS. Concebida esta lectura como el guión de una película, protagonizada por el mismo Enrique y dirigida por Jean-Luc Godard. Vamos ya a filmar. Luz, cámara, acción.


            

ESCENA UNODe la mano de una señorita de compañía
      Otoño de 1955. A una hora temprana y bajo una ventisca gris ceniza, por una calle del barrio de Gracia de Barcelona avanza un niño de siete años llevado de la mano por una señorita de compañía, severa, recatada y monjil. El niño, ya lo adivinaron, es Enrique camino de la escuela, portando en bandolera el pesado bulto escolar repleto de libros, cuadernos y de una libretita donde va anotando las primeras palabras que le llaman la atención: escapulario, vergel, cinematógrafo, almácigo. Sin que el niño tenga conciencia de su tarea, aquella libreta es una representación de sus futuros dietarios y la primigenia raíz de su vocación de escritor. El infante paseante se sabe desde siempre un infatigable explorador y acucioso observador, y en aquel recorrido habitual que se habrá de prolongar a lo largo de una década irá barriendo con su mirada detalles del entorno que su memoria prodigiosa guardará para un futuro museo de artefactos inútiles nimbados de una belleza colosal: la verde herrumbre de un farol, el resplandor terroso de un muro de ladrillos, las formas románicas de un portal, la sombra de una golondrina como una ráfaga contra una blanca pared.
      A mediados de los cincuenta, en aquella ciudad mediterránea no se respiraban precisamente aires de libertad. El Caudillo se había aposentado desde hacía tiempo en la lejana Madrid y gobernaba con garra de hierro, por la gracia de Dios. Barcelona era tal vez su víctima más encarnecida, por europea, bilingüe, próspera y rebelde. Puertas adentro, sin embargo, en el hogar de Enrique se susurraba con optimismo que el futuro, aunque impreciso y lejano, los recompensaría con generosidad. Mientras tanto, el niño Enrique, camino a la escuela intenta librarse de la fina y recia mano de la señorita para saltar en un solo pie por la solitaria calleja jugando a una imaginaria rayuela, expresando con su danza callejera la inmensa alegría de vivir.
      Siempre me ha llamado la atención el hecho nada casual de que en la obra de Vila-Matas la política pareciera estar ausente o encapsulada en la psicología de algunos personajes, en ningún caso expuesta de forma directa, menos aún como una actitud militante. Este rasgo por demás significativo denota la fuerza de una elección. Enrique siempre ha sabido que ser libre es poseer la capacidad de elegir. Y él ha elegido una propuesta estética, radical y profundamente original. Ante el realismo rampante que imperaba en la literatura peninsular y que se ocupaba (y se ocupa todavía, tal vez con razón) de conjurar los espectros de una guerra fratricida y civil, Vila-Matas apostó por una literatura ligera e irónica, ligada a los reclamos de la cotidianidad, imaginativa y ocurrente, plena de un humor risueño, inteligente y elegante, enraizada en la tradición de la modernidad, alejada de lo parroquial, abierta a las nuevas formas, fundamentada en el arte como forma de vivir, que no establece diferencia alguna entre la vida y el acto de escribir. Pues ya se sabe que escribir es una de las formas más espléndidas y radicales de ejercer la libertad.
      Nos despedimos entonces del niño Enrique, que al pasar frente al legendario cine Metropol se detiene para observar un cartel y aprovecha una distracción de la señorita para librarse de la tibia atadura, y con un grito de apache a esa hora matutina, en el centro de la calle solitaria bailar eufórico su propia rayuela.


            

