miércoles, 24 de septiembre de 2008

Setiembre viajero 8


Me llevé de Caracas el cuarto número de la 2021 Pura ficción, especial Mario Bellatin. Un especial que no incluye ningún texto de Mario, ni sobre Mario, ni a favor de Mario, ni siquiera relacionado con nuestro perro favorito, el gran Perezvon. Pura literatura. Puro cuento. Me gusta esta revista. En primer lugar porque la hacen mis amigos. Y uno es incondicional con los amigos. Sobre todo, con los buenos amigos. Me gusta la revista, en segundo lugar, por su nombre. Sobre este asunto circulan varias suposiciones y leyendas, sobre las cuáles no me voy a pronunciar. Los que seguimos la actualidad bolivariana sabemos de lo que hablamos. Sabemos que vivimos en una ficción escrita por un libretista con mala letra. Sabemos que no vale la pena llorar por un país inventado ni por otra compilación de Arráiz Lucca. Me gusta, en tercer lugar, porque está diseñada en Argentina. Ya he hablado de esto antes. Uno escoge los países con los que quiere vincularse. Me gusta, también, porque no me publican a mí. La amistad no consiste en hacer favores literarios. Me gusta aún más el blog de la revista. Me gusta porque los escritos son anónimos. Me gusta porque, con el tiempo, los anónimos ya no lo son tanto. Me gusta porque los textos son como tracks de un Hotel Costes tropical. Me gusta porque el editor, si es que existe, es un DJ de la literatura, una estrella del rock literario, un sobreviviente. Me gusta porque Martín Castillo es el fotógrafo de guardia. Me gusta por los títulos de los post. Me gusta por ficciones como ésta.
http://2021pf.blogspot.com/2008/08/postmodernistas.html

Me gusta, finalmente, porque siento en el blog el espíritu del gran Efraim Medina Reyes.
“Uno puede compartir tiempo y espacio con una mujer por sexo, dinero o en el peor de los casos amor. El amor por una mujer es de alguna forma humillante, es un sentimiento que socava nuestra autoridad y control, un extraño y grave malestar de los sentidos, algo que tarde o temprano hará que sintamos asco de nosotros mismos. La amistad, en cambio, es un don, un don exclusivo de hombres, una fuerza desapasionada y sobria, un punto de equilibrio, un nuevo atributo, un encantamiento limpio porque excluye el sexo, porque su índole es espiritual y por tanto viril. La mujer, como todo animal doméstico, pretende la inmovilidad. El amigo nutre la magia y prepara la fuga. Un amigo puede mentir, traicionar, alejarse. Un amigo no tiene que estar cuando es necesario, no tiene que compartir tu dolor, no tiene que respetar a la mujer que amas, no tiene que hacer nada en absoluto. El peor crimen no es irse, el pero crimen es fingir. Cuando el amigo muere hay dolor y vacío, también alivio, alivio de saber que no volverás a sentir esa clase de dolor y vacío. No se extraña lo que se tiene adentro: escuchas mil veces la misma canción y la botella dura una eternidad.”

sábado, 20 de septiembre de 2008

Setiembre viajero 7

Un año más. Superados los amenazantes treinta y tres, por aquello de la crucifixión, ahí vamos, empezando una nueva temporada. Me invitan a cenar tres mujeres estupendas. Bellas, inteligentes, divertidas. La noche promete. Juliana, dramaturga retirada, creativa de series de programas de televisión de autor, dirige la filial colombiana de una productora internacional especializada en reality-shows. Le dieron el trabajo casi sin querer y ahí se quedará hasta que considere que decida regalarse otro año sabático. Con apenas treinta años ya ha disfrutado de dos. Y es que no se puede con el stress de la vida moderna. Natalia, joven actriz de veintipocos años con aspecto de adolescente, híbrido de Juno y Angelina Jolie, autora de imposibles series de televisión, productora de grandes conciertos, conocedora de todos los rincones de San Andresito y aprendiz de Celestina. Carol, catalana, dramaturga, directora, psicoanalista a domicilio, viajera, fanática de Tarantino, Wilder y Six Feet Under. A priori un sueño de velada, casi un capítulo de Californication. Brindamos con vino chileno. Los meseros nos acomodan en la terraza. Estamos en Dar Papaya, en la zona G de Bogotá. Van llegando a la mesa ceviches y tiraditos. Todos estamos algo prendidos. Juliana y Natalia vienen de una “reunión de trabajo” en En Obra. Carol y yo de un taller de improvisación teatral. Los cuchillos se afilan. El sueño se transforma en pesadilla. Guiadas por la perversa catalana, las tres deciden confabularse contra el sexo débil, o sea contra mí. Recibo dardos por todos los flancos. Dardos sonrientes pero envenenados. Dardos embriagadores pero punzantes. Flechas que vienen directas desde Cúcuta, Usaquén y la Bonanova. Me refugio en el baño. A mi regreso están más relajadas y me regalan una botella de vino, Postales del fin del fin del mundo (argentino claro), con la única condición de beberla en compañía de alguna de ellas. Un regalo con trampa…

Más tarde en casa, me refugio en LA MUJER JUSTA, de Sándor Márai.

“Mujeres. ¿Te has fijado en el tono indeciso y desconfiado con el que los hombres pronuncian esa palabra? Como si hablasen de una tribu rebelde, que está controlada pero no del todo rendida, siempre dispuesta a la revuelta, conquistada pero no sometida. Y además, ¿qué significa ese concepto en la vida diaria? Mujeres… ¿Qué esperamos de ellas? ¿Hijos? ¿Ayuda? ¿Paz? ¿Alegría?... ¿Todo? ¿Nada? ¿Momentos? El hombre vive, desea, se prepara para un encuentro, copula; luego se casa y experimenta junto a una mujer el amor, el nacimiento y la muerte; luego se vuelve a mirar unas pantorrillas en la calle, pierde la cabeza por una espléndida melena o por el beso ardiente de unos labios; y mientras yace en alcobas burguesas o en camas chirriantes de mugrientas habitaciones por horas en hostalillos de callejuelas secundarias, siente que está satisfecho, y a lo mejor se muestra magníficamente generoso con alguna mujer. Los enamorados lloran y se prometen eterna fidelidad, juran permanecer siempre juntos, ayudarse y apoyarse; vivirán en la cima de una montaña o en una metrópoli… Pero luego pasa el tiempo, un año, tres años, un par de semanas -¿te has fijado que el amor, como la muerte, tiene un tiempo que no se puede medir con el reloj ni con el calendario?-, y sus grandes proyectos fracasan, o no tienen el éxito esperado. Y entonces se separan, llenos de rencor o de indiferencia, y recuperan la esperanza y empiezan de nuevo a buscar otro compañero. O, si ya están demasiado cansados para empezar otra vez y permanecen juntos, se roban mutuamente la fuerza y las ganas de vivir, se ponen enfermos; se van matando el uno al otro y al final se mueren. Y quien sabe si en el postrer momento, cuando cierran los ojos, entienden por fin lo que querían del otro. Y quizá resulta que sólo estaban obedeciendo una ley superior, una orden que renueva el mundo de manera constante con el aliento del amor y que necesita hombres y mujeres que se apareen para perpetuar la especie…”

