martes, 4 de noviembre de 2008

noviembre mítico


Según me cuenta mi amiga Elis desde Barcelona, circula un extraño rumor sobre mi persona entre ciertos exbecarios-vividores de la administración catalana. La leyenda empezaría en Miami donde, cansado de los trabajos de burgués-low-cost a los que tuve que dedicar parte de mi tiempo (azafato en ferias de Golf, chofer para empresarios españoles, camarero en sucedáneo de bar de tapas, etc.), en una de esas absurdas noches mayameras, conocería a lo que algunos llaman un cazatalentos. El tipo, sin duda abrumado por la sombra de las palmeras y por la de las tetas operadas de las patinadoras con perrito de Lincoln Road, vio en mí, a pesar de mi indudable aspecto ario, al mismísimo David Letterman latino (es lo que tienen las drogas de diseño, te llevan a otra dimensión) y me ofreció convertirme en presentador de televisión. Obviamente mi primera reacción fue la de mandarle a la mierda, a él y a Gloria Estefan, pero el tipo, como buen cazatalentos, era inasequible (¿qué diablos querrá decir inasequible?) al desaliento, y durante varios días me persiguió por las calle de Miami Beach a bordo de su monopatín eléctrico, en el mejor estilo Marichalar. Por supuesto, dada mi precaria situación financiera de la época, y dada mi incluso más precaria situación anímica (recuerdo como me afectó que algún gringo situara a España entre Honduras y El Salvador), caí rendido al poder del tío Sam y, sobre todo al embrujo del dólar, que en aquella época, año 2001, era aún una moneda seria y a nadie se le ocurría, como ahora, pronosticar que sería sustituía por el Amero. En fin, supongo que el resto es lo habitual: un programa de chismes en Univision, una tertulia tipo Oprah-Winfrey a media tarde y de ahí, gracias a la magia del cable, a la prestigiosa televisión catalana. Me imagino a uno de esos dirigentes de TV3 tan preocupados por la identidad catalana (sí, esa que estudia Scarlet Johanson en la bochornosa película de Woody Allen) ¿qué hace un Caellas haciendo tele-basura en Miami? Vamos a ficharlo. Unas llamadas y listo, al poco tiempo, como buen hijo pródigo, regreso a casa y presento un programa sobre Emprendedores, ¿sobre qué sino?, ¿se os ocurre un programa más catalán que éste?, emprendedores como yo, gente con madera de emprendedor, “gente como la que ha levantado este país”… La leyenda no explica por qué me cambié el nombre pero, obviamente, es mucho más adecuado para un presentador llamarse Lluís que Marc, sobre todo en previsión del previsible, y valga la redundancia, salto a la televisión española, principal objetivo de todos los presentadores/as catalanes/as, habidos y por haber. ¿No se lo creen? Yo tampoco. Por las dudas, dejo el video que dio origen a todo este desvarío. http://www.tv3.cat/videos/654599

La realidad, o la ficción, vete tú a saber, es que llevo varios días encerrado en casa, a refugio de la incansable lluvia bogotana, sumergido en 2666, la colosal novela de Roberto Bolaño. Tal vez tenga miedo también…

¿A qué tenía miedo Ivánov?, se preguntaba Ansky en sus cuadernos. No al peligro físico, puesto que como antiguo bolchevique muchas veces estuvo próximo a la detención, la cárcel y la deportación, y aunque no se podía decir de él que fuera un tipo valiente, tampoco se podía afirmar, sin faltar a la verdad, que fuera una persona cobarde y sin agallas. El miedo de Ivánov era de índole literaria. Es decir, su miedo, era el miedo que sufren la mayor parte de aquellos ciudadanos que un buen (o mal) día deciden convertir el ejercicio de las letras, y sobre todo, el ejercicio de la ficción en parte integrante de sus vidas. Miedo a ser malos. También, miedo a no ser reconocidos. Pero, sobre todo, miedo a ser malos. Miedo a que sus esfuerzos y afanes caigan en el olvido. Miedo a la pisada que no deja huella. Miedo a los elementos del azar y la naturaleza que borran las huellas poco profundas. Miedo a cenar solos y a que nadie repare en tu presencia. Miedo a no ser apreciados. Miedo al fracaso y al ridículo. Pero sobre todo miedo a ser malos. Miedo a habitar, para siempre jamás, en el infierno de los malos escritores. Miedos irracionales, pensaba Ansky, sobre todo si los miedos contrarrestaban sus miedos con apariencias. Lo que venía a ser lo mismo que decir que el paraíso de los buenos escritores, según los malos, estaba habitado por apariencias. Y que la bondad (o excelencia) de una obra giraba alrededor de una apariencia. Una apariencia que variaba, por supuesto, según la época y los países, pero que siempre se mantenía como tal, apariencia, cosa que parece y no es, superficie y no fondo, puro gesto, e incluso el gesto era confundido con la voluntad, pelos y ojos y labios de Tolstói en un tapiz quemado por el fuego de la apariencia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

kien es el productor- manager de scarlet johanson que la volvió trash con tanta rapidez?

Francesca