ESCENA DOSEn el Tequila Express
      Conocí a Enrique Vila-Matas en el hall de un hotel situado frente al majestuoso Zócalo de Ciudad de México el 28 de noviembre de 1992, justo un día antes de la segunda intentona golpista de aquel año en mi país. Ambos habíamos sido invitados, junto a un grupo de narradores de diferentes países, a un encuentro en México D.F. y Guadalajara, Jalisco. Desde un primer momento, tal vez por razones estéticas, esotéricas y nicotínicas, Enrique y yo congeniamos, como si en los así recordados como años de castigo yo hubiera sido su compañero de pupitre en el colegio de los padres maristas, o como sí él por aquellas mismas fechas (somos rigurosamente contemporáneos) me hubiera acompañado en el anca de Diablo, mi caballo, en mi diaria travesía hacia la escuela en un páramo de Trujillo. Se podría conjeturar entonces que aquel encuentro tenía visos de reencuentro. Sin embargo, lo que quiero destacar aquí es la figura literaria del simpático y extraño escritor que yo acababa de conocer.
      En el 92, aunque poco conocido, Enrique Vila-Matas ya era un escritor hecho y derecho. En el 85 había publicado Historia abreviada de la literatura portátil, precedida de Impostura (1984) y del cuarteto inicial de sus libros de varia invención.Una casa para siempre apareció en el 88, y los cuentos de Suicidios ejemplares (1991) alcanzaban una segunda edición. En México se le apreciaba en un selecto círculo que incluía a Sergio Pitol, Juan Villoro, Augusto Monterroso y Álvaro Mutis, pero, a decir verdad, la crítica peninsular, con las excepciones del caso, lo trataba con cierto desdén.
      Historia abreviada de la literatura portátil comenzaba a despuntar como un veloz pez espada que emerge de las profundidades y apenas asoma la nariz. Aquel libro de dimensiones modestas se iba a convertir con el paso del tiempo en un objeto de culto, en la cantera donde hoy vienen a abrevar los miles de vila-matianos dispersos en los más recónditos lugares del planeta. Desde su portada minimalista nos mira de reojo, a ras de la visera de su boina de piloto, una encarnación de Enrique Vila-Matas, mucho antes de la existencia del Photoshop: montado en un bólido de época, 1929, a punto de salir disparado rumbo a las alamedas del fin del mundo. En este breve libro, al igual que en la iniciática novela Impostura, están las claves y los postulados esenciales, y las manías y las fobias y las estrategias narrativas de la obra entera de Enrique Vila-Matas, hoy por hoy un escritor imprescindible e ineludible en el concierto de la modernidad, en cualquier idioma y en cualquier lugar. Curiosamente, el menos ibérico de los escritores españoles se ha convertido en el paladín de las letras castellanas, digno heredero de Cervantes, sobrino de Borges y primo hermano de Juan Villoro.
      Aunque se me acuse de explorador impune me detendré unos instantes en este primer fruto dorado de la imaginación de Vila-Matas. Concebido quizá como un divertimento, como un homenaje no tan secreto al Raymond Roussell de Impresiones de África, e imbuido claro está de cierto espíritu Dadá, y aspirando (digo yo) a convertirse en uno de aquellos objects trouvés a la manera de Duchamp, Historia abreviada… resulta a todas luces encantador e inclasificable. Una sociedad secreta de discretos y risueños conspiradores que abogan por el triunfo del arte portátil, de fácil transportación. Máquinas solteras, simulaciones, espejos, golems y odradeks van armando un delicioso puzzle en el cual vemos desfilar con sus trajes casuales a lo más granado de la fauna artística de la así llamada vanguardia del siglo XX. Convertidos cada uno, a su manera y sin saberlo, en protagonistas de la novela de un joven shandy: Enrique Vila-Matas (Shandy: suerte de dandy, cuya genealogía deriva de la célebre novela de Laurence Sterne: Tristram  Shandy). No voy a narrar aquí las peripecias de aquellos ilustres y chalados artistas, ni siquiera les daré una pista acerca del enigmático capítulo titulado: “Nuevas impresiones de Praga”. Y me abstendré de consignar la lista de los sesenta y tantos celebérrimos personajes que se pasean por las páginas de la novela, sólo nombraré a Man Ray, Pola Negri y Georgia O’Keefe.
      Y para justificar el título de esta escena, “En el Tequila Express”, les contaré que al día siguiente de haber conocido a Vila-Matas, él y yo junto a una tropa de escritores latinoamericanos, casi todos curdos y ninguno del Kurdistán, abordamos un tren nocturno y lentísimo rumbo a Guadalajara. Una leyenda urbana pretende hacernos creer que en aquella etílica travesía yo le salvé la vida a un elegante y atildado escritor catalán que no cesaba de contar chistes muy graciosos, aunque subidos de tono, delante de un auditorio de mexicas beodos y carentes de humor, que en un arranque de furia al estilo Jalisco pretendían arrojar al divertido escritor por la ventanilla del tren. Enrique dice que no se acuerda de aquel suceso digno de una película de Buster Keaton. Sin embargo, cuando alguien alude al ya mítico episodio, Enrique sonríe, no sé por qué.


            

ESCENA TRESMérida, mi herida.
      Tal vez en el tren nocturno o al día siguiente en Guadalajara, o quizá de labios de su querido amigo Juan Villoro que en el 91 había estado por estos lares, Enrique se enteró por primera vez de la existencia de esta ciudad serrana, Mérida, mi herida, ubicada en las estribaciones norteñas de la cordillera de los Andes, al occidente de un país surrealista llamado Venezuela. Tal vez por esa curiosidad suya de viajero impenitente, Enrique aceptó sin vacilación alguna asistir a la II Bienal de Literatura que tuvo lugar en Mérida en septiembre del 93. En tan singular ocasión acudieron a Mérida, desde 14 países, narradores y críticos de diversas tendencias, unidos en torno al arte de narrar, destacándose entre la legión extranjera: Sergio Pitol, Jesús Díaz, Juan Villoro, César Aira, R.H. Moreno-Durán, Sergio Chejfec, Dick Gerdes, Hernán Lara Zavala, Héctor Libertella, Edgardo Rodríguez Julia, y la nutrida delegación local encabezada por Salvador Garmendia, Oswaldo Trejo y Julio Miranda.
      Enrique nos regaló, en su inolvidable intervención, una deliciosa primicia. Con voz de actor, que recordaba a su admirado Marcelo Mastroiani, leyó los 27 fragmentos de “Recuerdos inventados”, que al año siguiente daría título a su Primera Antología Personal. Recuerdo que cuando Enrique leyó el fragmento Nº 7 que dice así: “Me llamo Sergio Pitol y pienso, cuando leo a Tabucchi, en ciertos pasajes de la pintura metafísica italiana en que todo es muy nítido, muy exacto, muy certero, y al mismo tiempo definitivamente irreal”, un aprendiz de crítico, maracucho, que estaba a mi lado, comentó: “Vos veis, primo, yo creía que el maestro Pitol era una persona mayor”. Sergio Pitol, que acababa de cumplir 60 años, estaba sentado en la primera fila y sonreía encantado. Ojalá y esta noche nadie se confunda y diga que Enrique Vila-Matas tiene rasgos aindiados o de japonés —como yo. 
      En aquella segunda incursión de Enrique Vila-Matas a las Regiones Equinocciales del Nuevo Mundo, pues sólo había estado antes en México, fueron muchos los lazos y vínculos que el joven narrador logró establecer y cimentar con sus pares escritores de aquí y de allá. Su huella quedó impresa en nuestra memoria colectiva, y algunos cuentan de él anécdotas increíbles y divertidas, muchas de ellas inventadas o soñadas. Alguien afirmó, jurando sobre las cenizas de Italo Svevo, furioso y consabido fumador, haberlo visto a altas horas de la madrugada jugando baccarat en un antro llamado La Otra Banda de Lautréamont en compañía de Pepe Barroeta. Yo daría mi mesada por haberlo visto, como me contó que lo había visto una amiga mía de Biscucuy, conversando en el parque trasero del hotel con el espectro elegante, de punta en blanco, con sombrero y bastón, de don Fernando Pessoa. 
      De la manera que sea, a Enrique Vila-Matas esta ciudadela del gótico tardío le sentó muy bien, requetebién. Me atrevería a decir que Mérida se ha convertido para él en una de sus ciudades fetiches. ¿Junto a París, Praga y Lisboa? ¿Será que como París, Mérida no se acaba nunca? Pero el romance del escritor con la ciudad serrana apenas comenzaba. Luego vendría lo mejor, que veremos en la escena siguiente.