"Ahora dices que soy un hombre herido, lleno de resentimiento. Alguien me ha hecho daño. Quizá esa mujer, mi segunda esposa. O quizá la primera. Algo ha salido mal. Me he quedado solo, he sufrido grandes traumas emocionales. Estoy lleno de ira. No creo en las mujeres, ni en el amor, ni en el género humano. Piensas que soy ridículo, que soy un pobre desgraciado. Quieres llamar mi atención con delicadeza hacia el hecho de que, además de la pasión y la felicidad, existen otros vínculos entre las personas. También están el afecto, la paciencia, la compasión, el perdón. Me acusas de no haber sido bastante valiente o paciente con las personas que he ido encontrando en mi camino; y ni siquiera ahora, que ya me he convertido en un lobo solitario, tengo el valor de reconocer que la culpa ha sido solo mía. Viejo amigo, esas acusaciones ya las he escuchado y analizado. Ni en el potro de tortura podría ser alguien más sincero de lo que he sido yo conmigo mismo. He estudiado con detenimiento cada vida a la que he podido acercarme, he curioseado por las ventanas en existencias ajenas a mí sin ningún pudor o reserva, he sido un investigador escrupuloso. Yo también creía que era culpa mía. Intentaba achacarlo a la avaricia, al egoísmo o a la lujuria, después a los obstáculos sociales, a la ordenación del mundo… ¿Y todo para explicar qué? Pues el fracaso. La soledad en la que tarde o temprano se precipita cada ser humano, como un caminante nocturno en una zanja. ¿No comprendes que para los hombres no hay salvación? Tenemos que vivir solos y pagar por todo el precio justo, tenemos que callar y soportar la soledad, nuestro carácter, la dura disciplina que la vida nos impone."

jueves, 18 de septiembre de 2008

Setiembre viajero 6


Creo que leí en algún lado que uno nunca debe regresar a los lugares donde ha sido feliz. Esa semana en Caracas fue rara. Volver a entrar en mi viejo apartamento del edificio Luxor, ahora ocupado por el poeta Oliveros y su mujer, fue una sensación extraña. En la pared ya no luce la Caracas Sangrante, las estanterías se ven desprotegidas sin los santos malandros y mi desvencijado sofá se ha esfumado de su lugar habitual. Paula limpia una ropa que no me pertenece y la señora Eileen se toma un Bloody Mary a media mañana tan tranquila, sin inmutarse por mi presencia. Empiezo a sentirme mal. Apuro la Solera verde y salgo rápidamente del Luxor, cuidándome de despertar al león de la entrada. Descanso un rato en el café Arábiga y compruebo que el servicio es tan malo como siempre. Al rato me llama Jaime y me invita a almorzar a su nuevo apartamento, en Sebucan. Junto con Alfonso y Kaury han decidido llevar a cabo la versión venezolana de “Friends” y se han instalado los tres en el mismo apartamento. Estoy convencido de que saldrán buenas historias de esa convivencia. Mientras tanto me conformo con las que nos obsequia el bueno de Fon en su blog: http://venezuelajonron2.blogspot.com/ en donde nos habla de misses, alienígenas, territorios seguros y policías puteros… Un repaso a esa peculiar fauna y flora con la uno debe lidiar en esa jungla urbana en la que se ha convertido Caracas. A Kaury la veo un rato en Juancho’s, la tasca española que dirigen unos peruanos en donde nos solíamos reunir a ver las derrotas del Barça de los últimos años. La que pierde esa tarde es la Vinotinto, cada vez con menos posibilidades de participar, por fin, en un Mundial. No importa, estamos de celebración. La no tan joven Kaury cumple años el mismo día que la Costa Brava.
¡Salut!

CIEN AÑOS DE COSTA BRAVA
Un recorrido por el litoral que inspiró a Marcel Duchamp, Salvador Dalí, Truman Capote, Josep Pla o Ava Gardner
LÍDIA PENELO - Girona - 19/08/2008 07:33

¿Qué llevó a Truman Capote, en plena dictadura franquista, a concluir A Sangre Fría en un pueblo de pescadores como Palamós? ¿Qué arrastró a Marcel Duchamp a establecer su residencia en el Cadaqués de 1960?
A pesar del hormigón y la masificación actual de la zona, aún se puede percibir qué conduce a numerosos artistas a hacer de ella su refugio. El próximo 12 de septiembre se cumplen 100 años desde que el diario La Veu de Catalunya bautizó como Costa Brava al litoral que va de Portbou a Blanes.
Un territorio que empieza por el norte con un paisaje de rocas casi lunar y que termina con unos pinos azotados por la tramontana, un viento que limpia algo más que las nubes del cielo. De los 22 municipios que conforman la Costa Brava, es habitual hacer parada en Cadaqués, Palafrugell, Palamós y Tossa de Mar.
Aun en agosto, dejarse seducir por la orografía agreste de la zona es recomendable.


PALAMÓS
Capote terminó 'A sangre fría' en una casa del puerto
“Era pequeñito y friolero, en verano vestía una gabardina larga y paseaba un perro muy feo, que era como su enamorado”, recuerda aún hoy el propietario del Hotel Trias, Josep Colomer. El escritor estadounidense Truman Capote quedó enamorado de Palamós, y si no hubiera sido por su amante, Jack Dunphy, que prefería la montaña y le empujó a comprar una casa en Suiza, seguramente se habría establecido en la localidad.
Cuando Capote aterrizó en el Empordà, en 1959, ya había escrito Desayuno en Tiffany’s y su centro de operaciones era el hotel de la familia Colomer, aunque pronto se alojó en una casa cerca del puerto. Las barcas de los pescadores le despertaban temprano, aseguraba que ese ruido le ayudaba a empezar a trabajar. Capote escribía durante horas y en Palamós encontró todo lo necesario para terminar la obra que más le obsesionó y que catapultó su carrera: A sangre Fría. Pero el escritor también salía. Cuentan que se aficionó al suquet de peix, a las sardanas y al mercado semanal.
Hombre de costumbres, el escritor acudía a diario a la misma librería, y de un humor excelente, para comprar la prensa de su país. Sólo una mañana se marchó afligido del establecimiento: su amiga Marilyn Monroe había muerto. Aquel día, el cargamento habitual de olivas rellenas, ginebra y ginger ale, que realizaba en la pastelería Samsó, fue de ración doble.Quien se pregunte por qué Capote eligió Palamós encontrará la respuesta en el escritor Robert Ruark y en la actriz inglesa Madeleine Carroll, ambos amigos del autor y residentes en Palamós.


TOSSA DE MAR
Ava Gardner se convertía en la reina de la noche cada vez que visitaba España
“Debo de haber visto más amaneceres que cualquier otra actriz en la historia de Hollywood”, confesó Ava Gardner. La leyenda de la mujer que logró enamorar a Frank Sinatra, con el que estuvo casada ocho años, habla de una yegua desbocada en busca de acción, gran amante del sarao y la farándula.
El rodaje de Pandora y el holandés errante en Tossa de Mar, en 1951, incrementó toda la rumorología que ya rodeaba a la actriz. En aquella producción Gardner compartía cartel con James Mason y el torero Mario Cabré, con quien vivió un romance.
La amistad de la estrella con el escritor Ernest Hemingway, gran amante de las corridas de toros y de España, le llevó al parecer a aficionarse tanto a la fiesta como a los propios toreros.Tossa de Mar ha sido escenario de muchas películas. Su recinto amurallado con siete torres circulares es la seña de identidad de este pedacito de costa.
Subiendo el camino que serpentea hasta la cima de la villa romana, el paseante se encuentra con una escultura de Gardner realizada por Ció Abellí. La figura de la actriz mira al horizonte de el paraíso azul, cómo bautizó Marc Chagall a Tossa de Mar en 1933.


