Los semáforos se mueren en Bogotá. Tienen una vida limitada. Como los replicantes de Blade Runner. Más de siete mil semáforos muertos de golpe, en pocos días, casi el 50% de todos los semáforos de la ciudad. Un holocausto tecnológico. Una plaga bíblica. Un pequeño caos. ¿Podemos vivir sin semáforos?, me pregunto en esta tarde soleada y melancólica en la que la luna aparece a las cinco. Las cinco. A esa hora me gusta pasear por la carrera séptima, y disfrutar de esos minutos de confusión en los que carros, taxis y autobuses circulan en ambas direcciones al mismo tiempo, sin chocar, en una extraña danza contemporánea, ruidosa y metálica. Leo en la prensa local que la Alcaldía se ha tomado en serio la crisis “semaforial”. Cuatro cuadrillas, de ocho operarios cada una, patrullan la ciudad tratando de resucitarlos. Así lo explica el secretario de movilidad de la alcaldía de Bogotá "Desde hace un tiempo teníamos un problema que todos los semáforos terminaban su vida útil al tiempo, y ahora el tema del invierno recrudeció el problema". Y es que el frío bogotano está tenaz. No lo resisten ni los semáforos, unos semáforos que han sido noticia últimamente también por un proyecto de ley que pretende multar a los conductores que compren o den limosna en ellos. Argumentan que eso mejorará la movilidad en la ciudad. Atención, atención, se prohíbe a los conductores participar en “actividades comerciales o benéficas a doscientos metros a la redonda de, semáforos, señales de tránsito, paso a nivel, paso peatonal a desnivel, paso peatonal a nivel, separadores, berma, ciclovías, ciclorutas, estacionamientos, paraderos, todo tipo de puentes y en las zonas destinadas a la circulación de todo tipo de vehículos”, se lee en el borrador. Mientras tanto, los taxistas, siempre adelantados a su tiempo, ya hace rato que circulan como si los semáforos no existieran. Algunos, como el de la foto, han instalado un original retrovisor que les ayuda a moverse por la jungla urbana. Yo, en cambio, estos días camino más de lo habitual, recuerdo más de lo habitual e incluso deliro también más de lo habitual. Así me ahorro los conflictos viales. Camino también con la esperanza de tropezarme con un “paso peatonal a desnivel” o, mucho mejor, con una “berma”, palabra que me suena a fruta tropical pero que según google es:
BERMA. (Del fr. berme, y éste del neerl. breme, borde.) f. Espacio al pie de una muralla entre ésta y el declive del terraplén.
Camino y veo la luna, a las cinco de la tarde.
De replicantes habla Agustín Fernández Mallo en su reciente “Carne de Píxel”
Lo más difícil de narrar siempre es el presente. Su instantaneidad no admite proyecciones, fantasías, desenfoques. Yo no sé si todo aquello existió porque no sé si existe. No sé si son ciertas tus manos [aunque sí sé que verosímiles] bajo la lluvia, y tus ojos como Polaroids [irrepetibles y mostrando más de lo previsto]. Llorabas. Llovía. Quién deja a quién si todos andamos diferidos de nosotros mismos, dejando atrás lo que entendemos para no entender lo insoportable: que cada cual es uno y además no numerable, que vendrán otras, que vendrán otros, que asusta pensar hasta qué punto somos todos intercambiables. Sé que no podré olvidar cuanto vi en tus ojos: el aire ionizado sobre nuestras cabezas, tus manos apretadas [no sé exactamente qué visión pretendían refutar]. Puede que fuera yo quien lloraba, puede que fuera en mí donde llovía. Puede que aún me estés besando, o que aquel martes [por decir un día] jamás haya existido.
6 comentarios:
Muy buena entrada, y además con el poema ese de Mallo, que es fantástico.
Merche
En el set de Blade Runner todos, desde Ridley Scott hasta Rutger Hauer, descubrieron algo mientras filmaban la famosa en la que Roy el replicante hace su famoso monologo: las palomas no vuelan cuando llueve.
A.M.
Marc,
Este último noviembre mítico semafórico me parece fantastico. El fin de semana, para variar, estuve llenísimo de trabajo. El próximo seguro tendré tiempo, así que nos veremos a las 5 en Valenzuela.
Un saludo,
A.
Qué bello texto, Marc..., me gustó mucho. Sobretodo en esta tarde lluviosa en Caracas. Gracias por ese regalo que le otorgas al cosmo.
Y mira que cosa que con una imagen de semáforos se puede engendrar tanta poesía..., una explosión de sensibilidad..., de estar vivo.
Muy bello, Marc.
El texto de Fernández Mallo, sin embargo, insiste en entristecerme.
Blog de Agustín Fernández Mallo
http://www.alfaguara.santillana.es/blogs/elhombre
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