            

ESCENA CUATROMérida revisitada.
      Cuando a finales de julio de 2001, el jurado encargado de fallar el XII Premio Internacional de Novela “Rómulo Gallegos” anunció que el ganador era Enrique Vila-Matas, una ráfaga de aire fresco recorrió el espectro de la narrativa escrita en español desde algún suburbio de Los Ángeles, donde tiene sus lectores, apuesto a que sí, hasta la mismísima Patagonia, novelada por Juan José Saer. Y a mí en particular una alegría muy grande me subió al corazón. Yo mantenía con Enrique una correspondencia intermitente, y hacía unos pocos meses había recibido de él un regalo invalorable: un ejemplar de Bartleby y compañía (2000), que devoré en un par de sesiones, fascinado y deslumbrado como un auténtico fan. Sin embargo, el premio mayor que se le otorga a un novelista de lengua castellana se le había concedido por una extraña y paradójica y melancólica novela, El viaje vertical. Ambas novelas habían resultado finalistas en el prestigioso certamen que en ocasiones anteriores había reconocido a escritores de la talla de Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Fernando del Paso, al paisano de Enrique y archirival a muerte en asuntos del balompié: Javier Marías, y en la edición anterior nada menos que a Roberto Bolaño, que se habría de convertir en el escritor paradigmático de su generación y en un mito que al día de hoy continúa “abriendo brechas por las que habrán de circular las nuevas corrientes literarias del próximo milenio”, es decir de este milenio, según escribiera el mismo Vila-Matas. Lo cierto fue que en la decisión de premiar El viaje vertical primaron los conceptos de género, pues alguien podría poner en tela de juicio el carácter de novela de Bartleby y compañía. Y así la decisión, al parecer salomónica, recompensó por partida doble la labor tesonera de un escritor que había estado labrando con paciencia de santo y maestría de joyero, y disfrutando como un chino en primavera, una obra llena de encanto y decididamente original.
      El premio Rómulo Gallegos para Enrique Vila-Matas significó su consagración internacional. En su palmarés, hoy enriquecido, aparece como el primer reconocimiento que recibió. Luego del Rómulo, como suele llamarlo con cariño Enrique Vila-Matas, le han otorgado los más connotados premios en una especie de efecto dominó. Incluso en España y Cataluña han reconocido, aunque tardíamente, su labor. Y justamente en Mérida, en el Alma Mater de nuestra universidad, Enrique Vila-Matas, sin duda el más original escritor de la España actual, recibe su primer Doctorado Honoris Causa en Letras. Les aseguro, señoras y señores, que a partir de ahora le ofrecerán muchos más.
      Es necesario observar al Enrique Vila-Matas que en compañía no de Bartleby sino de Paula de Parma vino a Caracas la primera semana de agosto de 2001 a recibir su galardón. ¿Qué tanto había crecido desde que lo conocí hacía casi 10 años en México D.F.? ¿Cuántos libros publicados desde su recordada presencia en la Bienal de Mérida en el 93 y este viaje en vuelo vertical hasta la capital venezolana, cuna del Libertador?
Lejos de Veracruz (1995)Extraña forma de vida (1997) y El viaje vertical (1999), publicados en el interregno, forman una especie de trilogía acerca del arte de desaparecer, es decir acerca de la pérdida de identidad, escenificados por protagonistas de diversas edades. La presencia de Sergio Pitol, Fernando Pessoa y el padre de Enrique, un recio catalán nacionalista, figuras emblemáticas y paternales en todos los sentidos, acentúan el carácter falsamente autobiográfico de estas elaboradas ficciones. Vila-Matas publicó en esa década prodigiosa, además de las tres novelas citadas, centenares de artículos en periódicos y revistas, un libro de relatos (Hijos sin hijos, 1993) y tres colecciones de artículos y ensayos. Me demoraré un par de minutos —que quisiera prolongar y compartir con todos ustedes en una lectura maratónica hasta agotar el libro entero, que no se agota nunca, se los juro por Odín— en Bartleby y compañía, considerado por miles de vila-matianos como su Ópera Magna, su Obra Maestra.
      ¿Qué es Bartleby y compañía? La crítica ha respondido de las más diversas maneras a esta pregunta más bien retórica. Para mí, este raro libro, al parecer inclasificable, es un híbrido en el más amplio sentido de la palabra, mezcla de narración y reflexión, de novela posmoderna y ensayo a lo Montaigne, que concentra lo mejor y lo esencial de la literatura de Vila-Matas. Un audaz y vertiginoso recorrido por los territorios de la escritura. Utilizando como excusa o leit motiv los extraños casos de aquellos escritores militantes del No, es decir de la no escritura, ágrafos o estíticos o silenciados por la locura o por alguna otra tragedia colectiva o personal. Con exquisita elegancia y con un muy fino humor, de manera sutil, exhaustiva y divertida, Vila-Matas se adentra en el mundo de los escritores, sorprendiéndolos en el instante mismo de disponerse a escribir o a negarse a hacerlo, husmeando en sus miserias y tribulaciones, siempre con una actitud comprensiva y compasiva, descubriendo en aquellas instantáneas, ciertamente instantes de vida, la fragilidad del ser humano y la inutilidad de cualquier esfuerzo. Y así, lo que pareciera un erudito y entretenido paseo por las letras, de la mano de un fanático de la literatura, se convierte en un reclamo existencial, en la postulación de una metafísica. 
      Me abstendré por razones de tiempo de glosar y comentar los 86 capítulos de este libro excepcional, que contiene una especie de suma literaria, pues en cada párrafo se abren posibilidades rizomáticas que van formando una tupida red que apunta a una verdadera enciclopedia de obras y autores. Lo que sí debo señalar es que Enrique Vila-Matas, particularmente en este libro, tiene una muy personal forma de leer. Lee a fondo, buscando la nuez. Lee como un buzo de aguas profundas, demorándose en cada detalle, encontrando en sus audaces inmersiones auténticas joyas, piedras preciosas teñidas de ámbar con reflejos de coral, que al ser expuestas a la luz del sol destellan con reflejos enceguecedores. Vila-Matas posee el extraño poder de alumbrar lo que lee, dotándolo de una nueva luz. Cuando nos acercamos a lo que Vila-Matas ha leído nos encontramos con la sorpresa grata, a veces avergonzada, de que si antes habíamos frecuentado ese texto o ese autor, lo habíamos hecho con anteojeras o definitivamente con los ojos vendados. Vila-Matas es un iluminador.
      Vuelvo al segundo viaje de Vila-Matas a nuestra ciudad. Luego de recibir el Rómulo, Enrique aceptó una invitación de la Universidad de los Andes, y aquí permaneció durante más de dos semanas temperando, charlando, escribiendo y paseando con Paula de Parma. Me atrevo a decir que de aquella feliz estancia de Enrique en Mérida surgió un pacto entre el eminente y querido escritor y la ciudad y su gente. Pues no sólo se le recuerda y estima, sino que él mismo desde su bunker en Barcelona se ha encargado de ir tejiendo y estrechando nuevos lazos fundados en el afecto y en su prodigiosa generosidad.