CADAQUÉS
Marcel Duchamp jugaba al ajedrez en el bar Melitón
“Duchamp vivía aquí, éste era su punto de encuentro, siempre fue muy discreto, no era nada rarito”, cuenta Walter Faixó, nieto del hombre que abrió el bar Melitón en 1958. En este pequeño local, que hace esquina con el Paseo Marítimo, las paredes son una exposición de las obras gráficas de los artistas que han frecuentado el local. En ellas cuelga el último Ready Made que hizo Marcel Duchamp.
En el Melitón, el hombre que le puso bigote a la Mona Lisa, jugaba sin tregua al ajedrez y en el verano de 1961 era habitual encontrarlo con Salvador Dalí, entre otros. Ningún pueblo de pescadores de ese tamaño ha recibido a tantos famosos como Cadaqués.
Para los nostálgicos de la bohemia de la década de 1960, la chispa de la época continúa viva en Casa Anita, el restaurante en el que Dalí se inspiró para pintar La Última Cena y en el que Anita, la propietaria, le pelaba las gambas: “No le gustaba ensuciarse las manos”, rememora con cariño. “Él era generoso, Gala no”, apostilla.
En Cadaqués, algo es distinto y quizás Josep Pla encontró el secreto cuando lo comparó con una isla. “Estando en los Simonets sentiréis, sobre todo, las sensaciones que dan a las islas una obsesión de recogimiento, una seguridad -real o ficticia– y un sentimiento de lejanía”, escribió Pla en su libro Cadaqués.


PALAFRUGELL
Con un libro de Josep Pla se pueden descubrir las mejores calas de la zona
Si se puede recorrer la Costa Brava percibiendo su luz, su olor y sus costumbres sin abandonar el sofá de casa, eso es sólo gracias al escritor Josep Pla. Los textos de este observador irónico y perspicaz son una guía imprescindible para perderse por los pueblecitos del Empordà. No en vano escribió: “El paisaje nos hace comprender la literatura, porque la literatura es la memoria del paisaje en el tiempo”.
La huella del escritor en Palafrugell, su pueblo natal, está muy presente: se pueden degustar los menús predilectos del escritor, es posible recorrer sus rutas literarias y es factible obtener todo tipo de información en la Fundació Josep Pla, ubicada en la casa que los padres del autor alquilaron mientras duraron las obras de la residencia de la familia Pla. “Cuando hace tramontana, Palafrugell se vuelve una población tristísima. Por las calles no pasa nadie. Todo el mundo se encierra en su casa. Si hay una tienda que da a la calle, apagan las luces.
El viento silba, entra por todas partes, por puertas y ventanas”, escribió Pla, un hombre solitario, con fama de huraño y aficionado al vino. En su mítica obra El cuaderno gris apuntó que el alcohol en Palafrugell le hacía cambiar de vida, ya que cuando se encontraba en su pueblo le era imposible levantarse antes de las doce del mediodía.
Pla, que fue el primer escritor moderno de libros de viajes en catalán y un destacado corresponsal de prensa, asumió –después de unos años de dificultades económicas y de reclusión voluntaria en el Empordà– su condición de propietario rural y no volvió nunca más a vivir en Barcelona.
Cuentan que le fascinaban las puestas de sol y si el lector viajero se escapa hasta la cima del Far de Sant Sebastià o se sienta en la terraza del Hotel Llafranc con una copa de tinto, capta el embrujo que vivió Pla sin ningún esfuerzo.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Setiembre viajero 5


David Foster Wallace, uno de los grandes escritores de los últimos años, se ha quitado la vida. Qué tristeza. Siento que se ha ido un amigo, alguien que me ha acompañado en mis viajes, en mis desvelos, en mis pretensiones de cronista... un autor con el que sentía una conexión especial íntima...
Eduardo Lago le recuerda en una nota en El País.
A modo de modesto homenaje, con toda mi admiración y agradecimiento, adjunto este inédito relato que escribí hace unos años, en el 2005, inspirado por uno de sus grandes textos, "La chica del pelo raro".


