miércoles, 30 de septiembre de 2009

Sexo en mi pueblo


Prólogo de Marc Caellas
Hace poco Nicolas Bourriaud, teórico de la estética relacional, ha declarado que uno de los ejes principales del arte actual es "el pasado definido a través de territorio y uso, articulado en y a través del espacio". En la producción de un arte que despliega signos, historias y lugares, el pasado no se asimila en el presente como un hecho, sino que se despliega como una ficción. Sexo en mi pueblo actúa del mismo modo. No sabemos, ni nos importa, si lo que se cuenta es autobiográfico o no. Lo que sí sabemos es que esas historias eróticas -admito varias erecciones durante mi lectura- funcionan como un poderoso levanta-colchones. Un texto afrodisíaco que compromete lo real al situarlo más allá de lo verdadero, haciéndolo transitar por los senderos, mucho más interesantes, de lo auténtico.

De todo lo expuesto en la Bienal de Venecia de este año, destacó anecdóticamente un rincón del pabellón nórdico, presidido por una mesa con una máquina de escribir de la cuál sobresalía un papel con este texto:

THE EROTIC WRITER – A NOVEL AN AUTOBIOGRAPHY
CHAPTER ONE
A novelist is living in a exquisitely crafted modernist house

Podemos imaginarnos a Leo Campos sentado en su estudio, quizás no tan exquisito ni modernista como el de los Giardini de Venecia pero con ese encanto algo corrupto que destilan las Colinas de Bello Monte. Quizás en esa mesa en la que escribe el joven Campos, también queden abandonados restos de colillas, fotografías homoeróticas, pañuelos usados, post-its con crípticos mensajes, vasos, como en la del artista inglés Simon Fujiwara, incluido en la muestra escandinava que recordamos aquí, The Collectors, irónica puesta en escena de las las tensiones entre lo público y lo privado (que por cierto parece plantear una solución a las mismas, pues se trata del hogar de unos ficticios coleccionistas que acaban muertos en la piscina de la casa que tratan de vender).

Aunque se rumorea que ha publicado ya otro libro -de naturaleza epistolar- con otro nom de plume, a falta de mayores detalles, Sexo en mi pueblo parece ser la ópera prima de Leo Campos. Un debut arriesgado, como casi todo lo que emprende el audaz Campos. Ni es una novela, ni un conjunto de cuentos, ni una selección de crónicas. ¿Qué es entonces? Buena literatura. Erótica, sí, pero también romántica, utópica, evocadora de un espacio, físico y mental, que tal vez Leo dejó olvidado en ese San Félix de su infancia y juventud. Territorio y uso: “En los pueblos, esa mentira llamada “ciudad pequeña” que se acompaña con palabras gruesas: progreso, crecimiento, promesa, planificación; el vapor suele marcarlo todo, o casi todo.” Las páginas de este libro emanan un vapor de inocente lujuria, de ésa que desata pasiones desde temprana edad, creando perversas vinculaciones entre amigos, familiares y conocidos. Será el vapor, pues, o el trópico embriagador, pero las páginas se nos pegan a los dedos como las nalgas de la prima al joven de quince años que todos quisiéramos volver a ser.

Leo Campos lleva años agitando las aguas caraqueñas con la euforia de quienes no ceden ante la indiferencia o la ignorancia. En primer plano, al frente de Plátano Verde, o retirado en sus trincheras familiares, comandando proyectos editoriales suicidas, como la estupenda 2021, e incluso desde el cyberespacio, a los mandos de http://www.mijaragual.com/. Ahora, gracias a la loable iniciativa de Ulises Milla, Sexo en mi pueblo inaugura un sello que aspira también a remover las apacibles olas del mercado editorial criollo, ofreciendo a los ávidos lectores venezolanos una pequeño rastreo de las propuestas literarias latinoamericanas más innovadoras. Como este bocado, esta tapa literaria que engullimos a la espera de que llegue el plato principal, el lomito literario que Campos cocina discreto, mientras se entretiene con talleres académicos, periodistas famosos y homenajes a Bolaño. Estética relacional, en definitiva, o maneras de comunicarse. Sólo dinos algo Leo, esa prima tuya del libro existe, ¿verdad?

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Chávez declara la guerra al Golf


Los gobiernos regionales amenazan con expropiar los campos del deporte «burgués»
por JAIME LÓPEZ.