            

ESCENA CINCOEn el Bauma.
      En el Bauma, uno de los sitios emblemáticos de Barcelona, una noche de junio de 2002, cuando ya la mayoría de los clientes había claudicado y el lugar lucía casi vacío, Enrique Vila-Matas pronunció una frase que me llamó poderosamente la atención. La anoté en una libretica y la reproduzco aquí: “Quiero ser el escritor que ilumine la decadencia de Europa”. Piedad Londoño e Ignacio Martínez de Pisón, compañeros en aquella fresca noche veraniega, tal vez no recuerden este detalle. Y cuando en una ocasión se lo comenté a Enrique, se hizo el sueco. Sin embargo, bastará con observar, registrar y leer lo que Vila-Matas ha venido haciendo desde aquella mítica declaración del Bauma para comprobar cómo nuestro Doctor Honoris Causa en Letras ha venido cumpliendo al pie de la letra y con empeño digno de alabanza y admiración su tarea de iluminador. Veamos cómo y por qué. Me referiré sólo a sus últimos cinco libros de narrativa.
      El mal de Montano (2002), París no se acaba nunca (2003) y Doctor Pasavento(2005) son obras acabadas, de madurez. El autor se sabe dueño de su mundo y de sus instrumentos narrativos. Enfermos de literatura como Montano, bohemios en París como el propio autor jugando a ser Hemingway, o como en el caso de Pasavento, desapareciendo al ser suplantado por un doble falaz, los protagonistas de estas tres novelas se integran de manera natural a la galería de personajes de ficción con tintes autobiográficos que el autor nos ha venido mostrando para así iluminar “la decadencia de Europa” o quizá como él mismo lo dice en su “Breve Autobiografía Literaria”, al referirse precisamente a Doctor Pasavento: para iluminar “la desaparición del sujeto en Occidente”.
      Luego de un episodio ciertamente dramático, casi trágico, que él mismo resume en una frase: “Fui a Buenos Aires con la idea de desaparecer unos días y acabé hospitalizado en el Vall d’Hebron en Barcelona”, Enrique Vila-Matas, sacudiéndose las cenizas como un Fénix de la posmodernidad vuelve al cuento con Exploradores del abismo (2007). Ahí nos regala una verdadera joya, la nouvelle “Porque ella no lo pidió”, en la que reaparece un delicioso personaje: Rita Malú, a la que habíamos visto actuando en Historia abreviada de la literatura portátil 22 años atrás. Me atrevo a decir que a partir de esta incursión en las formas breves, y quizá como consecuencia del renacimiento físico del autor, la escritura de Vila-Matas se ha ido puliendo y depurando hasta alcanzar esa suerte de esplendor cálido y reposado que se manifiesta de forma magistral en Dietario voluble (2008).
      Debo confesar, ya casi para terminar, que el libro de Vila-Matas que más me ha impactado ha sido precisamente éste: Dietario voluble, lo que denota un crescendo en mi valoración y admiración por su autor. Conservo mi ejemplar lleno de anotaciones y garabatos por todos lados, lo que no suelo hacer cuando leo sin motivación. Dietario…es un libro que se lee con fruición y que se devora como un delicioso manjar. Confeccionado como un diario (diciembre 2005 – abril 2008) que va dando cuenta de lecturas, sueños, encuentros, sorpresas, pensamientos, casualidades, homenajes y las más variadas formas de la narración, me recuerda los Diarios de Kafka, ya que ambos autores hacen uso de sus respectivos dietarios como si se tratara de cuadernos de bitácora. Al título del libro le agregué, con mi nerviosa caligrafía, el siguiente subtítulo: “Crónica iluminada (deslumbrante) de la decadencia de Europa”. Y si he nombrado a Kafka, debo también nombrar a Samuel Beckett, Robert Walser, W. G. Sebald, Thomas Bernhard, Claudio Magris y Antonio Tabucchi, ilustres antecesores de Enrique Vila-Matas, que se pasean, como exploradores impunes, con sus antorchas y linternas, con sus cuadernos en octavo y sus afilados lápices, alumbrando y armando un contrapunto enriquecedor por las páginas de este dietario. 