La chica del pelo rojo

La vi una o dos veces en aquella escuela de fotografía en la que, los miércoles, nos reuníamos un grupo de conspiradores moderados. Su pelo rojo, rojísimo, me llamó la atención. Sus facciones duras, serias, me atrajeron. No me molestó su nariz judía, confería a su blanca piel una peculiaridad eslava. Parece polaca, creo que pensé. Otro día la vi en un portafolio de un joven fotógrafo. Sentada en su cama, miraba de perfil y en blanco y negro al lector de la revista Veintiuno. La tercera vez que me crucé con ella fue en una inauguración fotográfica en la que ella exponía. Sus labios rojos presidían una imagen que insinuaba más que mostraba. Me acerqué a ella con mi timidez habitual y conversamos unos instantes sobre los egos de la fotografía. Esa noche estuve pendiente de ella y del admirador que intentaba besarla cerca del lavabo de hombres. Unas semanas después compartimos mesa en un taller sobre fotografía que dio Alejandro Castellote. Me gustó que se riera con las ironías del madrileño y es que, tal como me confesaría más tarde, en Venezuela la ironía es privilegio de unos pocos. Algunos de esos pocos nos juntamos el jueves por la noche siguiente en uno de esos bares sifrinos de Caracas en los que entiendes porque este país tiene el presidente que tiene. No aguantamos mucho en este templo de la frivolidad y la silicona y nos fuimos en busca de algún local más auténtico. Como en la canción, nos metimos en el coche, tu amiga, mi amigo, ella y yo. Le dije nena quieres una calada y ella contestó que no. Llegamos a un lugar de salsa que podríamos definir como sincrético. Fotografías de Rubén Blades, Willy Colón y Hector Lavoe compartían esquinas con letreros luminosos de bar de deportes de Atlanta. La salsa tampoco era la buena, la de los setenta, si no la de la MTV, la chimba. Un par de whiskys después y aprovechando que Alejandro bailaba con la joven publicista disfruté de mi primer baile con ella. Estuve más torpe de lo habitual aunque por su sonrisa no lo pareciera. Parecía estar gozando un puyero, como dicen por aquí. Para completar la noche nos acercamos al Moulin Rouge y allí bailamos techno, house, rock, pop, todo lo que nos pusieron en las dos salas de este local con nombre parisino y espíritu canalla. Entre baile y baile nos besamos, me llamó puto, nos besamos de nuevo, me dijo que no la tratara como una carajita, nos volvimos a besar, me preguntó si sabía cuántos años tenía, le toqué el pelo y, cuando ya no me dijo nada más, en lugar de besarla me dio por proponerle un viaje a la península de Paraguaná, a un lugar llamado Cardón, sin saber que ella era justamente de allí y que el hotel al que le proponía ir quedaba a unos 300 metros de la casa en la que vivió con su familia durante casi veinte años. Causalidades caribeñas. Resultó que ella no era una chica plástica pero sí producto de la Venezuela Saudita y de los campos petroleros en donde si se te apaga un bombillo te mandan a alguien a cambiarlo, en un intento de compensar con comodidades de nuevo rico los inconvenientes de vivir en esa desolada parte del país. Esa noche de rumba acabé con mis huesos en su cama pero era tan tarde que ni tiempo de amarnos tuvimos, en pocas horas teníamos que estar cada uno en nuestras respectivas oficinas.Salimos el sábado bien pronto como si tal cosa, como si fuera lo más natural del mundo irse de fin de semana con alguien que apenas has conocido la noche anterior. El trayecto era largo y tuvimos tiempo de contarnos parte de nuestra biografía y de hablar de aquellos países que la fuerza del destino nos ha permitido conocer. La sorpresa llegó quizás a la altura de Morrocoy, cuando la “conversadera” derivó hacia el apartado “recuerdos de la infancia” porque, curiosamente, el hoy-beato-mañana-santo Marcelino Champagnat, fundador de los Maristas, también llegó a esta tierra de gracia para educar a la juventud petrolera. Sí, efectivamente, mi compañera de carretera estudió 12 años en los Maristas, a casi 8000 kilómetros de un colegio, el mío, que si bien no arruinó mi infancia, sin duda la hizo aburrida, monótona y reprimida. Al menos en Cardón el colegio era mixto y, aunque los hermanos penalizaban cualquier atisbo de flirteo entre su alumnado, nada pudieron hacer ante las revistas pornográficas voladoras (intuyo que esta anécdota es un residuo del inevitable sentido del realismo mágico que imbuye a casi toda la población sudamericana pero ella me aseguró que fue así, que una revista porno le golpeó en la cara y es que, ¡el viento en Paraguaná es una vaina seria!) ni ante las reuniones clandestinas de amigas para ver Garganta Profunda (días más tarde me confesó que a los siete años ya se masturbaba con el agua de la ducha... ¡bendita procacidad!). Por supuesto, todos estos años de pensamiento educativo único la convirtieron, y ahí coincidimos, en una ferviente enemiga de esta secta legal que aún mantiene demasiado poder en muchos países que se autoproclaman laicos.Me di el gusto de conducir los más de 500 kilómetros que separan Caracas de Coro de un tirón, deteniéndome apenas para un reparador marroncito en una de esas cafeterías de carretera tan descuidadas como llenas de encanto. El Volkswagen de la chica del pelo rojo se comportó y sólo tuvimos que lamentar un molesto pinchazo que, según un taxista que nos ayudó a cambiar el caucho, se debía más a la impericia del mecánico que el día anterior le había revisado el carro que a la por otra parte excelente autopista por la que estábamos circulando. La broma bien pudo acabar en tragedia si no fuera porque las Ánimas de Guasare protegen a los conductores que circulan por las autopistas de esta árida península. La leyenda cuenta que a principios de siglo hubo varios años de fuerte sequía y murió mucha gente por el hambre. Alguien encontró los huesos de tres cadáveres y construyó una capilla al lado de la autopista y guardó en su interior los restos humanos. Desde entonces se le atribuyen bondades a esas Ánimas y toda la capilla está repleta de placas metálicas en agradecimiento a los favores prestados. Destaca también la gran cantidad de títulos de bachiller, o universitarios, que cuelgan de las paredes. Hay también muchas fotografías de carros. La protección de las ánimas hace disminuir los accidentes de tráfico.La península de Paraguaná. En idioma quechua, “para” significa llover y “majwa” escasez. Paraguaná, por tanto, viene a ser lluvia escasa. Y es que Paraguaná es una tierra árida, semi-desértica, ideal para una película de Wim Wenders o para un western apocalíptico protagonizado por un Clint Eastwood lleno de polvo. Cactus y arena, viento y bolsas de basura, refinerías y vírgenes que sudan aceite son algunos de los elementos iconográficos de este no-lugar en el que el viento despeina las ideas de una manera suave y con un sonido a medio camino entre unas maracas y una gran hojarasca aplastada.El Hotel Cardón toma el nombre de un tipo de cactus que abunda por la zona. Situado al lado del campo petrolero, su playa, a la que se accede por una empinada escalera de madera, no destaca por nada especial y la proximidad de las refinerías acompañada de la constante presencia en el horizonte de buques petroleros envuelve todo bajo una atmósfera de reino petrolero en horas bajas. Mi compañera de viaje me explica como el campo era una especie de delegación de la ONU, con familias hindúes, otras australianas, otras holandesas y cómo durante el día intentaban no pisar la calle, evitando así el contacto con el abrasador sol. Uno de los castigos de los crueles maristas era mandar a un niño a trotar alrededor del patio, a las doce del mediodía, bajo un sol abrasador. Otro problema de vivir en esa variante de lujo de un campo de concentración, siguió contándome, era que todo el mundo se conocía y cualquier beso furtivo de adolescente podía aparecer de repente en la conversación de la cena familiar.Cenamos en el restaurante del hotel un pescado excelente, regado con un vino no tan bueno. Esa noche reparé en su piel blanca, blanquísima. Era como aquel personaje de David Foster Wallace, la chica del pelo raro, “no es que sea tan blanca que sea enfermiza; no es sólo que aquí, bajo el sol matinal que sale del agua, tenga el color del buen vino rosado. Tiene la textura de algo verdaderamente vivo, una suavidad elástica, como un envoltorio maduro, como una vaina. Es vulnerable y tiene profundidad”. Esa noche hablamos y hablamos, dimos vueltas y vueltas y acabamos durmiendo cada uno por su lado. Demasiada charla.La mañana siguiente la pasamos en la playa del club vecino al hotel, una playa calmada, sin olas, cuyo litoral recordaba al del planeta de los simios. Me temía que apareciera Charlton Heston en cualquier momento. El ambiente en el club era extraño. La habitual bulla de los venezolanos en la playa brillaba por su ausencia y la del pelo raro (ese rojo casi granate no es muy habitual) lo atribuyó al carácter de nuevo rico que no sabe como debe comportarse ahora que, de golpe, ha adquirido un status social más alto. Un nuevo ejemplo de que la revolución bolivariana no persigue cambiar los privilegios ni los vicios acumulados en años de supuesto bienestar petrolero si no simplemente colocar a sus acólitos en los lugares en dónde pueden beneficiarse de las insultantes desigualdades del país.Al otro día nos dio por atravesar la península, en lo que resultó ser un trayecto espectacular, a pesar de las inevitables bolsas de plásticos enganchadas a los cactus, que ignoro por qué no alteraron mi percepción favorable de Paraguaná. Tal vez sea por esa parodia decadente de árbol de navidad en que se convierten. Lo cierto que es a medida que pasaban las horas, más disfrutaba con el lugar. Sería esa energía que parecía flotar en el aire. Una energía surgida de esa atmósfera de final del mundo, una energía que te agudiza los sentidos, que se inyecta por las venas, ante la cuál no hay antídotos ni corazas profilácticas. Pasamos Pueblo Nuevo y antes de llegar al Hato llegamos a la Hacienda la Pancha, de la que me había hablado maravillas mi querida pelirroja durante toda la mañana. No tardé en comprobar que no exageraba. Se trata de una casa colonial que te insufla relax desde que entras en ella y te colocan en la mano un delicioso jugo de lechosa. Nuestra habitación, un anexo a la casa principal, era un cuarto de techos altos y camas de cemento con unas ventanas construidas con botellas de colores colocadas para que parezcan los vitrales de una iglesia. Un baño reparador en la piscina trasladó reflexiones, recuerdos de infancia, paranoias marihuaneras y demás trastornos del cerebro al fondo del desagüe. Nuestras pieles se encontraron, se reconocieron y se engancharon en un frenesí amoroso que sólo precisaba de la ambientación adecuada para surgir. Esa noche dormí como un niño. Mi amante, en cambio, tuvo pesadillas. Por la mañana nos enteramos, por boca de la dueña, que sobre ese cuarto pesa la maldición de la burka. Resulta que hace un tiempo llegó a la Hacienda una pareja árabe, que pidió ese cuarto porque quería discreción. La esposa iba cubierta de la cabeza a los pies. Como no se desocupó a tiempo, tuvieron que conformarse con otra habitación, que ocupa el espacio de lo que en su día fue el gallinero. La mujer no lo aceptó de buena gana y estuvo de mal humor durante toda su estancia en la hacienda. Desde aquél día sobre ese cuarto pesa la maldición de la burka: abren la puerta y explotan los bombillos, limpian el cuarto y al rato está lleno de bachacos, se rompen objetos y tienen que hacer remodelaciones muy a menudo,... toda una serie de energías negativas que perturbaron el sueño de mi sensible amiga.Lamentablemente sólo pasamos una noche en la Hacienda, aunque fue suficiente para comprobar la destreza en la cocina de la hija de la dueña. Cocinó un pescado excelente. No faltó el cocuy ni el descanso en la hamaca, ni la música relajante, ni siquiera los esbozos de cantautor (guitarra en mano) del novio de la hija. Horas antes habíamos atravesado las bellas salinas de Camaraguas, embriagados por el color rosado de la tierra, puerta de entrada al cabo San Román, punto geográfico más al norte de Venezuela. La chica del pelo rojo tenía una misión que realizar y hasta ese preciso momento no supe en que consistía. Nos detuvimos en las ruinas de un complejo turístico que nunca llegó a construirse. Lo sorprendente fue encontrarse, no con la construcción a medio hacer, si no con todas las instalaciones, lo que iba a ser la piscina, las duchas, el campo de basket, etc. destrozadas como si el mismísimo Atila hubiera desembarcado allí y se hubiera divertido haciendo añicos el lugar. Pero la chica del pelo rojo no había llegado hasta allí para reconstruir este desastre sino para recoger la impresionante cantidad de chancletas, zapatillas deportivas o zapatos de todo tipo acumulados en la arena. Llenó una bolsa negra de basura inmensa y no exagero si afirmo que podría haber llenado tres más sólo con calzado. ¿Qué hará con todo eso? Ni ella misma lo sabe. De momento las tiene en el pequeño patio de su casa a la espera de que le llegue la inspiración o el basurero. Todo el viaje valió por su cara de felicidad y abandono cuando recogía las cholas. Por ese momento de plenitud.
¡David el arte es más grande que la vida!
Caracas, mayo 2005