La Guaira (Venezuela)

Desde la terraza del club de golf de Caraballeda, situado sobre las faldas de una montaña con vistas al Caribe y a una marina con capacidad para 200 barcos, el socialismo de Hugo Chávez parecía algo inofensivo.
Es lo que pensaban sus socios hasta que el líder de la revolución bolivariana puso su punto de mira sobre lo que califica de «deporte de la burguesía».
«Yo respeto todos los deportes, pero hay deportes y deportes», aseguró el mandatario venezolano durante su programa de televisión Aló Presidente, después de analizar el déficit habitacional de muchas ciudades venezolanas.
«El golf no es un deporte popular… Sólo un pequeño burgués puede jugar golf. El golf es un deporte de burgueses», enfatizó el mes pasado Hugo Chávez, quien terminó su disertación diciendo que «el mejor campo de golf en Venezuela es aquel en el que se siembra de maíz». Además, dijo que los carritos que utilizan los golfistas para desplazarse por las instalaciones ilustran su carácter perezoso.
Desde que pronunció estas palabras, el club de Caraballeda, y otro situado en Maracay (a 100 kilómetros de Caracas), han sufrido constantes presiones por grupos cercanos al chavismo, mientras los gobiernos regionales amenazan con la expropiación de estos centros para construir viviendas de bajo coste y un parque infantil.
Alejandro Calles, un venezolano de tez oscura y boca desdentada que trabaja desde hace 50 años como caddy en este campo de nueve hoyos, dice que cerrarlo «sería como cortar un brazo al pueblo. Es una fuente de trabajo muy importante, y un apoyo al turismo».
La costa de Vargas, ubicada a escasos 30 kilómetros de Caracas, es un empobrecido estado de pescadores que vivió su época dorada durante el boom petrolero de los años 70. Unos deslaves de tierras en 1999, durante los que fallecieron más de 25.000 personas por las fuertes lluvias, y la clausura de los principales centros turísticos de la zona -el Hotel Sheraton y el Hotel Meliá Caribe- sumieron a este litoral caribeño en la desidia y el olvido.
«Tras el cierre de estos hoteles, somos la fuente de empleo más importante de la región. Cerca de 300 personas trabajan en nuestras instalaciones náuticas y de golf», apunta Gian Carlos Pérez, gerente del club de Caraballeda, que actualmente se disputa con el Gobierno regional de Vargas estos terrenos.
La declaración de Chávez contra el golf desencadenó todo tipo comentarios. El canal de noticias Globovisión, que mantiene una línea crítica con el Gobierno, emitió imágenes del guerrillero Ernesto Che Guevara jugando a este deporte: «Uno de los iconos de la revolución, palito en mano y buscando un huequito», dijo su popular presentador, Leopoldo Castillo. También el portavoz del Departamento de Estado de Estados Unidos, Philip J. Crowley, ironizó sobre la capacidad de Chávez de «dividir al hemisferio», y dijo que él se ha erigido en «embajador para el golf del Departamento de Estado» para contrarrestar las críticas del líder socialista.
La beligerancia de la revolución bolivariana contra los campos de golf no es nueva. En el año 2006, el ex alcalde de Caracas, Juan Barreto, intentó expropiar las instalaciones del lujoso Country Club de Caracas para construir viviendas subvencionadas, pero un juicio empantanó la confiscación de estas tierras.
«Si se clausuran estas dos canchas, el número de campos cerrados en los últimos tres años será de nueve», advirtió el director de la Federación Venezolana de Golf, Julio Torres, quien puso en contraposición a China, un país de la órbita comunista que ha construido más de 300 campos dedicados a la práctica de este deporte.
Chávez, que dice llevar a Venezuela hacia el «socialismo del siglo XXI» con agresivas nacionalizaciones de empresas, ofrece en sus programas de televisión un amplio abanico de consejos, que muchos de sus correligionarios acatan como órdenes. Desde menospreciar el golf por ser un «deporte de la burguesía» hasta orientar a los padres que tienen que regalar a sus hijos.
Las videoconsolas «fortalecen el individualismo, el egoísmo y la violencia», dijo la semana pasada Chávez, quien sugirió otros más tradicionales como la peonza o el yoyó. «No hay conexión con los amiguitos del barrio ni con la familia. Los niños a veces se enferman, los captura la máquina… Eso es malo, malo, malo», agregó el líder revolucionario.