            

ESCENA SEIS y última: (aún sin título).
      Es la que estamos viviendo en este instante y que alcanzará su cenit cuando nuestro querido amigo y escritor, Enrique Vila-Matas, en virtud de sus méritos artísticos y humanísticos reciba el título de Doctor Honoris Causa en Letras. Y que culminará cuando el escritor que ha dignificado su oficio convirtiéndose en un ejemplo viviente para las nuevas generaciones, cuando el autor que pretende ampliar las fronteras de lo humano se posesione de este púlpito episcopal y afirme con voz emocionada y con orgullo, como una vez lo hiciera Gustave Flaubert al referirse al más amado de sus personajes, cuando el Doctor Vila-Matas anuncie a los cuatro vientos: Enrique Vila-Matas c’est moi. Enrique Vila-Matas soy yo.

      

Mil gracias y buenas noches.

(*) Discurso en la orden del doctorado honoris causa a Vila-Matas en la Universidad de los Andes, Mérida, 10 de julio de 2009.

domingo, 19 de julio de 2009

diario de colonias 4

LA COMPAÑÍA DE JESÚS


El jueves llegan Margarita y José Tomás. Ya estamos todos. Ensayamos en nuestra cabaña, que cada vez nos parece más una finca, una hacienda, un espacio donde podríamos convivir, donde podríamos amarnos, donde podríamos incluso crear un grupo de teatro, un grupo que, lo sabemos, se llamaría, no podría tener otro nombre, la compañía de Jesús. Ay, si apuntáramos todas las frases que dice el Parra, comenta Leo mientras se sirve otro ron, o se lo sirve Angola, que para eso tiene la mano suelta, que cuando lo hace se siente como el mentor de todos, que se comporta como un padre borracho, inteligente pero borracho, un hombre de letras, lo que se llama un poeta. Llega también Jordi con Victoria De Stefano, que no Di Stefano aclara, a quién hemos liado para que haga un cameo en nuestra función. Nadie lo sabe aún pero su aparición es uno de los grandes momentos del culebrón intelectual. Un pequeño climax de emoción, un chantaje emocional, una trampa, como cuando Spielberg pone esas cuerdas de John Williams en el momento en el que Tom Hanks mira al infinito. Sabemos el truco pero se nos pone la piel de gallina igual. A Bolaño le hubiera gustado. Por lo menos le gusta a Carolina, la viuda, que se emociona con Victoria y los críticos, y sonríe, y aplaude, y eso que en la Bienal se han puesto todos de acuerdo y se refieren a ella como la esposa de Bolaño. Carolina de Bolaño, dicen, la esposa del escritor Roberto Bolaño, así la presentan, como si el escritor chileno no hubiera muerto, lo cuál tal vez sea cierto, quizás esté tras esas montañas que nos rodean riéndose de nuestras ocurrencias, como, y ésta sí la anoto, cuando Parra dice: "vinimos a Mérida para enterarnos de que Vila-Matas descubrió el zen". No adelantemos los acontecimentos. Volvamos al ensayo. Jueves noche. Mansión Laterre. Pequeño desastre. Quizás sea mejor así. Mal ensayo, buena función, dicen los teatreros. Como no sé si esto es teatro, o una mesa redonda, o un perfomance literario, o una broma con pretensiones, tampoco sé si aplican las frases hechas de la gente del teatro. Que si el amarillo da mala suerte, que si hace falta decir merde antes de empezar, que si un regalito el día del estreno... Voy pensando en estas vainas en el taxi que nos conduce a Mogambo, un restaurante merideño en donde Jordi ha programado un recital poético: corbina o lomito, Vilas o Angola, cerveza o vino, Irene o Luis. La pasamos bien. Buena comida, mejores poemas, aplaudidos por el respetable a pesar de los intentos de Carrion por censurarnos. De repente es medianoche en la ciudad de bien y del mal (¿o era el jardín?). Hora de volver a la cabaña. Miramos de convencer al grupo Quimera y afines pero ni caso. Regresamos nosotros solos. Los sospechosos habituales. La compañía de Jesús. No hace falta más para prender la rumba. A partir de aquí tragos, bailes, risas, portazos, besos, huidas, ladridos... pura literatura, puro cuento, pura ficción. Los críticos también lloran.   

De la noche en Mogambo, con todo el respeto para el resto de poetas, me quedo, y Margarita también, con este texto del gran Manuel Vilas...


EL INMADURO

Me pasa siempre, y duele, y confunde. Debe ser algo relacionado con la desesperación de vivir. Si estoy en Barcelona, me gustaría estar en Madrid.Si estoy en Zaragoza, me gustaría estar en La Coruña. Si estoy en La Coruña, me gustaría estar en la cima del Aneto, comiendo setas venenosas bajo el cielo helado. Si voy al cine, en mitad de la película me entran unas ganas revolucionarias de estar en mi casa viendo la televisión. Si estoy sentado en el sofá viendo la televisión, me gustaría estar muerto y enterrado en el cementerio, contando los días que faltasen para la resurrección de la carne.Todo me persigue, ciudades, cines, casas, cementerios. Si estoy con amigos, preferiría estar con amigas. Si estoy con amigas, me gustaría estar con enemigas. Si estoy con enemigas, me gustaría estar en casa durmiendo la siesta. Si me compro unos zapatos con cordones, en que salgo de la tienda y ando por la calle empiezo a envidiar a todos aquellos que llevan zapatos sin cordones. Y también me pasa con las camisas, las cazadoras, los pijamas, y las sandalias en el verano. Y también con las vidas: Si me pienso abogado, preferiría ser médico. Si médico, sacerdote. Si sacerdote, hombre casado y con siete hijos. Si casado, soltero. Si soltero, viudo muy apenado. Si viudo, monje. Si monje, matador de toros. Estés donde estés, no has acertado por completo. Siempre hay algo más barato y mejor por ahí. Siempre hay vistas desconocidas en el acantilado de la vida. Me está matando esto de vivir una sola vida. La gran muerte de vivir en una sola forma.