martes, 9 de septiembre de 2008

Setiembre viajero 4



Viajo hacia Caracas en el último vuelo. Estoy medio borracho. La función del domingo ha sido un éxito y nos hemos quedado en la casa, como buenos capullos, celebrando. Cada día disfrutamos más del montaje. Son grandes actores, los cuatro, un lujo contar con ellos. Volar borracho es interesante. En las alturas, con el alcohol, se te expande la mente. Se abren nuevos horizontes interiores. Tener al lado una pesada señora mayor ni te afecta. Otro whisky,por favor. Llego al aeropuerto y me encuentro con el hermano mellizo de Riquelme, con franela argentina incluida. Una broma de Jorge, pienso. A mitad de la autopista, control de policía. Un chamo apenas mayor de edad carga con dificultad una especie de metralleta. Nos mira mal. "Baje el cristal de atrás!", ordena. Riquelme, o sea el taxista, le contesta: "no, mira, que no funciona, si quieres me pongo ahí al lado y bajo el otro cristal". El guardia Nacional, con esa indolencia local tan característica, lo piensa mejor y nos deja marchar con una mueca de fastidio. Bienvenido a Venezuela, me digo. Llego al Spa de Sebucan pasada la una de la noche. Jorge ya duerme. Encima de la almohada, más Argentina. Jorge me ha comprado "A sus plantas rendido un león", de Oswaldo Soriano. Tiene buena pinta. Me levanto el lunes con esa luz de Caracas que le impide a uno dormir mucho. Si Bogotá es, inexplicablemente, la ciudad sin aparatos de calefacción, Caracas, también sorprendentemente, es la ciudad carente de persianas. Lo de Bogotá se explica por esta ilusión de vivir en el trópico donde a priori no hace frío... Lo de Caracas, como todo lo de Caracas, no se explica ni falta que hace. Ya lo decía el ex embajador Morodo. Venezuela es el país donde todo es posible y nada es seguro. Por eso nos gusta tanto. Este calorcito de estos días me va a sentar muy bien. Desayuno, como en los viejos tiempos, en la panadería Aida. Me llevo la sorpresa de que ya no ofrecen los clásicos cachitos de jamón y queso. Así no se puede. Entre las revistas del apartamento encuentro el último número de Clímax, la revista que dirige la bella Paula Quinteros, en donde mi querido y admirado Nelson Garrido suelta unas cuantas verdades.


De Nelson es esta Caracas Sangrante que acompaña estas líneas y de Nelson también es la idea de publicar los textos de Hakim Bey. Sí, por fin tengo en mis manos un ejemplar de CAOS, publicado por el Fondo Editorial de la ONG, La Cucaracha Ilustrada, unos textos de Hakim Bey que son siempre un oasis de inspiración en esta farsa en la que vivimos.


Un Potlatch inmediatista[1]

i.
Cualquier número de gente puede jugar, pero el número debe ser predeterminado. De seis a veinticinco parece adecuado.

ii.
La estructura básica es un banquete o picnic. Cada jugador debe llevar un plato o botella, etc. en cantidad suficiente para que todo el mundo pueda servirse al menos una vez. Los platos pueden estar preparados o terminarse en el sitio, pero nada debería comprarse ya preparado (excepto vino y cerveza, aunque idealmente estos podrían ser caseros). Cuanto mas elaborados sean los platos mejor. Intenta ser memorable. El menú no tiene por qué dejarse a la sorpresa (aunque ésta es una opción) --algunos grupos pueden querer coordinar sus esfuerzos para evitar duplicaciones o disputas. Quizá el banquete podría tener un tema y cada jugador podría ser responsable de un plato dado (aperitivos, sopa, pescados, verduras, carne, ensalada, postres, helados, quesos, etc.). Sugerencias de temas: Gastrosofía de Fourier, Surrealismo, Nativo Americano, Negro y Rojo (toda la comida negra o roja en honor de la anarquía), etc.
iii.
El banquete debería llevarse a cabo con un cierto grado de formalidad: brindis, por ejemplo. ¿Tal vez "vestirse para cenar" de alguna forma? (Imagina por ejemplo que el tema del banquete fuese "Surrealismo"; el concepto '"vestirse para cenar" toma un cierto significado). La música en directo en el banquete estaría bien, si algunos jugadores se sintieran satisfechos con tocar para los otros como su "regalo", y comer más tarde. (La música grabada no es apropiada).

iv.
El propósito principal del potlatch es por supuesto dar regalos. Cada jugador debería llegar con uno o más regalos y marcharse con uno o más regalos diferentes. Esto podría lograrse de varias maneras: (a) Cada jugador lleva un regalo y lo pasa a la persona sentada a su lado en la mesa (o algún arreglo similar); (b) Todo el mundo lleva regalos para todos los demás invitados. La elección puede depender del número de jugadores, siendo (a) mejor para grupos grandes y (b) para reuniones más pequeñas. Por ejemplo, si estoy jugando con otras cinco personas, ¿llevo (digamos) cinco corbatas pintadas a mano, o cinco regalos totalmente diferentes? ¿Y los regalos se darán específicamente a ciertos individuos (en tal caso deberían ser creados para ajustarse a la personalidad del receptor), o se distribuirán por sorteo?
v.
Los regalos deben ser hechos por los jugadores, no prefabricados. Esto es vital. Elementos premanufacturados pueden intervenir en la confección de los regalos, pero cada regalo debe ser una obra de arte individual por sí mismo. Si por ejemplo llevo cinco corbatas pintadas a mano, yo mismo debo pintar cada una de ellas, sea con distintos dibujos o con el mismo, aunque se me puede permitir comprar corbatas manufacturadas para trabajar sobre ellas.

vi.
Los regalos no tienen por qué ser objetos físicos. El regalo de un jugador podría ser música en vivo durante la cena, el de otro podría ser una actuación. Sin embargo, habría que recordar que en los potlatches amerindios se esperaba que los regalos fueran soberbios y aún ruinosos para quienes los daban. En mi opinión, lo mejor son los objetos físicos y deberían ser tan buenos como sea posible --no necesariamente costosos de hacer, pero realmente impresionantes. Los potlatches tradicionales conllevaban la obtención de prestigio. Los jugadores deberían sentir un espiritu competitivo al dar, una determinación de hacer regalos de verdadero esplendor. Los grupos pueden desear establecer reglas de antemano sobre esto --algunos pueden querer insistir en objetos físicos, en cuyo caso la música o las actuaciones serían simplemente actos extras de generosidad, pero hors de potlatch, por así decir.

vii.
Nuestro potlatch, sin embargo, es no-tradicional en el sentido de que, teóricamente, todos los jugadores ganan --todo el mundo da y recibe por igual. No se niega sin embargo que un jugador aburrido o tacaño perderá prestigio mientras que un jugador imaginativo y/o generoso ganará "nombre". En un potlatch verdaderamente exitoso cada jugador será igualmente generoso de forma que todos los jugadores quedarán igualmente satisfechos. La incertidumbre del resultado añade un gusto de aleatoriedad al evento.

viii.
El anfitrión, que proporciona el lugar, tendrá desde luego problemas y gastos extras, así que un potlatch ideal debería ser parte de una serie en la que cada jugador hace de anfitrión cuando le llega el turno. En este caso otra competición por el prestigio recorrería el curso de la serie: --¿quién ofrecerá la hospitalidad más memorable? Algunos grupos pueden querer establecer reglas limitando los deberes del anfitrión, mientras otros pueden desear dejar que los anfitriones tiren la casa por la ventana; sin embargo, en este caso debería haber realmente una serie completa de eventos, para que nadie pueda sentirse engañado o superior en relación con los otros jugadores. Pero en algunas áreas y para algunos grupos la serie entera puede simplemente no ser factible. En Nueva York, por ejemplo, no todo el mundo tiene espacio suficiente para albergar siquiera una pequeña fiesta. En este caso los anfitriones ganarán inevitablemente algo de prestigio. ¿Y por que no?

ix.
Los regalos no deberían ser "útiles". Deberían ser atractivos para los sentidos. Algunos grupos pueden preferir obras de arte, a otros pueden gustarles conservas o salsas caseras, u oro, incienso y mirra, o incluso actos sexuales. Deberían acordarse algunas reglas básicas. No debería haber ninguna mediación en el regalo --nada de cintas de vídeo, grabaciones en cinta, materia impresa, etc. Todos los regalos deberían estar presentes en la "ceremonia" del potlatch --así que nada de entradas para otros actos, promesas o posposiciones. Recuerda que el objetivo del juego, así como su regla más básica, es evitar toda mediación e incluso representación --estar presentes, dar presentes.

[1]Potlatch: celebración de los nativos americanos de la costa oeste canadiense, consistente en ver quién es capaz de regalar mayor riqueza. El que más regalaba era el que conseguía más prestigio. El concepto sería recuperado por los situacionistas en los años 60, y daría nombre a una de sus revistas.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Setiembre viajero 3


Nuevo mudanza. Nuevo apartamento. Un cuarto piso con vistas, en La Merced, el barrio inglés de Bogotá. A pocas calles de La Macarena. Es de Ana María, otra amiga que conocí en el taller de Alejandro Tantanian, en marzo, durante el Festival de Teatro. Gracias a ese taller, a su proyecto de obra inspirada en Los Karamazov, se ganó una beca y se va tres meses a Mexico con la tarea de escribir ese texto. Aprovecho la circunstancia para instalarme en su apartamento. Días de adaptación a este espacio minimalista, luminoso, acogedor. Nueva biblioteca en la que husmear. Descubro alguna joya, como un libro de Peter Brook, “there are no secrets”, que me hace volver al inglés tras un largo abandono. Nueva señora de servicio. En Bogotá, cada apartamento tiene la suya propia. Mario, por ejemplo, lleva quince años con la señora Janet. Difícilmente tendrá una relación tan larga con otra mujer. En Caracas es distinto. Cada uno se mueve de casa acompañado. Así, mi querida Paula me siguió en los tres apartamentos donde viví. Cuatro años y medio de relación (también es mi relación más extensa, hasta ahora). En este apartamento manda la señora Isabel. Me cae bien ella. Es intuitiva. Adivina mis necesidades antes de pedírselas. Eso me ayuda. No me acostumbro a ordenar, a tener alguien a mi servicio, aunque sean unas pocas horas. Me gusta que hagan su trabajo sin tener que indicarles nada. Además cocina bien. El apartamento es amplio. Tiene incluso un cuarto para invitados. Cuando vuelva el sol disfrutaré de los maravillosos atardeceres bogotanos. De momento veo las nubes. Escucho la lluvia. Veo también la torre Colpatria, a lo lejos, pero la veo. Tengo una relación especial con esa torre, sobre todo de noche. Me ayuda a pensar, a concentrarme. Hago balance. En apenas seis meses, cuatro apartamentos. En Caracas, contando con el de Jorge, fueron también cuatro, pero en 54 meses. O el tiempo va más deprisa o me he vuelto algo histérico. Lo que no cambia es el bar. En Obra sigue siendo el punto de encuentro. Con Mario y con sus insólitos amigos. Como este Joe, creador de videojuegos y amigo del hijo de Pablo Escobar, quien desde Buenos Aires está pensando en crear un videojuego inspirado en su padre. O Nana, productora de moda, con una verborrea desbocada, hablándome de accesorios, telas y modelos, como si me interesara ese absurdo mundo. Tequila y sangrita. Me retiro a tiempo. Juicioso.