miércoles, 15 de julio de 2009

diario de colonias 3


MERIDA, MI HERIDA

Aeropuerto de Maiquetía. Martes tarde. Nada es lo que parece. Una metáfora de Venezuela, claro. Volamos a Mérida pero nuestro destino es El Vigía. Volamos a El Vigía pero en la pizarra indica Maturín. Volamos a Maturín con Santa Bárbara pero en el avión relucen las letras de Aserca Airlines, la compañía que efectivamente vuela a El Vigía. Nadie se inquieta. Se asume la confusión como parte del paisaje mental. El cineasta Beto Arvelo también viaja en este vuelo. Lleva dos días en aeropuertos y aviones. Le está entrando complejo de Tom Hanks. Salió de su hotel en L.A. hace dos días y confía en llegar hoy a su casa en Mérida. Bromeamos sobre la posibilidad de que se quede sin asiento. Son de libre disposición los puestos, o sea para el que llegue primero. Volamos por fin. Voy leyendo "Sin título", la segunda novela de Margarita Posada. Antes de llegar a nuestro destino la termino. Inteligencia: alta, caràcter: intenso, cultura: global, capacidad de fabulacion: total, prosodia: àgil, uso del castellano: àgil, hasta que punto alguien conoce la obra de otro? Un tal Ricardo nos conduce montaña arriba a toda velocidad. Solo reduce la marcha cuando divisa a lo lejos las siluetas de los miembros de la Guardia Nacional. En apenas ochenta km nos topamos con cuatro alcabalas. Todos con cara de pocos amigos. La señora María Elvira nos espera en Kaurylandia. La Hechicera, Santa Rosa, Terrefinca, Laterre. Nombres, palabras, motes, asociados a este remanso de paz, este oasis de tranquilidad que para siempre será Kaurylandia, aunque no esté Kaury con nosotros. Como estamos hambrientos, aprovechamos el taxi de Ricardo para bajar a Mérida y cenar en la Abadía, un peculiar restaurante decorado con motivos religiosos en donde los mesoneros van disfrazados de monjes. Como el lugar es agradable y la comida excelente, dejamos de lado nuestros prejuicios. Trucha a las finas hierbas, por favor. Un par de cervezas en Virosca y de regreso a la cabaña. El miércoles empieza la Bienal. En la primera mesa hablan Alberto Barrera y Jordi Carrion. Los otros tres invitados no aparecen. Mejor así. La cosa va sobre los territorios del escritor. Viajar, perder países, que diría Vila-Matas. Las intervenciones de ambos son breves, pero ilustradas. El primero cita a Kertesz y el segundo a Clarín. No me quedo para las preguntas. Camino por los pasillos y promociono un rato nuestro "numerito", como lo bautizó Margarita. Ustedes son puro espectáculo, nos espeta "Abraham" Diómedes, el pastor del rebaño de escritores que se han reunido en el hotel la Pedregosa. Es un culebrón intelectual, concluimos Leo y yo. Así lo llamaremos a partir de ahora. Los críticos también lloran (homenaje a Bolaño). En la tarde llega el Parra y con él la noticia de que el segundo árbitro más famoso del mundo se hospeda en el hotel. Se trata del argentino Horacio Elizondo, un trencilla con nombre de poeta y porte de aristócrata. Vila-Matas, por supuesto, ya hablado con él. Pronto, en las páginas de deportes de El País, sabremos sobre qué. De repente lo vemos en el lobby. Llamamos a Ednodio, que en la Bienal ejerce de Presidente, de orador de orden y de fotógrafo, para que nos tome una foto. Se ha quedado sin batería. Elizondo pierde la paciencia, como con Zidane. No nos expulsa pero suelta un gemido desaprobatorio. Nos resignamos a quedarnos sin foto. Finalmente aparece una Blackberry. Habemus foto. Nos enteramos de que Elizondo está en Mérida impartiendo un curso a jóvenes árbitros venezolanos. Podría estar en la Bienal también. Debería estar en ella de hecho. Literatura y futbol. Mientras llega su taxi, nos cuenta que escribe cuentos y ensayos. Aún no ha publicado nada. Sus autores favoritos son Galeano y Benedetti. No le gusta la noveau roman. El más emocionado con el encuentro es Sergio Chejfec, que nos pide que le mandemos copia de la foto a su mujer. Descubro que Elizondo es una celebrity en Argentina. Sobre todo para los escritores argentinos. Literatura y futbol.
En la foto, tomada por la temperamental Troconis, desde la izquierda: Leo Campos, Ednodio Quintero, este cronista, Horacio Elizondo, Sergio Chefjec y Jesus Ernesto Parra. Puro espectàculo.
En homenaje a Elizondo, adjunto este texto de Eduardo Galeano sobre el deporte rey...