Desde hace un tiempo estoy suscrito a un blog creado con motivo del noventa aniversario del Quadern Gris, uno de los grandes libros de la literatura catalana y, seguramente, europea. Es un diario que el escritor Josep Pla escribió en 1918. Cada día que Pla anotó algo en su diario, en la misma fecha y noventa años después, se incluye íntegro el texto en el siguiente blog:
http://elquaderngris.cat/blog/index.php

En el texto del 5 de setiembre, Josep Pla reflexiona sobre si es posible expresar la intimidad. No he encontrado una traducción al español así que lo dejo en su idioma original, en catalán.

Em demano sovint si aquest dietari és sincer, és a dir, si és un document absolutament íntim.
La primera qüestió que es planteja és aquesta: ¿és possible l’expressió de la intimitat? Vull dir l’expressió clara, coherent, intel·ligible, de la intimitat. La intimitat pura, ben garbellat, deu ésser l’espontaneïtat pura, o sigui una segregació visceral i inconnexa. Si hom disposés d’un llenguatge i d’un lèxic eficaç per a representar aquesta segregació, no hi hauria problema. Però el cert és que no existeix ni un estil adequat a la sinceritat ni un lèxic eficient. Però, àdhuc suposant un moment, que la intimitat fos expressable, ¿qui l’entendria, qui la podria comprendre?. Si no fos única, particularista, personalíssima, absolutament primigènia, ¿quin aspecte tindria, com es podria imaginar la seva presència? Quan no podem aclarir la nebulosa interna, diem habitualment: jo ja m’entenc… Els embriacs diuen el mateix. Sospito que les criatures, quan no arriben a fer-se entendre, pensen el mateix. La meva idea, doncs, és que la intimitat és inexpressable per falta d’instrument d’expressió, que la seva projecció exterior és pràcticament informulable. Penseu, només, l’enorme força de deformació i de falsificació que té l’estil tradicional, l’ortografia i la sintaxi habitual, en tota temptativa de voler expressar el pensament d’aparença més senzilla, en la pretensió de descriure el més insignificant objecte.
I, per si això no fos prou, hi ha tots els monstres invencibles: la vanitat, el tartufisme, l’educació, l’egoisme, el convencionalisme, l’enveja, el ressentiment, la humiliació, la influència dels diners o de la manca de diners, la impotència… és a dir, tot el detritus de passions i de sentiments que hom arrossega des que hom es lleva fins que se’n va al llit. Posats dins aquest joc de forces obscures però de gran pes, les contradiccions íntimes són permanents. Per exemple: jo tendeixo en públic, o quan escric, a combatre el sentimentalisme per pornogràfic i antihigiènic, però el cert és que personalment sóc una mena de vedell sentimental evanescent. En trobar-me sol, de vegades ric -o de vegades em cau una llàgrima desproveïda de tota justificació racional, contrària a totes les exigències de la raó que defenso davant de la gent. M’ha succeït d’entrar en una església i de posar-me a plorar a llàgrima viva i això mateix m’ha passat llegint un llibre, fent d’espectador en un teatre o fullejant un diari. Fullejant un diari, ¿no és literalment grotesc? És un fet cert. Un altre aspecte: tinc una petita fama d’home fort i poso -per dir-ho com Stendhal- de tête brulée. Però la realitat és molt diferent. Davant de moltes coses, sóc d’una feblesa ridícula. Una gota de sang, el dolor físic, la presència d’un mort, l’observació d’una injustícia, la desgràcia d’un amic, la visió d’uns ulls tristos i acovardits, em submergeixen en un estat de feblesa tan morbosa i dolorosa que la sento d’una manera física. En realitat, només sóc fort per a aparentar -trobant-me en públic- que tinc el sentit del ridícul despert.
L’home podria ésser sincer si fos sempre igual a si mateix: mentre sigui en públic -parlo d’un home normal- tan diferent de com és en trobar-se amb ell mateix, mentre no hi hagi entre aquests dos éssers que portem dins una solució de continuïtat, visible i permanent, l’expressió de la sinceritat és impossible.
Aleshores, de la intimitat, què se n’ha de pensar? Etcètera.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Setiembre viajero 2


Leí el mes pasado “Sálvame, Joe Luis”, la primera novela de Andrés Felipe Solano, un joven escritor colombiano, que viaja a través de los excesos de las noches bogotanas, con sus correspondientes resacas de la mañana siguiente… Reproduzco algunos párrafos del libro.

“El sol de este domingo me enceguece. Bajo a la carrera Quinta, compro un Gatorade tropical y atravieso el Parque de la Independencia. Paso con mi botella y mi brutal resaca cerca del carrusel. Esquivo perros y niños, parejas que retozan en el pasto. Bajo colinas por caminos empedrados, dejo atrás las altas palmas de cera que dan sombra al Planetario Distrital. Trato de que el olor que se desprende de los eucaliptos húmedos me reconforte, pero pronto llego a la Carrera Séptima, que hierve de gente y de ollas en las que mujeres gordas con delantal cocinan pelanga, ese asqueroso pellejo de cerdo que nada en un caldo del color del lodo más pútrido, ese puchero hediondo, ese potaje medieval que huele a grasa a y a llanta quemada.”

“Llevo un año empleado en la revista y mi ocupación todavía me suena irreal. Es una sensación extraña y miedosa. Es como si otro estuviera viviendo por mí. Hay un hombre que fuma marihuana en bautizos por mí, tiene sexo con modelos por mí, toma fotos por mí. Qué agotamiento me produce esto de ser un espectador de mi propia vida, esto de nunca creer del todo que sea dueño de ella, que me pertenece. Qué hartura pensar todo el tiempo que le fue dada a otro para que la viva en mi reemplazo. Lo mejor es que me entregue a uno de mis túneles de escape favoritos. Lo más adecuado en estos momentos de zozobra es inventar una existencia paralela en mi cabeza para pasar el rato, y por qué no, llegar a un muerte heroica.”

“De todos los eventos a los que me manda Lourdes María, hay una categoría que me da ira en especial: las exposiciones de arte. Después, muy cerca, están los lanzamientos de novelas…
… Lo repito, no hay nada que me descomponga más que una manada de seres envueltos en pañolones, hombres y mujeres por igual. Una horda de diplomáticos alcoholizados, de coleccionistas lascivos y poetas multimillonarios, de cantantes de una sola canción, de actrices que fueron hermosas, de escritores tomando apuntes mentales, todos fumando tabacos hediondos o cigarrillos con boquilla y sosteniendo un vaso de whisky aguado o una copita de vino caliente, todos mirándose de reojo, cómplices ante lo que se supone es un gran descubrimiento artístico: una pila de excrementos secos con la que un genio ha hecho un Sagrado Corazón de Jesús, o mil quinientos nombres de policías y soldados muertos en combate escritos con la sangre del artista en la pared de un museo o galería. Sería mucho mejor que la donara a la Cruz Roja o se abriera las venas en su bañera.”