Fútbol a sol y a sombra

La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí. En este mundo del fin de siglo, el fútbol profesional condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable. A nadie da de ganar esa locura que hace que el hombre sea niño por un rato, jugando como juega el niño con el globo y como juega el gato con el ovillo de lana: bailarín que danza con una pelota leve como el globo que se va al aire y el ovillo que rueda, jugando sin saber que juega, sin motivo y sin reloj y sin juez. El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue. La tecnocracia del deporte profesional ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía. Por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que se sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad.

jueves, 2 de julio de 2009

diario de colonias 2


LA BOMBA Y EN STEREO

Fuego. Enciéndelo. Fuego. Tengo esas palabras dentro de mi cabeza. Saltan, se contonean, se deslizan entre mis neuronas mientras recuerdo el tremendo show que vivimos unos pocos privilegiados en el césped del colegio Angloamericano. Es el cierre de la jornada del sábado en el festival Malpensante. Toca esta banda que se define como de canción popular melodramática. Al frente, la inconmensurable Li Saumet, un híbrido imposible entre la Mala Rodríguez, Pink y Elena Anaya. Fogonazos de cambur. Puñetazos de mango. Pura vida. Energía solar. http://www.youtube.com/watch?v=Td1hajshtGA Jordi Carrion sonríe a mi lado. Me pide, me suplica, me implora incluso, que los invite a Barcelona. Están los primeros en la lista, le digo mientras otro Jordi, el Peralta, baila con ese rictus de felicidad que le acompaña en las noches bogotanas. Cada vez hace más frío. Nos da igual, hoy ganaremos el mundial. Fuego. Enciéndelo. Fuego. ¿Literatura y política? "If music be the food of love, play on" tengo escrito en mi moleskine pirata. De Shakespeare, según parece. Play on, Li, play on. Entre salto y salto, caras malpensantes conocidas vibrando con Bomba Estereo. Me olvido durante un rato de ese escritor mexicano de buena familia que escribe novelitas eróticas ambientadas en Marruecos y que se atreve a soltar en una mesa sobre literatura y política que Bolaño habla de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez para quedar bien con su público. Dedícate a lo tuyo, o sea a moderar mesas sobre la paja femenina, por ejemplo, que eso lo haces bien. Gracias, la gerencia. Por lo demás la mesa erótica es francamente instructiva. Aprendo, por ejemplo, que el Lelo es el Rolls Royce de los vibradores. Es recargable, tiene varias velocidades, lucecitas. Marta Orrantia afirma que puedes metértelo entre los calzones y caminar por ahí... Ahora entiendo tanta alegría andante. También me entero de la utilidad de los ositos. No son un reflejo de un infantilismo mal llevado. No. Son un instrumento de placer en noches de soledad. Que lo sepan. También me entero de que Juanita Kremer es famosa porque declaró que sólo se desnudaría en Soho si un millón de personas se lo pedían. Minuto de juego y resultado: 1.023.443 firmas recogidas. La Kremer, una 34B, desnuda en Soho. Así son las cosas y así se las hemos contado, que decía un gran presentador de la televisión española. La tercera panelista, y es por ella que estoy sentado en la cuarta fila, es mi querida Jimena Duran, gran actriz y mejor amiga, que no necesita ni siliconas ni columnas de sexo para ser sexy. Ella gozó de su primera paja a los once años y fue como haber podido cruzar el charco a toda velocidad. Aprovecha para saludar a todos los ex-amantes que están presentes. Me ruborizo, como si formara parte de ese grupo... "La paja está inundada", afirma el moderador, y hay risas por la sala, y a continuación se discute sobre el tamaño de las manos, ¿el tamaño importa?, y en esas estamos cuando pide la palabra el mejor amigo de los embajadores de España en Venezuela, o sea Ibsen Martínez, para declamar una copla llanera:
la mujer de mano grande
no me gusta ni un poquito
porque todo lo que agarra
le parece muy chiquito
Luego interviene Fina Castro y habla de un pueblo tan pobre tan pobre que no tenía casa de putas sino choza de pajas...
Más risas y termina la sesión Marta, con la afirmación de que las mujeres colombianas son las más berracas. No seré yo quien lo discuta. Tal vez lo haga el bueno de José Tomás Angola, que me acompaña estos días por tierras cachacas y del que rescato este mini-relato de su inédito libro NECROLOGÍAS MÍNIMAS

Noche a noche
Noche a noche papá la veía llegar. Apestando a licor barato hundía el atardecer en aquellos gruesos vasos de vidrio y se arrinconaba en el balcón a esperar que los búhos volaran al revés y los muy malditos siempre flotaban para adelante. Noche a noche veía a mamá irse a la seis para luego regresar a las doce. Llegaba apestando a cigarrillo, a sudor de otro, como si una nube de colillas y orín la abrazara y la acompañara al canto de la medianoche. Para entonces papá había sofocado la poca hombría que le quedaba en ese luengo y quemante trago de alcohol que era la luna. Noche a noche papá se fue haciendo más pequeño que las marionetas del teatrito con el que jugábamos. La enfermedad que le asfixiaba las piernas y la mitad derecha del cuerpo lo había dejado del tamaño de la deshonra y mamá, desesperada con nuestros llantos de hambre, había decidido ponerse los zapatos de raso violeta y el vestido de seda con escote vulgar, para noche a noche, lanzarse por calles relamidas por perros apestosos y buscar, como si se tratase de una reliquia sacra, la comida que nos terminara de callar.Papá no servía de nada. Su boca era una mueca entre sonrisa y arcada y sus ojos de cuarteado granate miraban sin mirar. Yo sí sabía qué miraba. La miraba a ella noche a noche salir a las seis y regresar a las doce. Y si no lloraba era porque la miserable enfermedad le había comido hasta el lacrimal. Ella nunca se dio cuenta, o no quiso darse cuenta, de que papá la esperaba asqueado de esa luna pestífera a humillación que como farol de teatro se ponía en la corona de sus cabellos y la seguía por la calle que quedaba rota con las huellas de sus zapatos de raso morado. Así fue por meses y meses hasta que papá no aguantó más y una noche tomó el revolver que guardaba en la cómoda. Como se lo permitía la inmunda enfermedad cargó con seis municiones el arma y se puso a dispararle a los búhos que nunca quisieron volar para atrás. Cinco aves derribó y guardó la última bala para ella. Con la paciencia de la piedra se quedó esperando su arribo y cuando por el fondo de la calle la vio llegar, marcando huellas con sus zapatos de raso violeta, levantó el revolver y la mató. Mató a la desgraciada luna que noche a noche se la iluminaba como reflector teatral. Y en la oscuridad por fin pudo llorar.