“voy en busca de la muerte, el milagro o el misterio”

“Se ríe mientras lo cuenta y me vuelve a ofrecer y yo siento de nuevo la estocada de Cocó Chanel, el saludo de la nívea mortandad, como la llama Manuel, mi único amigo del colegio, que durante un tiempo esnifó con cierta frecuencia, tenía toda una teoría alrededor de la dama blanca, el caramelo nasal. Decía que esnifar coca era una afirmación, era como volar hacia Nueva York sólo para almorzar en un restaurante muy bueno y regresar el mismo día. Era tomar la decisión de sentirse bien. Yo lo estoy.”

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Setiembre viajero 1


El escritor Andrés Barba estuvo por Bogotá hace unos meses. Fue uno de los primeros protagonistas de este blog. El sábado pasado, casi cuatro meses después, aparece en el suplemento de viajes de El País, un artículo suyo sobre La Candelaria, que reproduzco.

Se puede leer también en:
http://elviajero.elpais.com/articulo/viajes/Candelaria/reinventa/elpviavia/20080830elpviavje_7/Tes/#despiece1

La Candelaria se reinventa

Tal vez, como las familias felices de Tolstói, tengan también algo en común las ciudades que nacen al pie de enormes montañas, una suerte de impronta definitiva de carácter, como si se tratara de ofrendas abandonadas a los pies de un gigante majestuoso. Los impresionantes cerros de Guadalupe y Monserrate que enmarcan el paisaje de Bogotá hacen que la ciudad quede de una extraña manera a la orilla y a la vez que mire permanentemente hacia lo alto. Y quizá sea ésa la primera de sus cualidades, su verticalidad. Una verticalidad que es una referencia constante.

No es posible estar en Bogotá sin sentir su presencia, el propio trazado urbanístico en cuadrícula en el que todas las calles ascienden hacia los cerros y todas las carreras (avenidas) transcurren paralelas a ellos hace que se viva según su mirada. Una mirada doble, porque de inmediato se descubre que existen también dos tiempos, el de la cima y el de la ciudad. En uno la ciudad se agita, en el otro permanece inmóvil, en uno se da la vida como un caudal humano que transcurre voluminoso por la carrera Décima, en otro nada se mueve, y Monserrate mira "como si se riera", en palabras de García Márquez, "todo el sentir lastimero que acusa la ciudad queda inmovilizado en la atención de la montaña".

Si uno se sitúa en la plaza de la catedral, a la altura de la calle Segunda queda directamente a las puertas del barrio histórico de La Candelaria, que es, al mismo tiempo, uno de los focos más intensos de renovación de la ciudad, tanto desde el punto de vista turístico como del de los propios bogotanos. Atrás en el tiempo, la peligrosidad que hacía que este barrio fuera disuasorio hace una década, hoy la vida ha reintegrado para sí el corazón del que nació la ciudad misma, renovándolo. Es muy posible que la vida de las ciudades tenga para sí sus propios tempos, sus propios ciclos, como los de cualquier vida humana. Porque también los barrios, como los hombres, no nacen sólo una vez, tienen nacimientos múltiples, este barrio de La Candelaria ha nacido ya muchas veces. El último de sus nacimientos ha sido propiciado por la apertura de muchos de sus nuevos centros; la biblioteca Luis Ángel Arango, el Centro Cultural Gabriel García Márquez, el Museo Botero (que incluye la magnífica colección privada de los cuadros adquiridos por el pintor), el Museo de la Casa de la Moneda, a los que se añaden los que ya existían, como el teatro Colón, sin duda uno de los más espectaculares de toda América Latina.

Rincones semiprivados

La vida privada de los jardines de muchísimas de las casas de La Candelaria ha quedado ahora descubierta con la apertura de nuevos restaurantes, antiguas casas cuyos patios se han convertido en peculiares rincones semiprivados. Es el caso, por ejemplo, de La Cicuta, un asador-jardín en la esquina de la Novena con la Primera, o el japonés La Totuma, en el callejón del Embudo.

La Candelaria es un barrio que se recorre ascendiendo hacia el cerro, que impone su propia lentitud y que no ha sido tomado masivamente por los turistas, al igual que otros espacios del centro como la zona de la catedral o la carrera Séptima. Lo suficientemente alejado y lo suficientemente cercano, tiene la transparencia de los barrios en los que la vida está insertada como un fruto, las casas se suceden una a una con la cristalina seguridad de que han sido creadas según su naturaleza privada, deja y no deja verse.

No resulta extraño descubrir que la ciudad nació aquí mismo, en la pequeña plaza del Chorro de Quevedo. Todos los barrios como La Candelaria, cuyas vidas se hacen por igual hacia el exterior y hacia el interior, tienen esos pequeños espacios insospechados que acaban conformándose como verdaderos corazones. Heráclito afirmaba que el filósofo no debe decir, sino indicar. Así parece también que hay lugares, como la plaza del Chorro de Quevedo, que no dicen, sino que indican, que no pueden ser abordados como simples lugares físicos, sino un poco ambiguamente, como señales, o en una forma un poco indirecta, como si se tratara de metáforas. Es la energía inquietante de esos lugares de los que han surgido físicamente las ciudades y que no han devenido exactamente sus centros posteriormente, sino espacios sensibles, como hundidos en su historia, pero por los que la vida no ha dejado de transcurrir.

Bajando por el callejón de El Embudo hasta la plaza de los Periodistas nos cruzamos también en La Candelaria con el nuevo Bogotá y el proyecto del arquitecto Salmona (probablemente, la referencia nacional más clara en la renovación urbanística del centro) de su Eje Ambiental, que desciende, como una avenida acuática, desde el cerro hasta la carrera Undécima.

El Pasante

Bogotá sigue siendo una ciudad de café, en la que los cafés han seguido forjando su acontecer social, intransferible. Hay cierto vivir en los otros la propia vida que sólo se manifiesta en los cafés y que Europa ha perdido en gran medida. Descendiendo desde la plaza de los Periodistas en dirección a la Séptima, en la estupenda y ruidosa plaza del Rosario se encuentra uno de sus cafés más ilustres, el Pasante, que en cualquier otra ciudad sería un monumento turístico, pero que aquí sigue siendo de corazón bogotano con toda precisión, al igual que el café San Moritz, no lejos de allí, en la calle 16 con la Séptima, rodeando la iglesia de San Francisco. Al entrar en ellos se concreta una especie de nostalgia, la nostalgia de un estilo de vida que nos han quitado (o que nos hemos quitado nosotros mismos), y nos parecen entonces doblemente solitarias estas ciudades que vivimos, como si ya no nos fuera posible ese abrirse las inquietudes entre unos y otros en los cafés, lo que es señal indudable de la nobleza de una ciudad. Juro haber escuchado esta conversación en un café de La Candelaria, entre una niña de cinco años y su padre.

"¿Y tú cuándo morirás?".

Y el padre:

"Yo no moriré nunca".