miércoles, 1 de julio de 2009

Diario de colonias 1

EL GUAIRE NO ES CARACAS

Me despierto en el spa con una sonrisa en los labios. Un sueño agradable. El sol se abre paso entre las faldas del Ávila. Debe ser que estoy en Caracas. Desayuno con Anna en Miga's. Un Jugo de naranja natural, 9 bolívares, de los fuertes. Hace apenas dos años costaba tres mil bolívares, de los débiles. Confirmado, estoy en la capital del socialismo del siglo XXI. Después del correspondiente trámite bancario, me encuentro con Ballesta en el Leon, bastante animado a estas horas de la mañana. Me entrega varios ejemplares de Ladosis y compruebo que por fin aparece el artículo sobre Las Burning Ladillas. Un grupo que dará que hablar. O no. A la una me espera la Ramos (la periodista, no la terapeuta) en una misteriosa emisora de radio, detrás de PDVSA. El taxista comenta que desde que la tomó Chávez hay cola para pasar por delante. Antes no. Nostalgia por causas perdidas. El programa, a priori, es sobre responsabilidad social, en la práctica, sobre cualquier vaina. De cambur en cambur terminamos hablando de Casa America Catalunya, del Sonar Kids y de la tortilla de patatas. A las 10 pm, en la 95.5. Otro taxi y llegamos a Los Palos Grandes, el Soho caraqueño. Mientras mi amiga resuelve unas diligencias, almuerzo en el Presidente. La dueña del restaurante, una canaria que llegó a la Venezuela Saudita de finales de los setenta y ya se quedó, me saluda como si aún estuviera en el barrio. ¿Estaba de viaje? me pregunta. Más o menos, le respondo haciéndome el interesante. Rigatone pesto. Lengua financiera. Lechosa sin azúcar. En la tele el gran Dani Alves mete un golazo y en el cielo aparecen nubes amenazantes. Tengo una cita en el Guaire. Me esperan en Plaza Venezuela. Viajo en un metro lleno hasta los teques teques. Mi nueva amiga fotógrafa intenta convencer a unos policías de que trabajen. No es fácil. Sólo les pide que nos escolten media hora, una hora como máximo, en una sesión de fotos a orillas del Guaire. Caracas Segura llevan impreso en letras amarillas en su espalda. Descubro que el Guaire no es Caracas. Eso explicaría el estado en el que está. Llegan más policías. Se encuentran todos en una especie de haima de plástico. Cuento más de veinte. Ninguno nos quiere acompañar. Es un trayecto de apenas 500 metros pero ni así. Que si ellos sólo patrullan las calles, el Guaire es un río, que si no tenemos permiso, ¿desde cuándo hace falta permiso para algo en Caracas?, que si la Granado parece un espía, el cuento habitual de la CIA, etc. Varios indigentes merodean la zona. No puedo asumir el riesgo de que me roben la cámara y las luces, me explica la joven artista. Lo entiendo. Suspendamos la sesión. Déjemonos de fotos y vayamos a una tasca. Al rato me doy cuenta de que estoy en el mítico Callejón de la puñalada. Rubén Blades canta algo sobre el periódico de ayer. El de hoy cuenta que la inflación no ha reducido el consumo de whisky. Simplemente se ha cambiado de marca. De los 18 años se ha pasado a los de rango medio. Como este White Label que me tomo con soda, por supuesto.
También habla la prensa del famoso caso de las cartas de Lucas Meneses. Después de varios meses sin ejemplares disponibles, se confirma que, con papel chino, se ha conseguido imprimir la tercera edición de un libro que, para decirlo alto, claro y con sentimiento, es la ostia. No voy a contarles más, búsquenlo, sólo les dejo un fragmento de una de las cartas que le envía a su querida Andrea...

¿Sabes? La gente que me mira alrededor comenta a escondidas que estoy loco, como si yo no me fijara. Dicen que sólo un loco puede cargar con esta barba y quedarse horas mirando la lejanía del viento, mientras el cabello me tapa los ojos y la brisa lo sacude a desritmos. Ay sí. En fin, ellos no importan. Mis harapos son mis harapos y la gran piedra está allí para mí. Y para ti, Andrea. Para nosotros, que hemos de eternizarnos hasta más nunca. No hay barcos y a veces me hacen falta, y no estoy loco, tú lo sabes, tu muñeca de trapo que dejaste a mi lado para que me hiciera compañía, a la cual de vez en cuando le doy acomodos buscando abrazos infantiles, aguanta junto a mi cuerpo. Junto a mi almohada. Junto a nuestra piel. Esas horas de esperas calmadas avivan tu recuerdo y las pinturas ahora hacen lo mismo que el espejo hace unos años. El mar ha cambiado un poco pero, en el fondo, sigue siendo el mismo. Como decía en el libro, sólo es lo que la gente hace de él. Y yo sigo en la piedra, Andrea, esperándote. Inventando imaginarios y pintando mentiras mientras dejo que el viento haga crecer mis cabellos para ver cada vez menos. En las noches ronco, a veces, y sueño que me despiertas con un beso. Pero mis labios están secos por el salitre. Una niña se cayó ayer en la tarde en la puerta de mi casa y fue capaz de aguantar el llanto para regalarme una sonrisa, no se parecía a ti, pero sacó arrojos de valentía. Creo que me tuvo algo de lástima, algo extraño, como todo lo mío. Un gesto gratuito de humanidad amable y un beso escondido en la frente como el que te mando hoy por la tarde en esta carta.

lunes, 2 de febrero de 2009

Tiempos de cambio


Unos meses sin inquietudes

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